Una alternativa en el paro nacional: un frente antifascista

Ese acumulado de capacidad de confrontación se expresa hoy (al margen de romanticismos) en la legitimidad de la llamada Primera Línea por todo lo que significa: convocar, permanecer en la calle y elaborar propuestas.

El Comité Nacional de Paro dice que las marchas se suspenden. Varios sitios de protesta dicen que el Comité no los representa. Gente que no ha ido a ninguna marcha dice que el paro se desgastó. Los medios de comunicación decían que el paro nacional no podía ser solo bloqueos, pero ahora dicen que sin marchas el paro se acabó. ¿Y la alternativa? Yo propongo un frente antifascista.

Mural en Medellín, mayo de 2021

Antifascista porque el fascismo de hoy busca el “control de externalidades”, dirían los neoliberales, para implementar medidas económicas: paros, huelgas, marchas y bloqueos. Por eso, hoy un neoliberal no puede ser antifascista sin traicionarse; por eso, un frente antifascista es la confrontación a un Estado represor que pone su violencia al servicio del mercado. Nos toca confrontar la violencia estatal como parte de la lucha contra el modelo económico.

Volviendo al Comité del Paro, sabemos que no puede determinar el futuro de la protesta, pero tampoco es un ente abstracto a las luchas sociales. En otras palabras, el Comité representa una parte de la sociedad organizada y movilizada, pero no toda y, por lo mismo, no puede hablar a nombre del paro que lo supera. Tampoco puede decirse que el Comité no represente a nadie. Eso tan simple parece ser difícil de digerir en un país donde la polarización va ganando terreno cada día.
¿Hasta cuándo seguir con la misma estrategia?

Estamos de acuerdo en que el paro tiene que renovarse o se muere. La cosa empieza antes por la pregunta ¿quién es el dueño del paro? El paro no tiene dueños, más exactamente es un plural de voces e indignaciones que se sienten recogidas en él.

Los métodos de protesta se deciden por la suma de varios factores: lo que dice la ley, pero eso es más un formalismo a tener en cuenta que una camisa de fuerza para la acción; también cuenta la capacidad movilizadora, pero en este caso la irrupción de nuevas formas y sujetos políticos hace que las formas ortodoxas sean caducas; igualmente, hay que ver lo que produce resultados, los cierto es que esas manifestaciones en las calles y en los puntos de resistencia son las que explican los logros del paro.

No hay nada más tonto que tratar de buscar el consenso para mover un dedo en una sociedad tan fragmentada y con esa multiplicidad de agendas; esto no niega la necesidad de la unidad, sino que la matiza: no podemos andar invocando el consenso como un dogma ante cosas que, como parte de la naturaleza humana, hay diferencias.

El paro ha funcionado precisamente en la diferencia, pero sí hay disputas de egos, vanguardismos, liderazgos no reconocidos… El paro también refleja el país: tensiones entre el centralismo y las regiones, debates de género, malas comunicaciones entre obreros e indígenas, exclusión de minorías y un largo etcétera.

Con ese país real es que tenemos que hacer el paro para cambiar el país; no esperar un país ideal para entonces protestar. Eso no es un llamado a la resignación, sino a la audacia política. La paradoja está en que necesitamos, por ejemplo, un sindicalismo ideal para luchar, pero un sindicalismo ideal solamente existiría en una sociedad ideal donde, por definición, no habría necesidad de luchar.

Es necesario recordarnos algunas obviedades: el paro no es igual simplemente a movilizaciones, hay que hacer otras cosas. De hecho, lo que me parece es que se hacen más otras cosas: plantones, puntos de resistencia, interrupciones temporales del tráfico, ollas comunitarias, asambleas populares, arreglo de zonas comunales, conciertos, cacerolazos, creación de bibliotecas, muestras artísticas, etc.

La pregunta es ¿necesitamos las marchas? Sí y no. Lo que molesta no es tanto que se descentre el papel de las marchas a otras actividades, sino la autodesignación de liderazgos más allá de su legitimidad y, más aún, el discurso que asocia el fin de las marchas al fracaso del paro. Eso irrita y mucho a la gente que sigue en la calle, porque su permanencia en los puntos de resistencia es, precisamente, el lado más fuerte del paro y no se siente consultada.

Claro que el sindicalismo pone lo suyo, históricamente ha puesto muertos, detenidos y ha encabezado negociaciones sociales. Precisamente fruto de una brutal represión, hoy está diezmado. Pero, en honor a la verdad, usamos la palabra “paro” para referirnos inicialmente a una serie de manifestaciones, y no para nombrar un llamado a su origen: el paro en la producción de un sector.

En un país con una alta tasa de empleo informal, desempleo y subempleo, esperar un paro en la producción tiene mucho de ingenuidad. Por eso, precisamente, los llamados bloqueos juegan ese papel: incomodar.

El que crea que se puede hacer una protesta sin incomodar, sin llamar la atención, sin desordenar lo cotidiano (lo que no significa un llamado a la violencia), pues, no ha entendido ni lo que es una protesta ni mucho menos lo que eso significa en Colombia.
Hacia un frente antifascista

Supongo que con mucha razón y por muchas razones, el Comité Nacional de Paro se agotó de hablar con un Gobierno sordo y represivo. Y urge ahora, más que nunca, tener una dirección que coordine, represente y señale posibles rutas para encausar el paro.

El paro no es el problema, ni siquiera el ministro Carrasquilla, ni los bloqueos, sino el modelo. Por eso, el paro no es simplemente un pliego de peticiones ni una sucesión de marchas, sino una confrontación al modelo. Ahora más que nunca (así nos llamen polarizadores) cabe la pregunta de si estás con el paro (y todos sus errores) o con el modelo (y todas sus falsas promesas).

Necesitamos un frente que vaya más allá de lo que diga el Comité del Paro, de la olla comunitaria, de los llamados a la calma, incluso de las elecciones de 2022 (sin desconocer que son parte de la lucha).

Y ese frente tiene que ser conceptualmente antifascista (aunque la palabra huela a naftalina), tanto porque rechazamos el fascismo histórico del Estado colombiano como ese fascismo al servicio del modelo económico. Y un frente así solo puede ser compuesto por antifascistas declarados.

¿Qué sirve y qué no sirve a un frente así? Creo que eso podría ayudarnos a despejar dudas, señalar caminos e identificar reales aliados. En las formas ya la calle dio la respuesta, desde la protesta creativa: con el arte, pero no reduciendo el arte a sus expresiones clásicas, sino de rebeldía que llama a la calle.

Por eso, en un momento de quiebre, como en el suspiro ante una batalla, son pocos los que quedan y muchos los que se rinden o retroceden; toca tomar partido. Y no es que me alegre, pero doy por sentado que los tibios y los neutrales ya decidieron hace mucho tiempo.

Cuando la cadena de asesinatos de los compañeros de la Unión Patriótica no teníamos músculo político suficiente, lo hemos desarrollado en medio de las peleas contra el neoliberalismo, la defensa de la paz y plantarle cara al asesinato del liderazgo social.

Ese acumulado de capacidad de confrontación se expresa hoy (al margen de romanticismos) en la legitimidad de la llamada Primera Línea por todo lo que significa: convocar, permanecer en la calle y elaborar propuestas.

No es el Comité de Paro, no. Hay otras legitimidades que cuentan: la Minga, los jóvenes, las regiones, organizaciones de negritudes, mujeres, campesinos, camioneros y hasta militares que se oponen (cada vez más y con mayor argumentos) al Estado fascista. Esas tensiones salvables nos deben llevar a diferenciar aliados de enemigos, reconocer enseñanzas de las diferentes generaciones, e incorporar agendas históricamente olvidadas.

Sería profascista querer decidir desde esta tribuna qué hacer, cómo y con quién. Solo pongo unas ideas para alimentar el debate. Urge precisar las propuestas más allá de la crítica. Por ejemplo, en un nuevo modelo de salud ¿Cómo serían las formas de contratación del personal de salud?; ante una reforma tributaria ¿Cuál deberían ser los criterios?

Un frente antifascista va más allá de los sectores, grupos, partidos políticos, movimientos y colectivos que solemos juntarnos contra el Estado. Por lo mismo, convocar a un movimiento para el siglo XXI con lenguajes y formas de los años setenta es desconocer por completo precisamente la originalidad de este paro. Hay que construir desde la vida y no desde la muerte.

No le sirve a un frente antifascista los que andan por ahí pidiendo puros, como si fuera la discusión del número de los elegidos para entrar al reino de los cielos. Negar la libertad de expresión porque no son “perfectos” es profascista, romper la unidad es profascista, incluso entender el paro solo como un pliego es profascista.

Hablar el lenguaje de los setenta es funcional al fascismo y atacar la movilización social es también profascista. ¿Qué es antifascista?: unirse, seguir la movilización, formarse políticamente, denunciar, estudiar, hacer alianzas decentes, mirar a las elecciones y más allá.

Víctor de Currea-Lugo,  16 de junio de 2021

Editado por María Piedad Ossaba