Los desafíos para la izquierda

Es igualmente urgente buscar una nueva relación con el entramado internacional aprovechando el debilitamiento actual de la hegemonía mundial de Occidente.

Superar el neoliberalismo (que es mucho más que un modelo económico) es sin duda la tarea inmediata de la izquierda en Latinoamérica y el Caribe, un reto que al menos enfrenta dos grandes alternativas, cada una de las cuales depende no solo de la adecuada formulación teórica sino sobre todo de la correlación de fuerzas favorable que se consiga generar.

La primera y probablemente la más obvia de estas alternativas sería volver a alguna forma de desarrollismo que ha sido aquí el modelo social que permite el paso de la ruralidad al urbanismo, de la tradición a la modernidad. Los actuales conflictos generados por la globalización neoliberal imponen la necesidad de impulsar algunas fórmulas de proteccionismo, entre otros motivos porque los países metropolitanos parecen apostar por esta misma estrategia; de todas formas no es difícil constatar cómo el libre cambio actual funciona siempre de forma muy desigual: se impone a los países periféricos abrir sus mercados nacionales sin restricción alguna, al tiempo que funciona de manera muy selectiva para los países metropolitanos. Los tratados de libre comercio y las políticas económicas del FMI, del BM o de la OMC funcionan siempre en este mismo sentido defendiendo los intereses de las grandes multinacionales e imponiendo a los países de la periferia medidas que deterioran su producción nacional y extrayendo porcentajes cada vez mayores de su riqueza mediante el sistema mundial del crédito (la deuda externa). En tantos aspectos este modelo neoliberal reproduce el esquema clásico de la relación colonial de dependencia entre el centro rico del sistema capitalista y su periferia pobre de tal manera que no resulta ya exagerado calificar la actual relación como un nuevo colonialismo.

Volver entonces a alguna forma de desarrollismo supondría impulsar la defensa del tejido económico nacional revisando radicalmente los tratados de libre comercio, buscando la soberanía en alimentos, impulsando la industria, el comercio, las finanzas y los servicios de propiedad nacional, dando prioridad sobre todo a las empresas estatales y estratégicas, revisando a fondo la explotación  de los recursos naturales y en particular rehaciendo la asociación con empresas extranjeras; apostando por el desarrollo de la ciencia y la investigación (básica y aplicada); devolviendo al Estado su función de máximo regulador de la actividad económica y de ente determinante frente al mercado, superando su actual debilidad fruto de las políticas neoliberales que dejan en la iniciativa privada funciones claves para la armonía social como la salud, la educación y las pensiones mientras solo se fortalece del Estado su función represiva. En realidad éstas y otras medidas ya son conocidas como fruto del trabajo teórico de especialistas y por los reclamos de los sectores populares. No faltan diagnósticos; el problema no residen en saber qué es indispensable impulsar para salir del atraso y superar la pobreza y la condición de ser países prescindibles en el tejido económico mundial; para terminar la condición de simples proveedores de materias primas, de mercancías de escaso valor agregado y de exportadores de mano de obra barata a las metrópolis. La pregunta es cómo conseguir esos objetivos, algo que por su naturaleza propiamente política remite en primer lugar a determinar cuál sería el sujeto histórico en capacidad de dirigir ese proceso de cambios.

El desarrollismo lo impulsó un sector de la clase burguesa local con un amplio apoyo de sectores populares. Pero en la actualidad ese sector de la alta burguesía no apuesta por esta estrategia; más bien, y en su conjunto, la llamada clase dominante criolla se encuentra cómoda en el actual estado de cosas. Todo indica entonces que son los sectores populares los que impulsen las medidas modernizadoras y democratizadoras que la gran burguesía no va a llevar a cabo. Este sujeto sería el “nuevo proletariado” (el clásico, más los amplios y nuevos sectores de las clases asalariadas), el mediano y el pequeño empresariado rural y urbano y, como una fuerza imprescindible por su dimensión actual, la masa marginada, el pobrerío, el clásico “ejército de reserva”. De este conglomerado se destaca por su rol en la economía el sector más avanzado de los grupos asalariados sin los cuales ningún proyecto económico tendría fundamento; y por su importancia cuantitativa como fuerzas social y política –no solo en las urnas- se debe considerar a las mayorías pobres del campo y la ciudad.

La segunda alternativa que podría considerarse como objetivo a mediano y largo plazo sería la construcción de un orden social esencialmente nuevo que supere tanto al capitalismo deforme que hoy predomina en estos países como al sistema mismo. La izquierda necesita con urgencia formular los términos de esta suerte de utopía (en el mejor sentido del término) y mostrar pedagógicamente el vínculo posible y necesario entre las reformas parciales que son viables en este momento con ese escenario de futuro que permita superar las contradicciones más claras del orden actual, esto es, las crisis cíclicas del sistema que el neoliberalismo no consiguió resolver; entregar a la comunidad las decisiones centrales que regulen el orden social; satisfacer la consigna clásica de “expropiar a los expropiadores” acabando con la explotación del ser humano por el ser humano, siempre con la intención de producir el daño más pequeño que sea factible, no menos que resolver de forma realista las enormes contradicciones que el sistema genera con la naturaleza y que ponen en riesgo la misma supervivencia del género humano.

Es igualmente urgente buscar una nueva relación con el entramado internacional aprovechando el debilitamiento actual de la hegemonía mundial de Occidente. Se trata de disminuir al máximo el impacto entorpecedor que las fuerzas externas van a ejercer para asegurar su actual dominio y poder entonces hacer efectivo el ejercicio de la soberanía nacional.

Juan Diego García para La Pluma

Editado por María Piedad Ossaba