Francia: De la era de las catedrales, a la de la indecencia, de la hpocresía, de la incompetencia

¡Repugnante indecencia de un mundo, el suyo, en el que todo es mercancía e intercambio, donde todo se monetiza, se compra y se vende, se vuelve a comprar y vender, se envilece, se prostituye, en el que apesta a pasta!

Se quemó una catedral. Una de las más hermosas, en la isla de la Cité, corazón ancestral de París; una de las más imponentes, erigida a mediados del Medievo durante casi dos siglos (probablemente entre 1163, bajo Luis VII, el Piadoso, y 1345); una de las más grandiosas, construida gracias al talento de generaciones de arquitectos del nuevo arte gótico, gracias a las manos de oro de una multitud de artesanos y de menestrales de oficios tradicionales, así como a las asociaciones gremiales que la restauraron en el siglo XIX después de que el genio de Víctor Hugo – el mismo que celebró a los “sans coulottes” y abrió las puertas a los comuneros –, hubiera reanimado el afecto popular hacia esta obra de arte. Es el monumento más visitado de Europa: 20 millones de personas acuden a su plaza cada año y 13 millones acceden a su interior. Pero su techumbre se incendió y el fuego devoró los 100 metros del bosque de 1300 vigas de roble de su estructura, sus planchas de plomo y su gran flecha.

Aun no habían apagado las brasas del incendio las brigadas de nuestros bomberos y ya los millonarios, como alimañas emboscadas y oliendo el humo, empezaban a sacar sus abultadas carteras. Los “primeros de la fila” se abrían paso a codazos para conseguir una bonita “ocasión publicitaria” y para los y las que son creyentes, un puesto en tribuna de honor y palco privado en el paraíso. Las donaciones se agolpaban en una cuestación obscena. Las pujas subían en la sala de subastas de lo espiritual. ¡Oigan, oigan, buena gente! ¡Inclínense a los pies de sus señores, den gracias por su bondad, agradézcanles su generosidad y únanse a la bandera de la unidad nacional!

¡Repugnante indecencia de un mundo, el suyo, en el que todo es mercancía e intercambio, donde todo se monetiza, se compra y se vende, se vuelve a comprar y vender, se envilece, se prostituye, en el que apesta a pasta!

Aquí a mi derecha, 10 millones de euros de los hermanos Martin y Olivier Bouygues, los amos del ladrillo, de la cadena TF1, de las teleoperadoras (y hasta del petróleo canadiense y del gas offshore de Costa de Marfil) a través de su holding familiar SCDM. Los dos se embolsan más de 100 millones de dividendos al año, tuvieron el caprichito del Château Montrose en el Médoc (130 milloncitos de euros) y les apetecería deshacerse de su yate de 62 metros de eslora por la “bagatela” de 59,95 millones. El imperio Bouygues tiene un volumen de negocios de 33 mil millones de euros y más de 115 000 empleados.

10 millones por aquí de Marc Ladreit de Lacharrière, propietario de la sociedad financiera Fimalac, para “el esfuerzo nacional de reconstrucción” y para “la flecha, símbolo de la catedral”.

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Rémy Herrera

Fuente: Tlaxcala, 26 de abril de 2019

Original: Après le temps des cathédrales, celui de l’indécence, de l’hypocrisie et de l’incompétence

Traducido por Red Roja Red Network Rede Vermelha

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