Crisis climática y modelo agroindustrial de déficit energético: el futuro post-fósil está en los intersticios

En el primer semestre de 2019, los eventos climáticos extremos desplazaron a siete millones de personas en el mundo, cifra récord que sitúa a 2019 en camino de ser uno de los años más desastrosos en casi dos décadas, sin contar, incluso, los efectos del huracán Dorian (InternalDisplacementMonitoringCentre, 2019)

De los 300.000 años de historia de nuestra especie en la Tierra, la mayor parte la hemos pasado vagando entre plantas y árboles, forrajeando nuestro alimento. Hace unos 12.000 años, nuestros antepasados seleccionaron las especies vegetales más promisorias y se asentaron en sociedades agrícolas. En tiempos más cercanos, los años cincuenta del siglo XX, una sustancial proporción de la población del mundo habitaba el campo; sus actividades cotidianas estaban directamente relacionadas con la producción y distribución de alimentos. Con la gran aceleración, que se da con la intensificación del modelo económico capitalis-ta a partir del uso de petróleo como fuente energética que posibilita su configuración (Riechmann, 2017), esta realidad, relativamente estable en el tiempo, cambió por completo. La industrialización de la producción de alimentos impulsó la generación de patrones de consu-mo que permitieron el nacimiento y desarrollo de una gigantesca industria subvencionada por la energía solar acumulada en los combustibles fósiles, lo que determi-nó una nueva proporción demográfica campo-ciudad, la desaparición de ecosistemas enteros que fueron re-emplazados por plantaciones, la homogeneización de nuestras dietas, la pandemia de la obesidad: una forma completamente nueva de relacionarnos con el alimento, con nuestros cuerpos, y por ende, con los entornos ecológicos que sostienen la vida. A partir de la extracción ilimitada de bienes naturales en un planeta finito, con condiciones también finitas para procesar los residuos – por ejemplo, el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que emitimos a la atmósfera como producto de la combustión de las energías fósiles – se nos impuso un modelo en el que la generación de ganancias perpetuas es más importante que nuestra supervivencia, y la de todo aquello que le da sentido a nuestro paso por el mundo.

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Según el último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés), “el calentamiento inducido por el ser humano alcanzó [en 2017] aproximadamente 1°C (probablemente entre 0,8°C y 1,2°C) por encima de los niveles preindustriales […], au-mentando 0,2 °C (probablemente entre 0,1°C y 0,3°C) por década” (V. Masson-Delmotte, 2018). Al ritmo actual de emisiones, para 2030, estaremos superando los 1.5°C esta-blecidos como límite en el Acuerdo de París. Un valor que no sería de ninguna manera un punto seguro: el aumento de temperatura no es un proceso lineal, por lo que es po-sible que, al superar un umbral determinado, posiblemente menos de 1.5°C, se puedan desencadenar procesos aún más desestabilizadores.
Entre el 44% y el 57% de todas las emisiones de gases de efecto de invernadero provienen del sistema agroindustrial; allí se incluyen las emisiones por deforestación, uso de agrotóxicos y fertilizantes químicos, procesamiento, embalaje, transporte, refrigeración y desperdicio […]
Como en el caso de la fiebre, la temperatura es el síntoma, y un factor desencadenante de la enfermedad, el sistema agroindustrial. Según el último informe “Planeta vivo” de WWF, este proceso extractivo es responsable del 80% de la deforestación global, del 70% del uso de agua dulce, y ocupa alrededor del 33% de la superficie terrestre total. Los datos de pérdida de biodiversidad en Latinoamérica son aterradores: una dis-minución promedio del 94% en las poblaciones de verte-brados estudiadas, debido a la desaparición y degradación de su hábitat, de nuevo, impulsada por la forma en que el capitalismo fosilista produce alimentos (WWF, 2020). Entre el 44% y el 57% de todas las emisiones de gases de efecto de invernadero provienen del sistema agroin-dustrial; allí se incluyen las emisiones por deforestación, uso de agrotóxicos y fertilizantes químicos, procesa-miento, embalaje, transporte, refrigeración y desperdicio (Grain, 2011). Se trata de una cadena de explotación que no produce alimentos: genera mercancías como la soya y el maíz transgénicos, y sobre todo, enormes afectaciones a los entornos socioecológicos locales y globales.
Andrés Gómez O. para La Pluma

Publicada por Revista Semillas 74/75, 14 de enero de 2021

Editado por María Piedad Ossaba