Fue una batalla muy especial la de este último viernes del año, la que se dio para recuperar la Plaza de la Dignidad. Desde las primeras horas de la tarde, los que tienen práctica en la lucha callejera que se viene produciendo desde la primera revuelta del mes de octubre, preanunciaban que había una alta concentración de carabineros (pacos, para el común de los chilenos) en los alrededores. Con los tradicionales camiones blindados que lanzan agua con todo tipo de químicos venenosos, los pacos a caballo, o en las motos y otros vehículos varios desde los que bajaban una multitud de uniformados, conformaban un cuadro de represión latente.
En una plaza lindante, una olla popular servida por la Central Clasista de los Trabajadores, alimentaba solidariamente a los jóvenes de la “primera línea” que poco tiempo después entrarían en combate. A los pocos minutos de servir unos fideos con tuco, cayeron los pacos en moto, para revisar las mochilas de varios jóvenes que comían sobre el pasto. Otros, a caballo, pasaban por el lugar con actitud prepotente, y en las dos oportunidades, el griterío no se hizo esperar: “Pacos culiaos por qué no nos dejan en paz” o “en un rato nos vamos a ver las caras”.
En las distintas esquinas que rodean la plaza, comenzaban a concentrarse grupos de jóvenes, que caceroleando y cantando consignas empezaban a dar cuenta que la intención iba a ser como siempre, intentar ocupar la Plaza. De pronto, sin que nada hubiera sucedido, uno de los camiones hidrantes, conocidos como “guanacos” comenzó a empapar con agua a un grupo de chicos, y esa fue la señal para empezar los enfrentamientos.
A partir de ese momento el espacio se llenó de gases, corridas y un agitar de banderas mapuches y chilenas. Fue justo en ese momento cuando desde lo alto de un edificio comenzó a transmitir la Radio de la Plaza de la Dignidad. Apenas escucharon la voz de una de sus locutoras, los jóvenes que en la calles eludían los chorros potentes del “guanaco” estallaron en aplausos y más gritos. La radio comenzó a cumplir el objetivo que se fijaron un grupo de militantes que la pusieron en marcha: acompañar la lucha de los cabros y cabras y denunciar la represión del gobierno dictatorial de Piñera. Empezó a sonar la música de la revuelta y la calle a agitarse, esta vez al ritmo de cumbias y el estruendo de los gases. Memo, uno de los impulsores de la emisora nos comenta al paso que “se cuentan por decenas los cantantes y grupos de todos los estilos que nos envían temas relacionados con la pelea en las calles contra el sistema, y que sirven de incentivo para los momentos duros de las cargas policiales».
Abajo, las escenas protagonizadas por jóvenes y adolescentes son imborrables para quienes estuvimos allí. Chicas y chicos bailando mientras eludían los chorros de agua de los guanacos, y otros que las agarraban y devolvían al grupo de carabineros que las lanzaban. Paramédicos que con la típica cruz roja o azul pintada en un casco o en un escudo, aliviaban con agua y bicarbonato o jugo de limón, los efectos de los gases. “El pueblo unido…» coreaban los de la esquina norte, “Pacos culiaos” señalaban los de enfrente, mientras los distintos cuerpos policiales actuaban todos a la vez y generaban un clima de acoso insoportable que solo se rompía gracias a la actuación heroica de la “primera línea” que con gomeras y cascotes tenían a raya a grupos de carabineros que además eran encarados por chicas jóvenes que les insultaban o les recordaban que la mayoría de ellos eran de origen humilde y le estaban pegando a quienes podrían ser sus hermanos o hijos.
De pronto, alguien da el alerta: por la avenida de la Alameda, a solo tres cuadras de la plaza venía marchando una gruesa columna con banderas, pitos y cacerolas. Eran los refuerzos que hacían falta para desempatar la batalla, que por momentos generaba un clima asfixiante. En esa marcha venían jóvenes trabajadores y estudiantes, muchas mujeres y hasta abuelos que señalaban en pancartas que portaban sobre su cuerpo: “Apoyamos a los nietos que ponen los muertos y los ojos”. Fue en ese momento que aparte de resistir la presión que comenzaron a sufrir por las bombas de gases y algunas incursiones del guanaco, se vio cruzar en el aire a gran altura una granada gasífera que impactó en el edificio del Centro de Arte de la Alameda, donde de inmediato se produjo un gigantesco incendio. La calle estalló en un solo grito de “asesinos, asesinos” y el tradicional cantito de que “las balas que nos tiran van a volver”.
La granada que provocó el incendio vino desde los alrededores del monumento al carabinero, donde siempre se estaciona un contingente de uniformados a cuidarlo. Sobre ese lugar convergieron de inmediato un grupo de la “primera línea” y comenzaron a hostigar a los atacantes que seguían inundando de gases toda la zona. En esa ida y vuelta fue que corrió como reguero de pólvora la consigna para seguir avanzando hacia la plaza. Mojados por el agua, con los ojos llorosos y la rabia a flor de piel por tanta impunidad represiva, la multitud comenzó a andar más rápido y esa decisión y el accionar de la «primera línea” empujando a los pacos fuera del contorno de la Plaza permitió que una marea humana se adueñara de ella, con el monumento incluido. En lo alto del mismo, como se viene acostumbrando desde octubre, flameó la bandera mapuche, acompañada de otra chilena y hasta una del Colo Colo, portada por integrantes de su barra brava que acompañan la revuelta.
La plaza es recuperada por manifestantes
La plaza se convierte entonces en una fiesta: más música, más bailes y muchos abrazos, por la satisfacción de haber recuperado ese emblemático sitio. “El pueblo donde está, el pueblo está en la calle peleando por su dignidad”, repiten quienes están encaramados en el monumento, mientras que son pocos los que atinan a sacarse las máscaras y las antiparras con que aguantaron el tipo toda la tarde, ya que en los alrededores se siguen escuchando los estruendos de las bombas de gas, y el viento juega la mala pasada de cambiar de dirección, precisamente hacia la Plaza. Pero ya eso importa poco, puesto que el objetivo principal del día estaba logrado. Lamentablemente, el festejo sufrió el impacto de una mala noticia: un joven huyendo de los carabineros cayó en un hondo pozo que se hallaba sin tapar frente a un banco Santander, en la Alameda, y falleció de inmediato. Conocer este hecho hizo que se reactivaran los enfrentamientos en varios puntos de la ciudad y se instalaran barricadas de fuego, hasta muy entrada la noche.
Después de todo lo visto a pie de calle, entre corridas y momentos de asfixia, la conclusión es que en este Chile de hoy, ha nacido una resistencia que poco a poco se está convirtiendo en insurgencia. Contra todo lo establecido, contra la represión, contra el caretaje de los politiqueros, contra un gobierno (el de Piñera) que ya debería haber caído pero que sigue optando por ser carnicero de su pueblo, y que está sostenido cada vez menos por Washington. La gesta la está protagonizando una generación de jóvenes que no creen en la política que han vivido hasta el presente, que es la que se deriva de esos que un día pueden ser de derecha y al otro enrolarse en partidos de cierta “izquierda”, pero que cuando alcanzan el poder aplican las mismas recetas del capitalismo salvaje. La doctrina que estos jóvenes construyen en las calles de todo Chile no son ni calco ni copia del pasado, lo que no quiere decir que quienes lucharon décadas atrás no hayan dejado huella y un legado, pero lo que ahora ocurre es de una creatividad y originalidad diferente, y aún está por ver en qué germina. Mientras tanto, la lucha continúa y en los próximos días sobrevendrán nuevas batallas y estallidos de solidaridad entre los de abajo, que dan ejemplo constante que el despertar chileno es un río correntoso que contagia y da ánimo a todo aquel que tiene la suerte de acercarse a este territorio rebelde de América.
Carlos Aznárez, desde Chile para La Pluma, 28 de diciembre de 2019
Fotoreportage por María Torrellas
Editado por María Piedad Ossaba
Publicado por Resumen Latinoamericano