Si bien en el siglo XIX un pensador como Juan Montalvo (1832-1889) resume lo mejor de la literatura política producida en la época, el libro del guayaquileño Alfredo Espinosa Tamayo, “Psicología y sociología del pueblo ecuatoriano” (1916) puede ser considerado como el iniciador de la sociología científica del país. Su obra es un esfuerzo para comprender a la sociedad en sus raíces históricas, la configuración racial y clasista, las costumbres y cultura, pero sin duda, la economía y la política, vinculando parte de su explicación a la geografía.
De aquella época al presente, las ciencias sociales han tenido un notable desarrollo. Al iniciarse la década de 1980, coincidiendo con un fenómeno similar en los países de América Latina, también se produjo el auge de la ciencia social ecuatoriana, que encontró en la historia una base de sustento fundamental. Autores y obras de la época mantuvieron no solo la rigurosidad de la investigación en fuentes primarias, sino que muchos tuvieron influencia decisiva del marxismo, que trazó los ejes teóricos.
Se unió, en aquellos momentos, el auge de las editoriales y, sobre todo, de las librerías. Las universidades publicaban revistas como la que mantuvo la escuela de Sociología de la Universidad Central; estudios económicos, como los que produjo el Instituto de Investigaciones Económicas de la PUCE; varias publicaciones semanales de economía y política tuvieron origen en universidades públicas de Quito, Guayaquil y Cuenca, para destacar tres de las más grandes; se publicaron numerosos libros, entre lo que podría citarse una obra colectiva titulada “Ecuador: pasado y presente” (1975) que fue pionera, o también la “Nueva Historia del Ecuador” (1983) que recogió los trabajos de la mayoría de científicos sociales de aquellos años.
Al menos en Quito, librerías como Quito/Progreso, LibriMundi, Pomaire, De la Aurora, Española, entre otras, contaban con obras de autores ecuatorianos y con la indudable presencia de los latinoamericanos (y del mundo), difundidas por editoriales únicas en su género, como Siglo XXI, Alianza, Pasado y Presente, Fondo de Cultura Económica, Crítica, Grijalbo, etc. Cualquier interesado podía pasar horas visitando aquellas librerías, en las que todo investigador tenía que salir comprando algo, inevitablemente. Quito siempre tuvo excelentes librerías e incluso solo se hallaban aquí muchas de las obras que no llegaban a otras ciudades.
Hoy el panorama es frustrante. Varias instituciones de educación superior publican obras y sobre todo tesis de grado que casi solo puede encontrarse en los locales de las mismas instituciones editoras. No he abandonado la costumbre de visitar, con sistemática frecuencia, las librerías quiteñas, pero normalmente puedo afirmar que no hay nada nuevo, atractivo, que sirva. Libros del exterior, relativos a las ciencias sociales, prácticamente nada y mucho menos latinoamericanos. Están los “best seller” de algunos autores que, sin ser científicos sociales, hacen mucha bulla con opiniones que hasta pueden ser inteligentes, pero que no se sustentan en investigaciones históricas, sociológicas o económicas rigurosas. Pero aparecen como libros de alta referencia, abordando temas recontra repetitivos como el “populismo”. Abundan auto-ayudas, manuales, esoterismos, filosofías baratas, economías neoliberales, enriquecimiento en cuestión de días, negocios al instante, o variadas revistas.
Desde luego, en internet y de manera especial en las redes académicas especializadas (como J Store, por ejemplo), se puede encontrar trabajos científicos de valía, a los que solo tienen acceso los profesores y estudiantes universitarios. Pero si algo ha “matado” a las ciencias sociales es la medición de su impacto por los artículos y revistas indexadas. No es que ello esté “mal”, sino que los “journals”, que están mejor para otras áreas científicas, convierten a las ciencias sociales en trabajos para una elite absolutamente reducida, lo que está en contra del sentido histórico-social que siempre han tenido las ciencias sociales y particularmente las latinoamericanas.
Porque no interesa que lean unos cuantos académicos, sino que las ideas sociales, los argumentos, las hipótesis, se difundan ampliamente, generen controversia y, sobre todo, sirvan para ilustración masiva de los ciudadanos. No hay ciencias más políticas que las ciencias sociales. Éstas son las que esclarecen lo que se halla escondido detrás de la superficie de la vida económica, política y social cotidianas. Desde luego, las ciencias sociales son “peligrosas” si se masifican, porque generan conciencia social. Si se ubican en las perspectivas teóricas de la izquierda -lo cual es absolutamente legítimo, porque el “partidismo teórico” siempre ha estado en la naturaleza de las ciencias sociales- alimentarán la comprensión de la lucha de clases y el sentido que ésta tiene.
De modo que, ante los límites de esa alta difusión que requiere la ciencia social ecuatoriana, es obvio que a cada paso se encuentre con simples opiniones sin fundamento. Y que los ecuatorianos, que poco leen (se calcula 1.5 libros por año), no tengan más forma de apreciar las realidades de su tiempo a través de estudios rigurosos, sino de las opiniones que dan políticos y comentaristas de todo tipo, particularmente editorialistas de radio y televisión. No ayudan las librerías. Y nada “ayudan” las redes sociales.
Por cierto, también es muy actual un hecho: antiguos activistas y escritores identificados con las ciencias sociales, prolíficos en sus interpretaciones sobre la década de la “revolución ciudadana”, a la que dedicaron esfuerzos y palabras permanentes, muy poco y normalmente nada han escrito sobre el nefasto camino que sigue el Ecuador actual de la mano de un gobierno conservador, subordinado a las elites empresariales. Es muy sintomático lo que pasó con ellos…
Juan J. Paz-y-Miño Cepeda para La Pluma, 1 de julio de 2019
Editado por María Piedad Ossaba
Publicado por Historia y Presente – blog
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