Carta abierta a Hugues Jallon, presidente de la editorial Seuil, sobre la decisión de no publicar la última novela de Cesare Battisti

Si vuestra actitud se generalizara, demostraría que la libertad de expresión está « hoy gravemente amenazada en Francia por los representantes de su cultura, en nombre de una concepción desviada de la lucha contra el terrorismo».

Querido Hughes,

Permíteme seguir tuteándote, a pesar de tus altos cargos actuales, ya que así nos tratábamos cuando nos encontramos por razones profesionales y también porque he tenido varias veces el placer de leer tu firma al final de las peticiones cuyo propósito he compartido, ya sea para defender a los alborotadores de Villiers-le-Bel, o, durante el caso de Tarnac, para «la libertad de expresión, que ahora está seriamente amenazada en Francia por los representantes de su Estado, en nombre de una concepción desviada de la lucha contra el terrorismo».

Te escribo para compartirte el asombro que sentí leyendo en la página web de France Inter que las Ediciones Seuil aplazaban «la publicación de una novela de Cesare Battisti tras su confesión». Gwenaëlle Desnoyers, responsable de la colección Cadre Noir, donde el libro debía publicarse narra, sin embargo,  haber tenido « un enorme flechazo» para lo que describió como «una pura novela negra,… extremadamente elegante, con páginas brillantes». La razón del aplazamiento sine die de la publicación del libro sería, según la editora, que «la hora para Cesare Battisti no es de la literatura. Por el momento, queremos sobre todo que se explique. Sacar una novela suya ahora sería indecente».

Leyendo esto, me he quedado estupefacto por dos razones.

En primer lugar, me sorprende el hecho de que la decisión del aplazamiento haya dependido en última instancia de alguien que ha tomado las posiciones antes mencionadas en la última década, además de ser un antiguo editor de la excelente colección Zones, donde han aparecido tantos títulos útiles para la subversión del orden dominante. Alguien que, hasta hace poco, se preguntaba cómo «sacar a la izquierda del callejón sin salida», preconizando de sacarla del «pensamiento tibio». En efecto, hay que tener sólo un pensamiento muy, muy tibio, e incluso cercano al grado de congelación de toda mente crítica, para dar por sentada la sinceridad de las «confesiones» hechas con la pistola de la perpetuidad real apuntada a la cabeza en condiciones que la izquierda, en el momento cuando esa palabra todavía significaba más o menos algo, describió (se trataba de los prisioneros de la  Fracción Arma Roja RAF) como una «tortura blanca». El caso de Cesare sólo lleva al extremo una situación bien conocida por cualquiera que haya tenido que tratar con la justicia: la «verdad» judicial nunca es más que el resultado de una correlación de fuerzas muy desigual. Como escribí en 2017 sobre un juicio político francés [el llamado juicio del coche de policía quemado durante una manifestación contra la reforma de la Ley del Trabajo en 2016, que se concluyó con sentencias de uno a siete años de cárcel, NdE]: «La mentira fundamental en la que se basa la verdad judicial es que, en los foros donde se expresa, todo el mundo pretende discutir como si los acusados y los acusadores estuvieran en igualdad de condiciones. Esta comedia sólo es posible manteniendo fuera del debate la presencia pesada y amenazante de las fuerzas del orden, dentro y fuera de los mismos muros en los que los acusados se ven obligados a encontrarse. »

Más allá de este punto esencial, existe otra razón de orden política por la que me sorprende considerablemente tu decisión. Esta especie de estupefacción que ustedes manifiestan al descubrir que quizás Cesare Battisti sería «culpable» y que tendría que «dar explicaciones» parece ignorar que una gran parte de aquellos que lo defendieron, entre ellos yo, no lo hicieron en nombre de una supuesta «inocencia”. Tampoco porque, como afirma Cesare Battisti, que firmó un acta de interrogación en una cárcel de alta seguridad, supuestamente «compartíamos la ideología » de los grupos armados italianos de la década de 1970. En las condiciones de la época, el paso a una lucha armada muy minoritaria le pareció a muchos simpatizantes de los subversivos italianos, de los cuales yo era una opción sin futuro. Pero en 2004, cualesquiera que hayan sido nuestras críticas o no críticas, nosotros, que sabíamos un poco de la historia de Italia y de los años setenta, si nos opusimos a la extradición de Cesare, era sobre todo para imponer al Estado francés el respeto de la palabra dada en virtud de una doctrina plasmada y aplicada hasta entonces por todos los gobiernos de derecha y de izquierda (llamada abusivamente «doctrina Mitterrand») y que consistía, siguiendo una tradición constante de búsqueda de la paz civil, en conceder a los exiliados italianos en territorio francés la amnistía que los gobiernos italianos no querían concederles[1].

« La ostensión del monstruo – Italia 2019»: cartel del Collettivo Militante pegado cerca del Ministerio de Justicia en Roma

Por último, estoy seguro de que no te enseño nada, querido Hughes, al recordarte que la defensa de Battisti y de todos los exiliados amenazados de extradición (por cierto, seguimos contando contigo para que firmes a favor de los que podrían estar amenazados hoy), fue y sigue siendo una batalla contra el revisionismo histórico dominante en Italia, que se niega a admitir que en los años sesenta y setenta una minoritaria pero significativa parte de la población de la península entró en secesión contra la vieja sociedad.  Para esos cientos de miles, estos millones de trabajadores, estudiantes, campesinos, habitantes de barrios populares, mujeres y homosexuales en lucha, el hecho de atacar físicamente a negociantes que jugaban a ser sheriffs disparando a pequeños matones asaltantes y que presumían de ello, o a carceleros torturadores, sólo era cuestionable desde un punto de vista estratégico, no ético. Hay que decir que estos italianos sabían que los autores de los atentados masacres, los pensadores de la estrategia de la tensión, los asesinos de obreros en las fábricas, de campesinos en los campos y de prisioneros en las cárceles, tenían que buscarse en el  lado del Estado y de sus fuerzas del orden. Culpar  de la violencia social generalizada a Battisti y a algunos cientos de individuos enterrados en prisión y a menudo forzados a retractaciones vergonzosas, es el truco con el que la Italia oficial, la del PC y de la democracia cristiana agrupados hoy en el PD han logrado hasta ahora, incluso en el presente con el apoyo de los fascistas de la Liga y los siniestros bufones xenófobos cincoestrellados. El Seuil no estaba obligado a brindar su caución  de antigua casa editorial a esta verdad oficial.

Porque, finalmente, y esta es la segunda razón de mi estupefacción: no es necesario ser de izquierda, ultra o tibia, para negarse a caer en consideraciones tan asombrosas (por ser educado) como: «queremos especialmente que Battisti se explique». «Sacar una novela suya ahora sería indecente». Para evitar este tipo de tonterías (ay, lo dije), bastaba con ser un editor. Como lo  escribió ese desaliñado izquierdista de Milan Kundera en los Testamentos traicionados: «Suspender el juicio moral no es la inmoralidad de la novela, es su moralidad. La moral que se opone a la indesarraigable práctica humana de juzgar enseguida, continuamente y a todo el mundo, de juzgar antes y sin comprender. Esta ferviente disponibilidad para juzgar es, desde el punto de vista de la sabiduría de la novela, la más detestable necedad, el mal más dañino. No es que el novelista cuestione de un modo absoluto, la legitimidad del juicio moral, sino que lo remite más allá de la novela». Ser editor de novelas debería ser sólo eso, que ya es enorme y fundamental: publicar libros que se cree que son buenas novelas, novelas «brillantes», si es posible por las que se ha tenido «un gran flechazo», y ello independientemente de lo que puede ser dicho o pensado de la personalidad de sus autores. ¿Debo prepararte una lista de todos los escritores que eran gente poco frecuentable, verdaderos canallas o infames bastardos? Tú la conoces mejor que yo y sabes tan bien como yo que la literatura sufriría recortes sombríos que habría pocas posibilidades de recuperarse si se le aplicara retrospectivamente el vergonzoso discurso farisaico al que hoy vosotros os sometéis.

Lo que es francamente «indecente» es la razón que se percibe detrás de vuestra decisión y las ridículas explicaciones que la acompañan: el miedo a un efecto viral negativo. Ceder así a lo que la vida mediática-cultural tiene de más superficial y manipulable por las fuerzas del liberalismo autoritario y sus editócratas, es, de vuestra parte, una señal catastrófica dirigida a toda la edición francesa. Si vuestra actitud se generalizara, demostraría que la libertad de expresión está « hoy gravemente amenazada en Francia por los representantes de su cultura, en nombre de una concepción desviada de la lucha contra el terrorismo».

Nota

[1] Pero, algunos aseguran, esta medida sólo se aplicaría a aquellos «que no tenían sangre en las manos»: un argumento ridículo, cuando sabemos cómo funcionaba la justicia italiana en los años 70 y 80, y cuando se ha demostrado que en repetidas ocasiones ha detectado repetidamente sangre en manos que nunca habían estado empapadas en ella.

20 variantes del retrato del artista, según el aviso de búsqueda andywarholiano de la policía brasileña de 2018

Serge Quadruppani

original: Lettre ouverte à Hugues Jallon, Président des Éditions du Seuil, à propos de Cesare Battisti

Traducido por Maria Piedad Ossaba para La Pluma y Tlaxcala, el 7 de abril de 2019

Editado por   Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Traducciones disponibles: Italiano