Arte en el fútbol, pero ¿es el fútbol un arte? Sobre un cuento de Fontanarrosa, la estética y un gol de Maradona

En el fútbol hay jugadas que pueden catalogarse como “arte efímero”, una creación de prodigio que solo dura instantes y queda, eso sí, para siempre en la memoria de los espectadores.

El segundo gol de Maradona a Inglaterra, en el Mundial de 1986, partiendo de su terreno y dejando un reguero de rivales desahuciados por el talento de un superdotado, puede ser una obra de arte. Hubo plasticidad, estética en los movimientos, creatividad a más no poder y un sello estilístico personal. Belleza en la maniobra. Y como ese, incomparable, eso sí, ha habido en el fútbol momentos que se parecen a la inspiración divina de las musas y a la estampa de lo que, al menos en Occidente, se ha conocido como arte.

¿Qué es el arte? Vaya interrogante. La estética, que es una disciplina filosófica, del pensamiento y las emociones, está para dilucidar la belleza. ¿Qué es la belleza? Un concepto que ha evolucionado hasta incluir la fealdad, que, bien tratada, puede erigirse en una dimensión propia de las artes. Una de las definiciones, tan problemáticas siempre, acerca de lo que es el arte la leí hace años en el Diccionario Arte Actual, de Leonel Estrada. Dice ahí, tras varias definiciones, que, según Carl André, “arte es lo que hacen los artistas”. Y la respuesta no parece tan obvia ni tan facilista.

El crítico J. Romero Brest, refiriéndose a esa definición en apariencia pleonástica, advierte que con la palabra arte se suelen designar cosas que no son hechas por artistas (y aquí cabría lo de determinadas jugadas del fútbol, por ejemplo) y, también, porque no hay regla o reglas para juzgar si un artista es en rigor y verdaderamente un artista. Sin embargo, se potencian cánones acerca de qué es o no es arte y ahí se forma una pelotera (nada que ver esta con el fútbol).

La creación artística no está, de necesidad, conectada con la armonía y las proporciones. Estas condiciones o cualidades se han alterado y transformado. El Hombre de Vitruvio, esa concepción leonardiana, con medidas ideales de las partes del cuerpo humano, y con un trasfondo de cifras áureas, puede alterarse. Y así se pueden crear figuras desproporcionadas a propósito, que pueden transmitir emociones, pensamientos, sensaciones y que pueden clasificar en las formas y concepciones artísticas.

Hay cuadros de Goya, un artista de trascendencia y aportes diversos al arte pictórico, que no podrían clasificarse como “bonitos”. Son una exaltación de la fealdad, de lo siniestro y oscuro. Y nadie podría decir que no son obras de arte, incluidos Los fusilamientos del 3 de mayo, las aguafuertes de brujas repulsivas montadas en escobas y otras imágenes tenebrosas. La vida imita al arte, dicen algunos. El arte imita a la vida, opinan otros.

Francisco de Goya y Lucientes: El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos de patriotas madrileños o Los fusilamientos del 3 de mayo. 1814, óleo sobre lienzo, 268 x 347 cm, Museo del Prado, España.

Y en la creación artística, en particular de las artes plásticas, los materiales han cambiado y se han desarrollado formas insospechadas. Hay en las instalaciones unas propuestas que, si se miran con determinados lentes de la tradición artística, son una porquería. Y entonces, ¿si son hechas por artistas hay que darles la categoría de arte? Quizá la obra más influyente, o al menos más sonada, fue la que Marcel Duchamp creó (sigue en discusión lo de creación) en 1917, en plena conflagración de la Gran Guerra: un urinario al que le puso como título La fuente, que mandó a una exposición a Nueva York. Con esa acción, Duchamp quiso demostrar que cualquier objeto puede ser catalogado como obra artística si el autor, el artista, sabe situarlo en el contexto adecuado y lo declara como tal. Vaya despelote el que armó este creador vanguardista francés con su miccionadero de porcelana.

El arte, entre sus elementos constitutivos, tiene creatividad, estética, belleza (esta entendida de distintas maneras, porque el concepto ha evolucionado, o, según otros, se ha envilecido). Recuerdo a Baudelaire que transformó no solo los puntos de vista, sino los objetos del arte. Y le dio categoría de belleza a elementos que estaban considerados como feos, repugnantes, chocantes, en fin. Así puede haber belleza en desechos y basuras; en un gallinazo, en una yuca, en cosas que antes no se poetizaban, como decir una arracacha (no siempre tiene que ser romántica y bella la rosa, la misma que doña Gertrud Stein definió como “una rosa es una rosa es una rosa”).

Bueno, pero me he estado alejando del asunto central: ¿es el fútbol un arte? Hay crímenes artísticos o, al menos, a lo De Quincey, el asesinato puede ser una de las bellas artes. Hay robos o asaltos de una extrema sutileza y creatividad, como se dan actitudes de dimensión artística en algunas estafas. La estética, la creatividad, la belleza no son elementos exclusivos del arte, pero, por sí mismos, no dan patente para considerar que si hay plasticidad, si una acción u objeto atraen, o hay en su presencia cualidades que los hagan parecer a una creación artística, no podría decirse, así no más, que son arte.

Hay un bello cuento de Fontanarrosa, escritor y caricaturista argentino, que siempre vivió en su ciudad natal, Rosario, y fue un hincha sufrido y fiel de Rosario Central, que se llama Viejo con árbol. El viejo, que va siempre a ver unos cotejos  de potrero, le dice a otro de los personajes llamado el Soda, que el fútbol está emparentado con el arte y comienza una descripción maravillosa de jugadas y movimientos de los futbolistas que son semejantes a determinadas artes: la escultura, la danza, la música, el teatro, hasta concluir que no es más que un juego, sí, hermoso y todo, que desata emociones desmesuradas y hasta irracionales.

Ciertas jugadas individuales y colectivas en el fútbol dan para una catalogación, por su creatividad, plástica y diseño, de arte. Hay una conjunción de elementos que solo en el arte alcanzan dimensiones imaginativas, bellas, sensoriales, de un goce inaudito. De contemplación y éxtasis. Apoteósicas. El Brasil 70, por ejemplo, con su constelación que tenía al rey Pelé como su máxima figura, demostró en esos aspectos que tenía elementos de estética, belleza, creatividad. Un equipazo con genios en la cancha.

Por ejemplo, hubo en aquella jugada de repentismo, cuando Pelé recibe un pase, sale el arquero de Uruguay, Ladislao Mazurkiewicz, y con solo un amague, el guardameta queda desconcertado, el balón sigue su rumbo, Pelé, como si hubiera realizado un “8” imaginario, pasa por un lado del portero, tira al arco y lo que iba a ser un golazo antológico, se pierde por centímetros. Igual, muchos dicen que esa maravilla fue gol. Ah, y qué tal, en ese mismo torneo, a Pelé elevándose como una suerte de deidad que sube al cielo, cabezazo imposible de tapar, y el cancerbero inglés, Gordon Banks, en una voladora desconcertante envía el balón al córner. Se dijo que era “la tapada del siglo”.

Hay pinceladas de arte en jugadas maravillosas. Las hubo en los pases de César Cueto, en las gambetas de Ronaldinho, en los chanfles de Corbatta, en las alucinantes jugadas de Riquelme, en la elegancia de Sócrates, en los quites de Beckenbauer, en las maniobras de Cruyff, en fin, que, como lo expresó Dante Panzeri, el fútbol es la dinámica de lo impensado. Y esas plasticidades tiene ingredientes artísticos. Con todas las bellezas que se veían antes (cada vez son menos, porque el fútbol se tornó una actividad muy “científica”, que deja poco a la imaginación y a la fantasía), y una que otra hoy, con tanta estética y creatividad en jugadas, no se puede decir, por ello, que el fútbol es un arte.

En cualquier caso, es imposible no volver a aquel golazo de Maradona, que tuvo todos los sabores y colores, todos los ingredientes (política, vindicta, exceso de talento, la comprobación de la sentencia de André Maurois de que el fútbol es la inteligencia en movimiento), sí, todos los elementos de una obra de arte: el segundo tanto contra Inglaterra en el Mundial del 86. Genialidad.

En el fútbol hay jugadas que pueden catalogarse como “arte efímero”, una creación de prodigio que solo dura instantes y queda, eso sí, para siempre en la memoria de los espectadores.

Coda con calderón. Esta nota la provocó mi participación como invitado de ocasión a una tertulia de comunicadores, que orienta el periodista y escritor Juan José Hoyos, debido a que una de las integrantes había escuchado en la radio a un locutor que, casi desgañitándose, opinaba que el fútbol es un arte.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, Escrito en Medellín el 6 de junio de 2021

Editado por María Piedad Ossaba