En mayo de 2017, Donald Trump visitó Arabia Saudita para firmar un contrato por venta de armas que alcanzó los 110 mil millones de dólares, el mayor en la historia de Estados Unidos, En el plano civil, Riad además suscribió acuerdos comerciales con dos decenas de empresas norteamericanas, como Boeing o Citibank, para que estas por primera vez pudieran controlar el 100% del capital de su inversión en el país árabe. La compañía General Electric anunció cerró contratos por importe de 15.000 millones de dólares en el marco del programa saudí de diversificación de su economía, predominantemente dependiente del petróleo. Trump esperaba sumar unos 270.000 millones de dólares en contratos comerciales en Arabia Saudí.
Donal Trump y el rey de Arabia Saudita Salmán bin Abdulaziz Al Saúd firmando el contrato millonario por venta de armas
Posteriormente fue a Bruselas y obligó a los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), a destinar el 2 % de su PIB al gasto militar, estableciendo el compromiso de llevarlo al 4% para 2024.
Más recientemente el presidente estadounidense informó que había suspendido dos ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, según dijo: “La causa por la cual no quiero más ejercicios militares con Corea del Sur es el ahorro de centenares de millones de dólares…”.
Así maneja Trump el gobierno de Estados Unidos: como un negocio que debe generar ganancias, la realidad que encontró a la llegada a la más alta magistratura de su país era desolador en este sentido y se propuso cambiarlo.
Con esa misma mirada, es que Trump ve a Venezuela, un país cuyas reservas minerales tienen un valor comercial total de más de dos trillones de dólares. Además de tener las mayores reservas comprobadas de petróleo en el planeta, posee 7 mil toneladas de oro en su subsuelo con lo cual se ha transformado en el segundo país con más oro en el mundo, solo superado por las 8.133 toneladas del mineral precioso que posee Estados Unidos. Además del oro, se estima que en la zona hay 33,8 millones de quilates de diamante, 3.644 millones de toneladas de hierro, y gigantescos yacimientos probados de bauxita, cobre, coltán y otros minerales.
Este podría considerarse el factor principal por el que Estados Unidos intenta apoderarse de Venezuela, pero hay mucho más. Desde hace años unos para acá, Venezuela comenzó a estar en el epicentro de una dinámica global mucho más compleja en el internacional donde en el que se desarrolla un juego estratégico de dimensiones globales.
En esa medida, la pregunta clave para explicarse lo que está ocurriendo es si Estados Unidos está desatando desde posiciones de fuerza o de debilidad, esta feroz política de agresión a la que ha arrastrado a los sectores más conservadores y extremistas de la derecha europea y latinoamericana
La respuesta a esta interrogante no es algo menor. Si aceptáramos que lo hace desde posiciones de fuerza, tendríamos que consentir que el mundo será avasallado y que marchamos inexorablemente hacia la desaparición de la estructura del sistema internacional, para que la anarquía y el caos imperen y ley del más fuerte se imponga en sustitución del derecho internacional. Ya lo dijo el canciller español Josep Borrel quien afirmó que en Venezuela se “estaba innovando” en materia de derecho internacional. Se refería al hecho de reconocer a un presidente electo por Estados Unidos, pero que para todos los efectos prácticos y todas las razones de Estado debían entenderse con otro electo que si fue elegido por el pueblo.
La otra posibilidad es considerar que la ofensiva conservadora mundial que en muchas ocasiones raya en el fascismo y la delincuencia y que se inserta en una lógica en la que “todo vale” y que sirve para justificar la ausencia de valores, principios y ética es la respuesta de Estados Unidos a su incapacidad de sostener los pilares que han soportado al capitalismo por dos siglos y medio y que, por lo tanto, ahora solo le queda recurrir a la fuerza para defender sus intereses. Creo que estamos ante el segundo caso, lo cual hace que la situación del globo sea muy peligrosa y frágil, toda vez que se ha configurado un escenario de fiera herida dando zarpazos para sobrevivir
Trump está haciendo retornar a Estados Unidos a su tradicional política proteccionista que le permitió crecer hasta transformarse en primera potencia mundial. Quisiera también volver al aislacionismo legado por Washington y Jefferson, pero no puede. El supremo deseo de Trump al igual que el de sus antecesores del siglo XIX sería no inmiscuirse en problemas globales para dedicarse a su expansión (territorial en aquella época, económica, financiera y tecnológica ahora), pero no puede porque a diferencia de su etapa fundacional y los primeros cien años de desarrollo capitalista, hoy la economía de Estados Unidos se encuentra en su fase imperialista por lo que ha construido una indisoluble alianza entre el capital financiero y el capital productivo, solo que la solidez de este último depende de la venta de armas y por tanto, del conflicto y la guerra, lo cual conduce a que si estos no existen, se ven obligados a generarlos. Es un problema de subsistencia
Al finalizar la segunda guerra mundial, Estados Unidos emergió como la única potencia cuyo aparato productivo estaba incólume tras la devastación bélica, necesitaba de un sistema que le permitiera colocar los enormes excedentes de su industria en todo el planeta. La nueva estructura política, económica y militar del sistema internacional se creó a partir de esas pautas, asegurando para el país norteamericano la hegemonía mundial, pero con el transcurrir de los años, Alemania pudo recuperarse y junto a Francia cargaron con Europa; lo mismo hizo Japón a pesar que Estados Unidos le lanzó sin necesidad dos bombas atómicas cuando ya estaba derrotado. Más recientemente, Rusia se recobró del marasmo del fin de la Unión Soviética y la subordinación vergonzosa de Gorbachov y Yeltsin a Occidente; finalmente China resurgió en el siglo XXI para transformarse en la segunda economía del planeta.
Ahora, Estados Unidos debe disputar áreas de influencia y mercado y no se encuentra en las mejores condiciones para ello. El año pasado registró su mayor déficit comercial en diez años, estableciendo un mentís a todas las promesas de Trump en sentido contrario, el déficit se vio incrementado en más de un 12% respecto al año anterior, alcanzando los US$ 621 mil millones. El proteccionismo ha sido una respuesta al intento de solucionar este problema estructural de una economía que se sostiene gracias a la guerra y el conflicto, la expoliación energética y el mercado internacional de narcóticos.
Paralelamente, Estados Unidos debe torpedear el sistema político internacional, a fin de crear un mundo de anarquía y caos en el que pueda imponer sus objetivos sin ningún tipo de cortapisas, esa es la razón por la cual reservó algunos artículos del estatuto de la Corte Penal Internacional para que esta no pudiera tomar decisiones sobre la actuación de las fuerzas armadas fuera de sus fronteras; trasladó su embajada en Israel de Tel Aviv a Jerusalén y eliminó el consulado en Palestina, violando resoluciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de la ONU; abandonó el Acuerdo de París sobre cambio climático; se retiró del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, de la UNESCO y de las negociaciones para el Pacto Global sobre migraciones; rompió el acuerdo con Irán sobre el uso de tecnología nuclear e hizo lo mismo con el Tratado sobre Misiles de Alcance Medio y Corto que se había firmado con Rusia.
Lo de Venezuela es lo último, ahora también pretende resucitar el Capítulo III de la ilegal e inmoral Ley Helms-Burton contra Cuba. En el caso de Venezuela, incluso puso en segundo plano a la propia OEA donde no había podido conseguir sus metas, para crear un coro de adláteres llamado Grupo de Lima en el que si pudiera tener pleno apoyo para sus desmanes, no sin antes ordenar el desmantelamiento del sistema de integración latinoamericano y caribeño, desmantelando Unasur para crear una asociación de países de gobiernos de derecha a la que le va a dar estatuto jurídico internacional a fin de ir construyendo un sistema paralelo que le de soporte a la violación del derecho internacional y la Carta de la ONU. No ha podido hacer lo mismo aún con CELAC por el soporte que a esta organización le está dando China en los hechos. A todo esto, es a lo que el canciller español quiere dar justificación y legalidad diciendo que “están innovando” en materia de derecho internacional para ocultar que lo que realmente se pretende, es el fin de la justicia y los principios del sistema que rige las relaciones civilizadas en el planeta.
Si bien es cierto que los acontecimientos recientes entrañan un peligro para Venezuela, para su integridad territorial y su soberanía, los pueblos del mundo deben saber que la OTAN, Japón, Australia y Nueva Zelandia, teniendo como furgón de cola a la derecha fascista y delictual agrupada en el Cartel de Lima pretenden volver a los tiempos de barbarie en el que la fuerza se impone al entendimiento y la razón, y en esa medida, es la humanidad entera la que está en riesgo.
Sergio Rodríguez Gelfenstein para La Pluma, 8 de marzo de 2019
Editado por María Piedad Ossaba