Colombia: Del paro y los lambones

El paro no es de “buenos” ni de “malos”, es un ejercicio de la libertad y una consecuencia de las eternas tropelías del sistema (del gobierno, del régimen) contra las mayorías que, cada día, con más lucidez, aprenden a no tragar entero.

Es posible que el paro nacional del 21 de noviembre y sus proyecciones en otras jornadas, incluidos los cacerolazos, el sistema (el régimen, el gobierno) los absorba, los agote, los asedie hasta querer marchitarlo. Es posible. Al no responder a las justas peticiones, a las motivaciones de la masiva resistencia, y ni siquiera atender al Comité de Paro, lo que busca es cansarlos y, de paso, ir horadando la protesta. Y modos de esta situación se pueden dar no solo con la represión, sino, como se ha visto, con el lenguaje y las tergiversaciones.

Es posible desde la perspectiva de las emociones ir acabando con las formas de soliviantarse la gente contra las penurias y otras miserias. “De qué me hablas, viejo”, puede ser una forma, sutil si se quiere, de ir haciéndose el pendejo con los movimientos populares y sus demandas. Pero hay otras maneras, a veces soterradas, a veces abiertas, de ir menguando la disposición de los participantes de la repulsa, sin hacer ninguna concesión. Dentro del paquetazo neoliberal de Duque, contra el que se proclamó la vitalidad del paro, ya se aprobó la reforma tributaria. Y ahora, los epígonos del poder emprenden una ofensiva.

Una táctica, por ahora inane, pero que puede dar los frutos que quieren el gobierno y sus adláteres, es la de los esquiroles. Ya se ha visto pasacalles, vallas, y uno que otro mitin callejero, con expresiones como “dejen trabajar”, “yo no paro, produzco”, “trabajo sí, paro no”. Todo calculado para ir dando una falsa idea de que los del paro, sus promotores y los miles y miles de marchantes, son vagos. Y eso que falta que les endilguen que están contra la “patria”. De otro lado, pero con la misma mira, los señalan, en una macartización oprobiosa, de ser los “malos”.

Se quiere dar la apariencia de que el paro es inútil. No faltan los arrodillados, los que desde su lambonería y su hostilidad frente a todo lo que esté conectado con las reivindicaciones populares y con la justicia social, se desviven por decir que los del paro son “vándalos”. Sucedió con los rayones que, infiltrados o desubicados que no representan ni defienden los objetivos del movimiento, hicieron en un hotel y un banco. Está bien que se “emputen” por la ensuciada de paredes, pero que no olviden que también hay que indignarse por los asesinatos de líderes sociales, por las mentiras oficiales, por las reformas antipopulares y un largo etcétera de agresiones contra la mayoría de la población.

Y mientras la visceralidad, aupada por medios de comunicación, se levanta contra los que protestan, se dejan venir las propuestas neoliberales de acabar con las cajas de compensación, de terminar con los intereses de las cesantías. Se destila odio contra los trabajadores. Los mismos a los que, desde hace años, se les conculcaron y vulneraron sus derechos, las víctimas de dañinas reformas laborales, las mismas (o peores) que se siguen cocinando desde las altas esferas.

El lenguaje oficial disfraza sus intenciones de bajar salarios, deteriorar las pensiones, “tercerizar” la mano de obra y otra serie de artimañas contra el trabajador, y pone a sus paniaguados a desbarrar en torno a que quien participe de protestas es “malo”, mientras los otros, los que se prosternan ante el poder, son los “buenos”. Y para esto último cuentan con calanchines en el Congreso, en las emisoras, en los periódicos, en fin, proclamadores de un vulgar maniqueísmo y partícipes de una suerte de conspiración del lenguaje, al que mangonean y enmascaran.

Se sabe desde hace tiempos que quien controla la difusión, la transmisión o la comunicación de las palabras adquiere un enorme poder. Ya no solo vigila, maneja, reprime e impone su visión del mundo, sino que manipula conciencias, cambia significados de las palabras, crea una neolengua, como acaece en la vigente novela 1984, de George Orwell. Y, en un proceso de tergiversación de significados, puede, como sucedió en nefandos tiempos, que los que se oponen son no solo los “malos”, sino los “guerrilleros de civil”, los “comunistas”, los “vándalos” …

La connotación que le quieren dar al paro los lacayos gubernamentales y otros aduladores es la de calificarlo como “perdedera de tiempo” o de que se trata de muchachos a los que les “faltó correa” y bobadas así. El paro es una paradoja: se para para conseguir mejores condiciones de vida, por la dignidad y contra los atropellos. Se para y se marcha para que se sienta que no se está de acuerdo con la humillación ni con las burlas oficiales.

El paro no es de “buenos” ni de “malos”, es un ejercicio de la libertad y una consecuencia de las eternas tropelías del sistema (del gobierno, del régimen) contra las mayorías que, cada día, con más lucidez, aprenden a no tragar entero.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 28 de enero de 2020

Editado por María Piedad Ossaba