Joven Papa, Nuevo Papa, de Paolo Sorrentino: bis repetita non placent*

Esta infantilización de los más altos dirigentes, así como de los espectadores, es además el aspecto más preocupante de esta serie: Sorrentino no logra elevarse por encima de una psicología edípica sumaria, que un erotismo igualmente barato no mejora.

En Youth (2015), Paolo Sorrentino ponía en boca de Jane Fonda, rechazando un papel en la película en proyecto de uno de los héroes, una apología de la serie: las películas son anticuadas, y las series de televisión pagan mucho mejor. Era un alegato pro-domo, puesto que el cineasta ya debía negociar, o haber firmado, con Canal Plus. Si Sorrentino sin duda ganó económicamente, ¿puede el espectador puede felicitarse por esta nueva situación? ¿Hay algo que esperar de las series?

The young Pope  había grandes expectativas, y el genérico al menos era muy exictante, con la marcha triunfal de Jude Law, en paralelo con la carrera de meteorito que acabó derrocando al Papa Wojtyla de forma jubilosa, en referencia a la obra de Maurizio Cattelan. La cuestión que se planteaba era: ¿Tiene Sorrentino algo audaz,

subversivo que decirnos? Ciertamente, la respuesta fue escrita de antemano: una serie gran público (y para el público de pago) sólo puede ser consensual. Y, de hecho, para convencernos de que su papa era un anticonformista, Sorrentino sólo encontró pobres trucos, como convertirlo en fumador o en amante de Cherry Coke Zero.

 

La Nona Ora (Novena Hora), de Maurizio Cattelan (1999-2000)

Había sin embargo, una idea extremadamente pertinente al principio, a saber, que hoy en día, cuando estamos saturados hasta la náusea de lo políticamente correcto y del progresismo de costumbres, un personaje que se supone subversivo sólo puede ser reaccionario; pero esto es especialmente evidente en los artilugios de ropa (como los zapatos rojos) prestados al Papa Ratzinger. En cuanto a las ideas, Pío XIII roza lo ideológicamente incorrecto (caza a los homosexuales en la Iglesia), pero finalmente se rodea de homosexuales, como el Cardenal Gutiérrez, a quien confía la formación de aspirantes a sacerdotes, y pone en primer plano la acción contra los sacerdotes pedocriminales, ¡un tema mediático consensual si es que alguna vez lo hubo!

Pero no dice nada sobre las grandes temas políticos: de un Papa realmente subversivo, lo que se esperaría es en primer lugar una rehabilitación de la teología de la liberación, un homenaje a los sacerdotes, religiosas y obispos torturados y asesinados por los regímenes dictatoriales de América Latina, y que acabe con el  deal, del que no se habla, pero que es evidente en los hechos, con los USA : vía libre para los evangélicos, propagandistas de un liberalismo desvergonzado (el éxito en la tierra como única promesa y aspiración) contra la garantía del orden social y político. Este sería el punto de encuentro entre la reacción teológica (retorno a los fundamentos cristianos: la exaltación de los pobres) y la revolución político-económica (fin de los vínculos con las mafias – entonces ¿quiénes son los verdaderos jefes de las mafias: los matones o los políticos y la Iglesia? – fin del Vaticano como potencia bancaria).

Cabría esperar también una revolución en la política internacional del Vaticano y el concepto de ecumenismo: éste se practica solo en forma de una cooperación con el judaísmo e Israel (durante los bombardeos de Gaza por Israel en 2014 que mataron a más de 1.000 personas, incluidos 230 niños, escuché a un sacerdote repetir, en una ceremonia de bautismo, con trémolos: “¡Jesús era judío!”). Cuando Israel bofetea la mejilla izquierda de la Iglesia tratando de apoderarse de todos los lugares sagrados de Jerusalén, la Iglesia tiende la mejilla derecha. El ecumenismo debería al menos extenderse a la Ortodoxia y al Islam; pero, por el contrario, el Papa de Sorrentino ridiculiza la primera en una escena indigente donde el patriarca (ruso, obviamente) no tiene nada que decir, y es cortésmente despedido.

Sin embargo, la seducción de Jude Law y el talento de Silvio Orlando (Voiello, el Cardenal-Secretario de Estado hincha del Nápoles) hizo pasar muchas debilidades.

En la segunda temporada, en cambio, Jude Law o su espíritu (está en coma) sólo hace apariciones silenciosas, y el papel de Voiello es tan repetitivo y esquemático que incluso Orlando no puede hacer nada para salvarlo. Hay un hallazgo, el del Papa interino Francisco II, un franciscano que circula por los pasillos del Vaticano en medio de una guardia pretoriana de jóvenes monjes hirsutos y fanáticos, que confiscan las joyas de los cardenales, reviviendo la experiencia de Savonarola y su “hoguera de las vanidades”. Pero la secuencia es tratada de manera tan excesiva, que sólo hay un deseo: que el papa extremista se largue lo antes posible. Así que uno se siente aliviado cuando una oportuna taza de café o chocolate lo  envía ad patres. Sorrentino revela aquí un inesperado parecido con Almodóvar: la habilidad de tratar situaciones serias de tal manera que se desactiven los cuestionamientos morales (Francisco II nos molestaba, tanto mejor que lo hayan asesinado).

Pero si esta secuencia es grotesca, muchas otras son ignobles: la segunda temporada comienza con un casete de un islamista que clama su odio a los cristianos, y el islamismo se presenta como el problema esencial de la Iglesia, Sorrentino sigue así la enseñanza  hoy muy anticuada de Francis Fukuyama, y justifica la política usamericana de guerra perpetua. Sin embargo el aspecto más llamativo en El Nuevo Papa sigue siendo la sexualización a ultranza de la serie: al principio de su entrevista con Sharon Stone, el Papa le pide que no descruce las piernas, una broma que no podría estar más fuera de lugar en la boca de un Papa (alusión a la escena famosa de Basic instinct donde Kim Basinger cruza y descruza las piernas sin llevar pantalones). El nuevo genérico anunciaba además el color: no más referencias artísticas, no más irreverencia política, sino una escena de orgía lésbica entre las monjas a lo David Hamilton. Pero las más ignoble son las nuevas aventuras de Ester (Ludivine Sagnier), la esposa estéril y devota “milagrada”; ella permite a Sorrentino desarrollar fantasías sádicas: para demostrar su caridad cristiana, debe hacer el amor con una especie de hombre lobo y, para colmo, ¡su acto de amor debe ser ricamente recompensado! (a este nivel, los escrúpulos en lo que respecta el estropeo están fuera de lugar).

Después de los primeros cuatro episodios de la temporada 2, uno se pregunta qué podría reavivar el interés mientras se espera la resurrección de Pío XIII; pero aun así, imaginar a los dos papas en presencia cuando ninguno de ellos tiene una política clara y audaz que defender sólo puede causar aburrimiento. Tal vez se enfrenten a sus respectivas experiencias de niños no amados, ya que el destino de la Iglesia y del cristianismo parece interesarles mucho menos que sus relaciones con mamá y papá.

Esta infantilización de los más altos dirigentes, así como de los espectadores, es además el aspecto más preocupante de esta serie: Sorrentino no logra elevarse por encima de una psicología edípica sumaria, que un erotismo igualmente barato no mejora. En el paso a las series de televisión no tiene éxito; pero tal vez sólo pasó a las series porque llegó al final de su inspiración, como ya lo demostraron el indigente Silvio y los otros, un sujeto político desprovisto de todo interés político.

*Lo que se repite ya no seduce

Rosa Llorens Ρόζα Λιώρενς

Original: Jeune Pape, Nouveau Pape, de Paolo Sorrentino : bis repetita non placent*

Traducido por María piedad Ossaba para La Pluma y Tlaxcala, 17 de febrero de 2020

Editado por Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

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