Una nueva moral contra la violencia sistémica

Solo cuando un mismo individuo está abierto a todas estas posibilidades se puede pensar en articular a nivel colectivo las luchas en diversas direcciones

Todos los días hay protestas multitudinarias en varios países del planeta globalizado, y aunque no se conversen entre sí, la mayoría de estas protestas reclaman las mismas cosas en múltiples lenguajes: eliminación de las políticas neoliberales que tienen asfixiados a los sectores populares en todo el mundo y apertura democrática para la construcción de una sociedad donde la vida prime sobre el capital. Muchas de esas movilizaciones incluso alcanzan a sostenerse y recrearse por meses y por años, como ocurre en Francia con los Chalecos Amarillos, o en Haiti y en Chile donde trascendieron rápidamente las reivindicaciones puntuales que les dieron origen. Otros son estallidos de inconformidad tan enormes que sorprenden hasta a las propias organizaciones al frente de la movilización, quienes terminan retrocediendo ante su propio potencial, como ocurrió recientemente en Ecuador. En fin, el caso es que en todas partes la respuesta del capital, desde todas sus instancias de poder, es siempre la misma: agudizar la represión y profundizar las políticas neoliberales, sin importar que con ello profundice precisamente la crisis social, ecológica y moral que mantiene a la gente sublevada en las calles.

https://elcolectivocomunicacion.files.wordpress.com/2020/03/lot-2b-jean-michael-basquiat.jpg?w=661LOT 2B – Jean Michael Basquiat

No tiene el capitalismo herramientas para enfrentar esta crisis que, como se sabe desde hace tiempo, ya no es solo una crisis económica y social, sino civilizatoria. Eso quiere decir que lo que está en juego no es tal o cual reforma, tal o cual modelo económico, sino la totalidad de la forma de vida de la sociedad actual. Eso implica cambiar la forma en que producimos nuestros bienes de subsistencia y toda la dinámica de consumo promovida por el capitalismo a fin de mantener sus tasas de acumulación, entre muchas otras cosas. El capitalismo, que rige toda la dinámica de la sociedad contemporánea, es el centro mismo de la civilización actual, y por eso precisamente no pueden los capitalistas comprender la crisis y diseñar estrategias para superarla.

La única crisis que puede sensibilizar realmente al capitalista es la crisis de acumulación de capital, y cada respuesta para superarla no puede hacer más que profundizar la crisis civilizatoria. Y es que esta crisis se funda, además de la explotación humana, en el sometimiento de la naturaleza, y esta ha terminado por evidenciar que ya no es posible sostener las fabulosas tasas de ganancia que persigue el capitalista. Y esto es precisamente lo que explica la profundización de las políticas neoliberales, por un lado, y el tratamiento de guerra a todas las formas de protesta social, por el otro.

Los capitalistas siempre creyeron en el mito de que la riqueza se podía incrementar y acumular eterna e impunemente. Pero cuando empezaron a incorporar al mercado extensiones cada vez más amplias y diversas de la naturaleza se encontraron con una barrera absoluta, insuperable. Si a la finitud del planeta y, por tanto, del mercado mismo le sumamos ya un orden multipolar dominado por varias potencias que buscan a como dé lugar controlar porciones cada vez mayores del mercado existente, podemos entender lo encarnizado de la competencia hoy y la necesidad que tienen los capitales de profundizar la explotación del trabajo y de la naturaleza en todas partes. El suyo es un viaje acelerado hacia el abismo.

De ahí que nunca como hoy sea tan urgente la movilización en todas las formas posibles y la articulación de todas las luchas, no solo a nivel nacional sino planetario. Y más importante todavía, debemos lograr incluso que converjan en los mismos sujetos las diversas luchas que hoy claman por transformar el orden social, o por lo menos su sensibilidad hacia ellas: las luchas contra la explotación, contra el patriarcado, las luchas ecológicas, las animalistas, por la identidad propia y por la diversidad. Solo así podremos descarrilar esa locomotora de la civilización que se ha quedado sin conductor desde hace mucho tiempo.

Pero la convergencia de estas luchas en un mismo sujeto solo es posible mediante procesos de formación política que nos permitan abrir nuestra mente y corazón con los demás y transformar incluso nuestras formas de sentirnos y percibirnos los unos a los otros e incluso a nosotros mismos. Pues esa forma de sentir y percibirnos ha sido educada paciente y violentamente por el capitalismo para sus propios fines: por eso somos egoístas y competitivos, indiferentes a la suerte del otro. Este proceso de formación política nos ayudaría a recrearnos (y ya lo ha demostrado en otros tiempos) como sujetos diversos, capaces de albergar en un mismo individuo la sensibilidad del trabajador, del ecologista, de la feminista y abandonar las posiciones fijas del heterosexual, del patriarca, del dominador o el dominado. Solo cuando un mismo individuo está abierto a todas estas posibilidades se puede pensar en articular a nivel colectivo las luchas en diversas direcciones; de lo contrario seguiremos enfrascados en luchas sectoriales, enarbolando el discurso retórico de la unidad con la única intención de que los demás se comprometan en mi lucha. Eso es lo que hasta ahora ha impedido el avance organizativo de las luchas mundiales contra el sistema, a pesar de la mediocridad intelectual y moral de la burguesía.

Las nuevas movilizaciones pueden ser el impulso renovado para la formación de una nueva moral que nos permita vernos y sentirnos de otras maneras, que haga de la política un arte para la vida y no para la manipulación, que permita sacudirnos la tutela de una élite arruinada moralmente y que nos dice que toda forma de protesta contra el sistema es una manifestación violenta de vándalos desadaptados. Ante todo, hay que cuestionar esa moral de doble discurso sobre la violencia: la propia élite que mantiene sus privilegios sobre una violencia estructural nos ordena callar porque nuestro grito contra su injusticia les suena violento, los mismos que masacran pueblos enteros se escandalizan porque unos pocos jóvenes en la universidad pública se encapuchan y hacen mucho ruido con sus explosivos arcaicos, y mandan para controlarlos ejércitos de verdaderos criminales. No se trata de una defensa de la violencia en sí misma sino del sometimiento a evaluación de esos criterios morales que se usan cada vez como estrategia de dominación y sojuzgamiento. Las estrategias de la movilización no pueden ser juzgadas sobre estos criterios; lo que nos permite un juicio certero sobre ellas es su real eficacia para avanzar en la transformación de las estructuras de dominación y su compatibilidad con nuestra idea de un ser humano libre, justo y digno que empezamos a encarnar aquí mismo y ahora.

Exercice de Style – Marina Gonzalez Eme 
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El Colectivo, Editorial N° 50, 5 de marzo de 2020

Editado por María Piedad Ossaba