A fines del mes pasado, los presidentes de Brasil y de México lanzaron dos proclamas rimbombantes: el 23 de marzo, en Brasilia, Jair Bolsonaro obligó a las fuerzas armadas a conmemorar el golpe de Estado militar de 1964 mientras que, en México, dos días más tarde, el 25 de marzo, Andrés Manuel López Obrador (Amlo) dirigió una carta al rey de España exigiéndole que le presente excusas por los crímenes cometidos durante la conquista. Nada mejor para comprender lo que separa hoy a los dos gigantes de América latina: uno, comprometido con una opción ultraconservadora, el otro, con una política de centroizquierda, en ruptura con la derecha liberal que gobernaba en el país. A pesar de ello, y aunque parezca extraño, ciertos registros parecen comunes a los dos hombres de Estado: la expresión de un populismo combinado con autoritarismo, la voluntad de apropiarse de la lectura del pasado próximo o lejano y de imponerlo al resto de la sociedad, la alianza o el acercamiento a las sectas evangélicas célebres por su fundamentalismo y su conservadurismo.
Diego Rivera, La conquista de México, mural, Palacio Nacional, Ciudad de México
Aun así, esos dos discursos manifiestan opciones contrarias dentro de un sector candente de las Américas: el destino de las poblaciones indígenas. El presidente mexicano reclama arrepentimiento en nombre de los «pueblos originarios», su homólogo brasilero se dispone a atacar al SUS, el Sistema Único de Salud que garantiza a los indígenas una asistencia mínima pero eficaz contra las patologías conllevadas por el resto de la población. A medio plazo, ya pueden adivinarse las consecuencias de tales medidas.
¿Es preciso decir que no podemos vacilar frente a esas dos tomas de posición, y que por supuesto, preferiremos el México de Amlo antes que el Brasil diseñado la política de Bolsonaro? Tampoco debemos juzgar una decisión que responde a una política interior y exterior de México. Por otro lado, es aquí donde radica el problema, desde un punto de vista histórico, el análisis es menos convincente y ha generado controversia entre la intelectualidad mexicana. La carta del presidente mexicano se inscribe en el marco de la conmemoración de los 500 años de la conquista de México por los españoles. Y los festejos pusieron sobre la mesa el sentido que debemos darle a esta invasión y a sus repercusiones. Ahora bien, en 2019, a cinco siglos de distancia, tenemos derecho a esperar que se superen los clichés nacionalistas forjados en el siglo XIX y los equívocos de una idealización del pasado indígena. Esa idealización solo sirve para disimular la miseria de los descendientes de los «pueblos originarios» y escamotear la naturaleza irremediablemente mestiza de la sociedad mexicana.
Batalla de Metztitlán, detalle del Lienzo de Tlaxcala (1552)
La conquista de México no es el primer wéstern de la historia de Occidente con sus vaqueros conquistadores – montados sobre sus extrañas monturas – y sus indios para siempre victimizados. La violencia del conflicto nos lleva a las crueldades de las guerras del siglo XVI que siempre y en todo lugar llevaron a las masacres de los impíos, también en Francia. ¿Los responsables de la conquista? Recordemos que Carlos Quinto nunca tuvo como proyecto apoderarse de México, y que Cortés sólo fue un electrón libre bastante feliz para salvarse de la decapitación que lo amenazaba por haber desobedecido a sus superiores; a lo que se le agrega que los conquistadores nunca se habrían apropiado de México sin la ayuda decisiva de las potencias indígenas ávidas para acabar con la hegemonía mexica (nuestros Aztecas).
Entonces: ¿es preciso olvidar la conquista de México? Hoy podemos proponer otro balance cambiando la lupa nacional por anteojos globales.
Primeramente, debemos examinar el contexto planetario de la invasión de México. Recordemos que 1519 es la fecha de la fundación de Panamá, y también la partida de la expedición de Magallanes-Elcano que se convertirá en una vuelta al mundo. Y en ese año también se lleva a cabo una expedición portuguesa haciendo antesala en Cantón a la espera de una partida hacia Pekín. Todos esos acontecimientos son sincrónicos y están conectados. Los españoles resultan vencedores en México, pero la China de los Ming aplasta a los portugueses. Aún se viven las secuelas de esos hechos hoy en día. También se observa que con la conquista de México, es hasta la noción de Occidente que toma forma, y que la colonización española plantea las premisas de una occidentalización del mundo que culmina hoy. Paralela a la cristianización de la cuarta parte del mundo – las Américas – se pone fin a la expansión del islam: la globalización se torna europea y abandona el campo de las potencias musulmanas.
Batalla de Chiyametlan, detalle del Lienzo de Tlaxcala
La conquista de México no es solo un asunto español que debe ponerse sobre las espaldas de nuestros «sanguinarios» vecinos. Ella implica a todos los europeos. Un episodio de la conquista, la matanza de los indios de Cholula, inaugura la estrategia de la masacre preventiva que acompañará a partir de ese momento todas las etapas de la expansión europea en el resto del mundo y que está emparentado con lo que el filósofo alemán Peter Sloterdijk bautizo como «la hora del crimen». Los europeos practican acciones monstruosas, luego reivindican su entera responsabilidad. La lista es larga hasta el siglo XXI.
Para decirlo de otra manera, lo que pasó en México en 1519 constituye un acontecimiento mayor en la historia de Europa occidental y del globo. Esta es una oportunidad para reflexionar sobre cómo esta región se ensañó en dominar el mundo para bien o para mal.
La Conquista de México: Perspectiva europea y perspectiva global
Conferencia magistral de Serge Gruzinski
Congreso Internacional 500 años de la ¿conquista?
Presenta: Enrique Florescano Mayet, investigador e historiador veracruzano
Teatro J. J. Herrera, Xalapa, 10 de abrilde 2019
Serge Gruzinski
Traducido por Cristina Santoro
Editado por Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي
Fuente: Tlaxcala, 5 de mayo de 2019