Las independencias en América Latina, que generalizaron una conciencia común por la libertad y movilizaron esfuerzos compartidos, marcaron el inicio de una identidad latinoamericana que se impuso por encima de las diferencias surgidas entre los nuevos Estados, incluso a pesar de conflictos y guerras. El latinoamericanismo, como vínculo histórico y cultural, sigue siendo un rasgo que hermana a nuestros pueblos y que fundamenta la resistencia a toda forma de imperialismo, aunque ciertos grupos dominantes hayan carecido de esta identidad.
En ese trasfondo, la propuesta reciente del presidente colombiano Gustavo Petro de reconstruir la Gran Colombia ha reabierto un debate que, si bien parece anclado en el siglo XIX, conserva plena vigencia. Al insistir en “la idea de Bolívar de una Gran Colombia, con parlamento común y presidencia colegiada”, como lo hace la Unión Europea, Petro retoma un proyecto originario de la independencia y se coloca en la tradición progresista que tuvo en Eloy Alfaro (1842-1912) a uno de sus defensores más firmes. De este modo, la actual iniciativa se muestra como parte de una genealogía histórica que aspiró a la unidad latinoamericana capaz de enfrentar amenazas externas y sobrepasar los límites de los Estados nacionales.

Petro ha propuesto que los pueblos de los territorios que integraron la Gran Colombia avancen hacia “una confederación de naciones soberanas” mediante poder constituyente y acuerdos entre gobiernos. Su planteamiento, hecho en un contexto de tensiones internacionales y de rechazo a la intimidación militar estadounidense en el Caribe, parte de la convicción de que los problemas globales requieren respuestas regionales propias. La idea de activar comités constituyentes desde la sociedad civil recuerda las prácticas insurgentes y populares de integración que marcaron el liberalismo latinoamericano a fines del siglo XIX.
Esa tradición tuvo en Eloy Alfaro uno de sus exponentes más constantes. Como he desarrollado en un estudio previo (https://t.ly/HAzjR), Alfaro se formó desde joven en un ambiente liberal, masónico y profundamente latinoamericanista, alimentado por lecturas que exaltaban “los derechos del hombre, las doctrinas liberales y la cruzada masónica empeñada en transformar románticamente el mundo en estación de paz y de fraternidad”. Sus tempranas acciones contra el régimen de García Moreno y su prolongado exilio en Panamá consolidaron su visión de la causa liberal como empresa continental. Por ello, el historiador Alfredo Pareja lo describió como “cada vez más, un ciudadano de América”.

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Alfaro concibió la lucha revolucionaria como una red transnacional. Mantuvo vínculos con patriotas cubanos, liberales colombianos, dirigentes centroamericanos y presidentes como Joaquín Crespo (Venezuela) y José Santos Zelaya (Nicaragua). En su Proclama de 1883 llamó a “coronar la magna obra del libertador Bolívar y del inmaculado Sucre”, ubicando la reconstitución de Colombia como aspiración esencial. Desde entonces, su compromiso con la unidad grancolombiana adquirió un carácter estratégico y profundamente personal.
El ideal tomó forma en gestiones diplomáticas inéditas. En 1887, desde Lima, Alfaro envió a su hermano Marcos como Agente Diplomático para la reconstrucción de la Gran Colombia, con plenos poderes para pactar una alianza federal entre Venezuela y Ecuador. Estos actos, que otorgaban funciones gubernamentales a un movimiento revolucionario, muestran hasta qué punto concebía la integración como tarea urgente y viable. Liberales de la región compartían esta visión, viendo en la unión un mecanismo de defensa frente a los imperialismos y las tensiones internas.
Durante su gobierno, Alfaro no abandonó el proyecto. Entre 1898 y 1900 insistió ante el Congreso en crear una Confederación entre Venezuela, Colombia y Ecuador para resolver disputas limítrofes y fortalecer una política internacional común. Aunque la “Guerra de los Mil Días” (1899-1902) frustró estas aspiraciones, continuó promoviendo congresos y pactos como el de Amapala, firmado con Crespo, Zelaya y Uribe, mediante el cual los liberales se comprometían a la ayuda mutua. Su prestigio motivó a que la Junta Patriótica Colombiana lo proclamara en 1901 “Supremo Director de la Gran Confederación de la Antigua Colombia”. Paralelamente, apoyó la independencia de Cuba, trató con sus líderes, gestionó ayuda militar y convocó a un Congreso continental en 1896 para discutir este tema y, sobre todo, sujetar la Doctrina Monroe a un verdadero derecho público americano, que fue boicoteado por Estados Unidos.

La derrota del liberalismo ecuatoriano y la muerte violenta de Alfaro en 1912 cerraron temporalmente las posibilidades de una unión grancolombiana. Pero el ideal latinoamericano persistió. José Martí, por ejemplo, concibió a “Nuestra América” como un cuerpo común que debía afirmarse ante los imperialismos y defendió una identidad compartida que trascendía las fronteras republicanas. Manuel Ugarte recorrió el continente llamando a la unidad política latinoamericana; Haya de la Torre ideó el indoamericanismo como proyecto de integración; y José Carlos Mariátegui sostuvo que América Latina debía construir una unidad basada en la justicia social. Estas corrientes muestran que el sueño grancolombiano se entrelazó con un amplio horizonte latinoamericanista en los siglos XIX y XX.

El concepto de Indoamérica en Víctor Raúl Haya
de la Torre, 1924-1945 Formato PDF
En Petro, el ideal bolivariano y alfarista encuentra un eco contemporáneo: reconocer que los Estados latinoamericanos, fragmentados por estructuras económicas desiguales, requieren una integración audaz para sostener su soberanía. Sin embargo, en el presente, este proyecto solo sería viable si Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador cuentan con gobiernos de orientación latinoamericanista y progresista. Como en el pasado, los sectores conservadores, neoliberales o libertarios se han subordinado a intereses transnacionales y han demostrado escasa o nula correspondencia con la identidad latinoamericana.
La propuesta de Petro no debe leerse como nostalgia, sino como una actualización necesaria de un proyecto con fundamento histórico. Así como Alfaro veía que las disputas limítrofes podían resolverse dentro de una federación fraterna, los desafíos energéticos, ambientales y económicos actuales requieren cooperación supranacional. La Gran Colombia del siglo XXI sería una confederación moderna, capaz de proyectar un bloque regional autónomo, sin referencia a los gobiernos actuales, sino a una integración ideal y ejemplar.
De este modo, Petro aparece como heredero del bolivarianismo: un soñador práctico que reconoce que la historia de la unidad latinoamericana no está concluida. Su propuesta recuerda que la integración sigue siendo un proyecto audaz, pero posible, en espera de gobiernos que compartan ese ideal común y lo lleven a la realidad.