Es urgente un acuerdo con Rusia para el establecimiento de una base militar en Venezuela

“Rusia tiene suficiente potencial como para garantizar su presencia en diferentes partes del mundo.
Si las Fuerzas Armadas rusas quieren estar en Venezuela, serán recibidas calurosamente”
Comandante Hugo Chávez, durante su sexta visita a Rusia en julio de 2008

Desde su advenimiento como república independiente liberada del imperio español, Venezuela ha venido siendo un país decididamente pacifista, cuyos ejércitos no han salido de sus fronteras sino en dos oportunidades y ello con el propósito de apoyar a pueblos hermanos en su lucha por la emancipación del mismo imperio español.

La primera de ellas fue en 1817, cuando El Libertador, persuadido como estaba, de que la única forma de detener a los españoles haciendo nugatorio cualquier intento de reconquista de nuestros territorios, era ocupar las islas de Cuba y Puerto Rico, promoviendo de esta forma el final de su presencia en el continente, comisionó a uno de sus más brillantes oficiales, el escocés Gregor MacGregor, para organizar una expedición con el propósito de ocupar la península de la Florida, de manera de cortar el flujo comercial entre Estados Unidos y España, haciendo factible así la invasión del territorio cubano. La expedición fue inicialmente exitosa, logrando la creación de la República de La Florida, independizada de España, que sin embargo pocos meses después hubo de sucumbir ante el empuje de  las fuerzas aliadas de EE UU y el imperio español.

La segunda oportunidad ocurrió dos años más tarde, en 1819, cuando El Libertador después de atravesar los llanos colombo-venezolanos, cruzó las altas cumbres de la cordillera de Los Andes para caer sorpresivamente sobre los españoles en Boyacá, derrotándolos para así lograr la independencia del territorio de la actual Colombia; se trataba del mismo ejército que después de sellar la independencia de Venezuela en Carabobo en1821, retornó para lograr una ininterrumpida cadena de victorias: Pichicha, Junín y Ayacucho, logrando la independencia de los territorios ocupados actualmente por Ecuador, Perú y Bolivia, así como la expulsión definitiva de los ejércitos de España del territorio continental americano, a finales de 1824.

Nunca más ninguno de nuestros sucesivos gobiernos, independientemente de su origen y orientación ideológica, mandaron a combatir a nuestros ejércitos fuera de nuestras fronteras y esto a pesar de que algunos de ellos fueron presionados de manera extrema por los “todopoderosos” Estados Unidos, en al menos dos ocasiones: una, a fines de 1941, a raíz de su obligada incorporación a la Segunda Guerra Mundial, después de haber sido masacrados por la aviación japonesa en Pearl Harbor; y la otra en 1950 cuando se nos quiso hacer socios menores en una guerra absurda que todavía no ha terminado oficialmente, en la península de Corea. Decisiones éstas que enaltecen al gobierno del general Isaías Medina Angarita, en el primero de los casos y al del teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud en el segundo, puesto que al tomarlas no sólo es que estaban haciendo honor a nuestra tradición pacifista, sino que además estaban dando una demostración fehaciente de soberanía en el plano militar, ante la que ya en aquellos lejanos días era una de las mayores potencias militares del planeta. Siendo oportuno señalar que, como muchos recordarán, nuestra vecina Colombia participó amplia  y lacayunamente en ambos conflictos bélicos al lado del amo imperial, y dos de los pesos pesados latinoamericanos, Brasil y México, tuvieron una participación bastante más discreta en ellos, aunque no por esto menos lacayuna.

Otras dos importantes manifestaciones de soberanía en el terreno militar, traducidas por supuesto en sendos desafíos al poderío militar del imperio, han sido protagonizadas por dos de nuestros gobiernos, aun siendo éstos bien disímiles en relación a su origen y a su orientación ideológica; se trata de los gobiernos del general Marcos Pérez Jiménez (1953-1958), de origen espurio y de carácter represivo y elitesco y del segundo de los gobiernos del comandante Chávez (2000-2006), plenamente legítimo y democrático, con un altísimo contenido popular.

Hablando del primero de estos casos es necesario comenzar diciendo que en marzo de 1956, el general Dwight Eisenhower, presidente de los Estados Unidos, convocó para el mes de junio de ese mismo año una reunión cumbre de mandatarios del continente a celebrarse en Panamá, cuyo “plato fuerte” era  la proposición de establecer una base estratégica de misiles con cabeza atómica en la península de Paraguaná (1), como una parte supuestamente muy importante de los planes de seguridad de todo el continente, por lo que esperaba contar con el apoyo unánime de todo “el patio trasero”; el general Pérez Jiménez, al enterarse de la propuesta antes de celebrarse el evento, no sólo la rechazó por ser lesiva a la soberanía nacional, sino que advirtió que no acudiría a la cita si el gobierno gringo no retiraba su propuesta, cosa que éste se vio obligado a hacer muy a su pesar.

El segundo de los casos se refiere a la suspensión, en abril de 2005, de la misión militar conjunta con Estados Unidos, lo cual se tradujo en lo inmediato en la salida de todos sus asesores militares, que por acuerdo con gobiernos anteriores tenían oficinas en nuestras principales instalaciones militares y en la suspensión de toda operación conjunta e intercambio militar con ese país (2); siendo oportuno señalar que para esa fecha, y más aún en la actualidad, una inmensa mayoría de países de América Latina mantienen efectivos militares estadounidenses dentro de sus instalaciones castrenses e incluso algunos, como Colombia, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú, mantienen en su territorio varias bases militares de EE.UU., como una forma del gobierno estadounidense de hacer sentir su presión hegemónica sobre todos los países de la región.

Tengo confianza en que esta pequeña introducción habrá de servir para dejar plenamente establecido que aunque históricamente hemos sido y aún somos un pueblo decididamente pacifista, el venezolano genuino lleva impreso en su ADN el ser insumiso a los dictados de las potencias imperiales, así como un elevadísimo sentido de la soberanía en todos sus aspectos, muy especialmente en el aspecto militar.

Entrando ya de lleno en el tema medular de estas notas es necesario señalar que entre Venezuela y Rusia se ha establecido una estrecha y franca cooperación de carácter técnico militar, casi desde el mismo inicio de la Revolución Bolivariana, tal como se desprende de los acuerdos suscritos sobre ese tema durante la primera visita oficial del comandante Chávez a Rusia, en marzo de 2001, quien a su llegada a la capital rusa señaló entre muchas otras cosas que  Moscú y Caracas “tienen puntos de vista comunes sobre el concepto de un mundo multipolar” (3).

Esta cooperación de carácter técnico militar fue consolidándose y al mismo tiempo ampliándose con el paso del tiempo convirtiéndose en una auténtica alianza militar de carácter estratégico, de manera que en abril del 2010, durante la primera visita oficial de Putin a Venezuela, realizada en su condición de primer ministro de la Federación de Rusia, al momento de suscribir nuevos acuerdos en este ámbito, el comandante Chávez señalaba: “… seguimos ampliando el factor seguridad y defensa. Este viernes vamos a seguir consolidando acuerdos. Algunos vienen ya en marcha, otros son nuevos. Revisaremos cómo van los proyectos para seguir incrementando la capacidad de defensa de Venezuela” (4).

En reconocimiento de la existencia de esta alianza estratégica y en la ocasión en que una serie de bombarderos estratégicos de largo alcance, Túpolev, hiciesen el viaje directo de Rusia a Venezuela sin tener que reaprovisionarse de combustible, Vladímir Putin envió un mensaje especial a Hugo Chávez en el que ratificaba su compromiso de una “profunda alianza estratégica” entre Caracas y Moscú; por su parte, el comandante Chávez al recibirlos en la Base Aérea Libertador fue enfático al declarar: “… la hegemonía yankee ha terminado” (5).

Y es que a juicio mío existe toda una comunidad de intereses de nuestro país con esa grande y lejana nación, expresada por señalamientos de su Presidente Vladimir Putin, como el que transcribo a continuación, formulado desde el Brasil durante una gira latinoamericana que realizase en el 2014: “La cooperación con los países de América Latina es uno de los vectores clave y muy prometedores en la política exterior de Rusia. Nos une la adhesión a los principios del multilateralismo en asuntos globales, el respeto al derecho internacional, la necesidad de potenciar el protagonismo de la ONU y el deseo de garantizar un desarrollo sostenible. Todo ello nos convierte en socios naturales en materia internacional y permite fomentar la cooperación en los más diversos ámbitos” (6).

Yo diría que en ese mismo año 2014, y hasta hace al menos dos años, los mandos militares de Rusia no se planteaban la necesidad del establecimiento de bases militares en países de la América Latina y en general a lo externo de su país y ello en virtud de que su concepto militar,  a diferencia del de los Estados Unidos, excluye la “necesidad” de poder ejercer una influencia de carácter global; se planteaban sí, como un natural respaldo a sus crecientes inversiones en la región, la creación de centros de mantenimiento para los buques de la Armada Rusa, esto es, apostaderos navales en los cuales se pudiesen realizar también tareas de mantenimiento mediano y menor de dichos buques, así como el de centros de aprovisionamiento de combustible de sus aviones cisterna para reabastecer en pleno vuelo a sus aviones operativos en la zona del Caribe, y a tal fin estaban en negociaciones con los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, según lo declarase a la agencia de noticias rusas RIA Novosti, el entonces viceministro de defensa Anatoli Antónov (7).

El incremento desmesurado de las agresiones económicas, financieras y diplomáticas de los Estados Unidos sobre Rusia, aunado a las constantes amenazas de la OTAN en el terreno militar, en el marco de esta nueva versión de la “guerra fría”, iniciada en los años finales de la administración Obama y continuada con renovados bríos por la administración de Trump, ha hecho necesario que Rusia se plantee, como un tema de seguridad nacional, el tener que expandir sus capacidades defensivas y de ataque a larga distancia, en la región de Asia Pacífico y en la región Latinoamericana, donde cuenta con importantes socios estratégicos; algo que ha de llevarle a la reactivación de bases militares que antes mantuvieron en países como Vietnam y Cuba y al establecimiento de nuevas bases en éstos y otros países de ambas regiones. Unas tajantes declaraciones del jefe del Comité de Defensa de la Cámara Alta del Parlamento ruso, Víctor Bóndarev, publicadas por Sputniknews a finales del año pasado, según las cuales: “Una base militar rusa en Cuba con un EEUU agresivo respondería a los intereses en materia de seguridad” (8), habrán de servir para demostrar la validez de la hipótesis anterior.

Es un hecho cierto que la privilegiada y altamente estratégica ubicación geográfica de nuestro país: al norte de la América del Sur y con amplias fachadas sobre el mar Caribe y el océano Atlántico; ni muy lejos ni muy cerca de los Estados Unidos; y compartiendo con ellos una estimable frontera marítima, tiene que ser un incentivo importante para que Rusia quiera establecer una base aeronaval en nuestro territorio, la cual habría de dotarle de una posición altamente ventajosa a la hora de vigilar los movimientos del imperio.

También lo es el que un establecimiento militar de tal naturaleza habría de convertirse en un muy importante elemento disuasivo para la ejecución de los planes guerreristas que el imperio y sus socios de la OTAN tienen ya elaborados desde hace tiempo con el propósito de ponerle la mano a nuestros ingentes recursos minerales de carácter estratégico y al mismo tiempo acabar de raíz con ese “mal ejemplo” que proyectamos sobre la hoy sometida Latinoamérica y sobre el resto del mundo, por el solo hecho de estar demostrando, junto a los hermanos países del ALBA-TCP y el Convenio Petrocaribe, que una eficaz resistencia al imperio es posible.

En apoyo a esta hipótesis de que una base aéreonaval rusa en nuestro territorio se constituiría en un disuasivo importante para el imperio en relación a su decisión de invadirnos podemos señalar el innegable efecto disuasivo generado hasta ahora, tan sólo por contar con la fuerza aérea más poderosa de la región por el hecho de contar 24 caza bombarderos Sukhoi 30 MK2l, de fabricación rusa y con uno de los más poderosos ejércitos, reconocido así por disponer de: más de 120.000 combatientes activos equipados con el rifle de asalto AK 103, de fabricación rusa; alrededor de 200 tanques rusos T-72BM1, de comprobada efectividad en la protección y defensa de áreas urbanas; y el más poderoso sistema de defensa aérea de la región, desarrollado con la asistencia de Rusia y conformado por brigadas de misiles S-300 y de misiles antiaéreos Igla-S y Super Igla (9). Otro disuasivo importante lo han constituido los frecuentes ejercicios militares conjuntos con las fuerzas armadas rusas, dentro y fuera de Venezuela, y muy especialmente, unas maniobras realizadas en la frontera con Colombia, entre el 22 y el 29 de septiembre, conjuntamente con efectivos de las fuerzas armadas de China, Cuba y Rusia, causantes a juicio mío del actual repliegue transitorio de las fuerzas invasoras del imperio.

Pero si la base propuesta no surtiese el efecto disuasivo deseado, no tengo duda alguna de que a partir de ella estaríamos en capacidad de potenciar de manera significativa nuestro desempeño en la indeseable e impuesta confrontación militar, como ha sido el caso de Siria, con sus bases aérea y naval, y aún sin haber contado hasta ahora con los misiles S-300, que nosotros si poseemos, convertidos ellos en el némesis de los misiles de la OTAN.

Como la firma del acuerdo para el establecimiento de la base propuesta debería esperar por una modificación del Artículo 13 de la Constitución, tarea que debería acometer desde ya la soberanísima Asamblea Nacional Constituyente (ANC), consideramos que es impostergable comenzar a desarrollar conjuntamente apostaderos navales y centros de aprovisionamiento de combustible para aviones, tratando de hacer el uso más eficiente de los recursos de infraestructura existentes en instalaciones como: la Base Naval “Juan Crisóstomo Falcón”, en la península de Paraguaná; DIANCA y la Base “Naval Agustín Armario” , en Puerto Cabello; y la Base Aeronaval C/N “Antonio Díaz”, en la isla de la Orchila. No olvidemos que a juicio de algunos estrategas militares rusos este tipo de instalaciones son suficientes para contener exitosamente la agresividad imperial en regiones como la nuestra.

¡Hasta la Victoria, Siempre!

¡Patria o Muerte!

¡Venceremos!

Notas:

(1)   “Secretos de la Dictadura 1948-1958”, conversaciones de Régulo Fermín Bermúdez con Gonzalo Ramírez Cubillán, Editorial Greco, Primera Edición, noviembre de 1996, página 90.

(2)    https://ciudadvalencia.com.ve/militares-gringos-fuerte-tiuna-chavez/

(3)    https://www.nacion.com/el-mundo/chavez-estrecha-nexos-con-rusia/IW2RN6ZXGBDR3KMKUVYDIJQULQ/story/

(4)    https://es.comunicas.org/2010/04/02/vladimir-putin-viaja-por-primera-vez-a-venezuela-para-fortalecer-alianza-estrategica-con-rusia/

(5)    https://es.rbth.com/blogs/mirada_global/2017/03/14/las-opciones-de-rusia-para-abrir-bases-en-america-latina-y-el-pacifico_719518

(6)    http://sp.ria.ru/international/20140711/160756214.html

(7)    http://www.infodefensa.com/latam/2014/04/01/noticia-rusia-creara-centros-mantenimiento-naval-latinoamerica.html

(8)    https://mundo.sputniknews.com/defensa/201711051073750980-moscu-caribes-washington-tensiones/

(9)    http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/02/20/el-impacto-adverso-de-una-invasion-a-venezuela-sobre-el-imperio-y-sus-aliados/

Carlos E. Lippo para La Pluma, Caracas, Venezuela, 21 de octubre de  2018

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: Blog de Carlos Lippo, Caracas, 20 de octubre de 2018