La humanidad cuenta con los medios y las condiciones para controlar el Coronavirus19, que ha causado más de 161.030 muertes y 2.338.335 contagiados. Científicos, epidemiólogos y miles de laboratorios farmacéuticos trabajan para hallar la vacuna y hay razones de peso para pensar que lo conseguirán. La historia ha demostrado con creces, que la ciencia ha sido más eficaz que las religiones para curar las pestes que han azotado a la humanidad.
No puede decirse lo mismo del neoliberalismo, la necropolítica que ha llevado a la tumba a millones de excluidos (pobres, desempleados, enfermos, gente sin seguridad social, campesinos, comunidades indígenas, adultos mayores, informales, mendigos, pensionados) cuando no le han sido rentables, como ocurre ahora.
De un sistema económico basado en la codicia, las ganancias y la mercantilización de la vida no se puede esperar nada distinto a la injusticia global. Un sistema que, además, ha destruido el Estado de bienestar, privatizado la salud, la educación, las pensiones y la seguridad social. Por lo tanto, la solución al estado de pobreza y exclusión que azota al mundo no está en los capitalistas, ni en los defensores de las privatizaciones, y mucho menos en los responsables de eliminar las instituciones desde las cuales se hubiera podido enfrentar la crisis actual en mejores condiciones.
Porque, ¿qué pueden esperar los excluidos de la élite capitalista? Nada distinto a cobrar una deuda histórica, por eso reclaman lo que les fue arrebatado, el derecho a una vida digna. No otra cosa son los estallidos sociales, la vieja cuenta de cobro de los condenados de la tierra a la élite económica que se ha apoderado de los bienes de todos.
Por eso es absurdo creer que el llamado al confinamiento de quienes no cuentan con medios, ni ingresos, ni empleo lo van a cumplir “quedándose en casa”. La solución tampoco está en llevarlos al matadero de la fábrica o empresa a trabajar, con el propósito de producir para salvar la “economía de mercado”, como recomiendan los voceros del capitalismo. El confinamiento para millones que viven en la pobreza, no ha hecho sino empeorar las desigualdades sociales y ya se sabe que el hambre sino se sacia oportunamente adquiere comportamientos agresivos, no da espera y en el peor de los escenarios, devuelve a los famélicos a la época del hombre de cromañón o neandertal de hace 50 mil años. ¿Y quién desea esa pesadilla?
Esta simple frase, el neoliberalismo es la verdadera peste de la humanidad, tiene detrás un largo proceso histórico y un significado profundo. Que alcanza su real dimensión si se piensa que esa fábrica global de la muerte ha estado operando durante cuatro décadas ininterrumpidas, desde que los gobiernos conservadores y anticomunistas de la primer ministra del Reino Unido, Margara Thatcher y el presidente de los EE.UU., Ronald Reagan, le aplicaron al mundo la doctrina neoliberal (asimilándola con la democracia) basada en el “mercado libre” o economía de mercado, como la fórmula triunfadora sobre la economía planificada y socialista, luego de las negociaciones con el último presidente, un socialdemócrata y reformista, que tuvo la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov.
Tras el triunfo político del capitalismo y la derecha mundial, una mayoría de gobiernos aplicó al pie de la letra el mismo programa económico ayudados por las instituciones hechas para propagar esa plaga social que hoy azota al mundo: el FMI, el BM, la ONU, la OCDE, etc. Pandemia global convertida en una bomba social a punto de estallar, sino se provee de alimentos y lo necesario para su subsistencia a millones de pobres, algo completamente irónico y absurdo en plena era de las tecnologías de la comunicación, la globalización, la producción masiva de alimentos y la inteligencia artificial.
De ahí que el reto principal de la humanidad sea una radical reconstrucción económica, política y cultural de la sociedad sobre bases nuevas. Ya que no es otro el conflicto del mundo, como lo han demostrado claramente teóricos sociales, intelectuales, activistas de movimientos sociales y algunos líderes políticos excepcionales.
Al mundo lo gobierna un modelo depredador que amenaza la vida misma del planeta; es la New York pobre donde la tasa de mortandad se concentra con saña en afros y latinos, sin seguridad social ni ayuda de ningún tipo; en un momento en donde abunda la avaricia y escasea la solidaridad. Sin embargo, la capital del mundo no está sola, la acompañan Tulcán, Guayaquil, Guayas, Bogotá, Medellín en Latinoamérica, así como las grandes capitales de África y Asia.
Como se ha visto, de la mezcla neoliberalismo-coronavirus no se salvan las mismas naciones capitalistas desarrolladas (Italia, España, Francia, Alemania, Escandinavia), ni los EE.UU. Donde en un solo día se contaron 4.491 muertos, mientras que la cifra de desempleados ascendió a 22 millones las últimas 4 semanas. Y no hay sociedad que aguante un tsunami social de esa magnitud.
Sin embargo, su presidente, Donald Trump (así mismo Bolsonaro en Brasil, en parte Boris Jonhson en el Reino Unido, y otros neoliberales adictos) insiste en “abrir” el país y ponerle fin al confinamiento, deseando hacer lo que todo fascista neoliberal sueña, salvar la economía a costa de la vida, es decir, volver al viejo darwinismo social para que haga una limpieza social de Los que sobran.
Es un hecho que al mundo lo gobierna el fascismo liberal que, en palabras del intelectual canadiense y crítico de la pedagogía Henry Giroux, consiste en una combinación de crueldad basada en el mercado y las formas explosivas de racismo y limpieza racial. Aunque, por otro lado, afirma, la crisis actual abre a otras posibilidades como la de producir cambios radicales, conquistar una renta básica universal, reconstruir un sistema de salud gratuito, universal y de calidad, (y) mayor consciencia por la justicia ambiental.
Y agrega que, “el coronavirus no afecta a todas las personas indiscriminadamente. En realidad, los pobres, los ancianos y las personas de color soportan la carga de los efectos de este virus como ningún otro grupo, especialmente en Estados Unidos.” Finalmente, apuesta por una sociedad socialista democrática construida desde un nuevo lenguaje, una nueva visión y movimientos sociales donde la justicia, la igualdad y la libertad constituyan su naturaleza.
No cabe duda, que la crisis actual ha revelado la fragilidad e incapacidad de los gobiernos neoliberales para enfrentarla, pero también ha roto el hechizo ideológico de más de 40 años de vigencia del modelo.
Sí, al coronavirus se le controlará, sin embargo, la postpandemia estará dominada por la disyuntiva entre totalitarismos/autoritarismos (duros o blandos) o sociedades globales empoderadas y solidarias. Dependiendo de la capacidad de respuesta de los condenados de la tierra al sistema económico que los excluye y elimina, será posible otro mundo, pero no antes sin la derrota de la necropolítica.
Oto Higuita para La Pluma, 19 de abril de 2020