El mensaje me llegó de un amigo, así no más: “mirá lo que pasó en el juicio contra Uribe”, con un enlace y también con un largo ¡ja, ja, ja! “Este país es una risa triste”, añadía. Y yo todavía no sabía cuál era el suceso. Ese día, por tener cosas mejores que hacer, no me puse a ver la audiencia del llamado “juicio del siglo”, como si se tratara de una pelea de boxeo, que entonces, cuando era un deporte de más sintonías y grandes pugilistas, casi todas las peleas eran “del siglo”.
Una de las audiencias, en las que vi al “testigo estrella”, tal como se le califica en los medios de comunicación, me había dejado una especie de confirmación de tantas cosas que en otros años circulaban “sotto voce” sobre el Bloque Metro, sobre Doble Cero, acerca de que esa organización paraca la habían creado, entre otros, los hermanos Uribe Vélez. Y el testigo, que uno no sabía cómo era que seguía vivito y coleando, cuando tantos otros de su estirpe habían sido asesinados, iba desgranando datos, hechos y toda una serie de revelaciones, como las del tubo de gasolina que los paramilitares, ahí no más, cerca de la hacienda Guacharacas, perforaron para robar combustible y luego venderlo.
Y con las declaraciones que iba dando Juan Guillermo Monsalve, que así se llama el testigo clave, preso en La Picota y que parece se ha salvado de cianuros y otros venenos, que ni los que menciona El conde de Montecristo son tan variados y letales, se podían ir atando cabos. El cuento es que con las audiencias que hasta ahora van del juicio contra Uribe por cargos de soborno, soborno en actuación penal y fraude procesal, el tinglado parece inclinarse en una ineludible condena al procesado. Lo que, por supuesto, está por verse.
Vuelvo al mensaje de marras. Cuando lo abrí, volvió aquello, hoy muy ofensivo, de un dicho que se manejaba de modo popular: “más peligroso que un enano con barbera”. Hubo un silencio, unos recuadros con Uribe, el abogado de la defensa y la fiscal. De pronto, apareció en la pantalla un hombre de “talla baja” junto al baúl abierto de un automóvil, bailando y con una cerveza de lata en una mano. Sonaba una insoportable canción: “Me gusta la farra y las mujeres buenas / Vivir con amigos, vaciando botellas…”.
El hombre de “talla baja” bailaba, alzaba las manos, se tomaba un “sorbo”. Qué vaina es esta, se preguntaba uno, en desconcierto con tanta ordinariez. Y después, oh, sorpresa, apareció una mujer, o más bien, sus partes pudendas, en un desalado video pornográfico. Hubo risas. La fiscal Marlene Orjuela presentó excusas; después, tras algunos comentarios, la Fiscalía se comprometió a revisar con más cuidado los archivos para proyectar los que se consideraran pertinentes.
Puede ser que este impase, de evidente desparpajo, de falta de cuidado de parte de los investigadores para separar material pertinente, sea una muestra de otras consideraciones en torno a la vulgaridad en que se ha caído desde hace años en distintas expresiones de la política, la gobernabilidad, el ejercicio de lo público. Y ni hablar de la tergiversación que se ha hecho, aupada por ciertos medios de comunicación, de la cultura popular, trocada en el ensalzamiento de la chabacanería, la banalidad y lo ramplón. La misma de “te doy en la cara, marica”.
El “culibajito” del bailoteo ebrio y después la ocupación de la pantalla por una vagina sensacionalista pueden ser síntomas de otras decadencias. Más que un país de “risas tristes”, hemos tenido episodios, muchísimos, de violencias interminables, de desaparecidos y “falsos positivos”, de una muestra casi pornográfica de cortes de franela, de desmembramientos sádicos, de eliminación del que piensa distinto a los poderes establecidos.
No sé por qué, tras ver aquellas imágenes de un juicio que mantiene en vilo a mucha gente, y en el que se aspira que haya justicia, y que por lo menos el “testigo estrella” siga con vida, recordé otras imágenes, terribles como tantas otras de nuestra historia trágica. La práctica de “fútbol” con las cabezas de víctimas de los paramilitares, las masacres incontables de los sanguinarios tiempos de las mafias del narcotráfico, el asesinato, por ejemplo, de Jesús María Valle, las matanzas en Urabá, en El Salado, en El Aro…
Cualquiera podría decir que no ve la relación entre un “enano” beodo y bailarín, unas imágenes de chambona pornografía, una cancioncita de etílicos callejeros, una audiencia contra un expresidente, acólito de intereses foráneos, privatizador, neoliberal, que gustaba de cambiar “articulitos” para su reelección, en fin, y el desvencijado circo que hemos sido. Puede ser, por qué no, una tragicómica radiografía de un país inequitativo, violento, lleno de despojados, y que a veces, para no llorar, prefiere emborracharse y bailar como el liliputiense de la pantalla.
Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 11 de marzo de 2025
Editado por María Piedad Ossaba