La conciencia de Fernando Aínsa ha dejado de existir en Zaragoza España, después de haber vivido 82 diciembres y ejercido como polígrafo en la acción de derretir el tiempo entre placeres y angustias. Fue un transterrado, uno de sus temas en literatura, puesto que nació en Palma de Mallorca y adolescente por los azares de España fue a parar involuntariamente al Uruguay.
En la década del 70 retornará a Europa en plena llamarada del boom latinoamericano en el continente, se traducían a todo vapor al francés las obras escritas en la década anterior por las plumas de la región que desmenuzaban diferentes temáticas, Julio Cortázar, Rayuela publicada 1963; Mario Vargas Llosa, La Cuidad y los Perros 1962; Roa Bastos, Hijo de Hombre 1960 y en 1974 Yo el Supremo; que, con La Muerte de Artemio Cruz 1962 de Carlos Fuentes; El Señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias 1946; El Otoño del Patriarca García Márquez 1974; convertirán el tema en el deleite del lector europeo.
Se leía también a José Lezama Lima, a Onetti, Carpentier, Borges, Rulfo y demás pléyade. Buena parte estaban vivos cuando Fernando se radicó en París, estableciendo relaciones escriturales y con algunos, lazos de amistad. Tuvo también la oportunidad de conocer los grandes especialistas de la academia francesa de la provincia y la capital, y luego con quienes los reemplazaron en la cátedra, como Claude Fell y François Delprat, vinculándose con ellos a través del Crical, donde participaba en seminarios, simposios etcétera.
Me acuerdo ahora que participamos en algunas de dichas actividades en otros escenarios cuando me encontraba vinculado a la institución universitaria francesa; una vez se hizo en una universidad de provincia un seminario en su honor, él estuvo acompañado de Mónica su esposa, encuentro delicioso y significativo para las letras de la lengua de Cervantes, presentó en esa oportunidad un ensayo sobre una de sus novelas preferidas, “El Paraíso de la Reina María Julia” de su autoría; desde otra perspectiva fue un colaborador activo y asiduo de la revista bilingüe Vericuetos, donde con regularidad se publicaban textos suyos.
Cuando fue el director de publicaciones de la Unesco, hicimos coediciones con la revista y otras tareas generosas en bien de la literatura nuestra y de otras tierras. Aínsa fue un ser solidario y generoso, pero sobre todo trasparente en los ajetreos literarios, donde siempre pululan asomándose las pequeñas miserias. En esa época la Unesco padecía de carencia de recursos para publicar, y pienso que nunca ha tenido dinero suficiente, era frecuente que perdiéramos libros avanzados porque la institución sólo pagaba derechos de autor simbólicamente, y a pesar de todo Fernando publicó consecuencia de su trabajo tenaz a muchos autores de distintos lugares del mundo.
En otra dirección, en el de la creación, Aínsa fue un verdadero polígrafo: novelista, ensayista, cuentista, poeta…En lo humano, tenía una sensibilidad hacia los valores trascendente, comenzado con su familia, Mónica y su hija; en la amistad, como lo escribió ayer unos de sus amigos, Eduardo García Aguilar haciendo una viñeta de su vida, los tres pasamos buenos momentos. Fernando era una persona sencilla, prodigaba a cariño a quienes lo rodeaban; amante de la buena mesa, de los entresijos inconfesables que llenan de plenitud la existencia y compartimos en ocasiones; él hacía parte de mis estimaciones, un algo de mí partió también. La última vez que nos encontramos fue en la casa de América latina cuando vino recientemente a presentar su libro; Delprat dirigió el acto, el autor en un estoicismo creativo sin inmutarse, soportando la enfermedad que al final se lo llevó.
Reciba su familia, mi sentimiento de dolor que produce el tránsito de Fernando de lo animado a lo inanimado.
Efer Arocha para La Pluma, París 10 de junio de 2019
Editado por María Piedad Ossaba