En realidad, la llamada «Guera Fría» entre las potencias occidentales y la URSS no terminó con el colapso de la Unión Soviética. Uno de los objetivos de aquella guerra era derrotar al comunismo y es de rigor reconocer que las potencias capitalistas consiguieron un éxito notable que se tradujo también en una victoria sobre los movimientos comunistas en Europa y el Latinoamérica. Desde esa perspectiva el capitalismo salió victorioso y en tantos aspectos podría afirmarse que aquella Guerra Fría terminó y que la hegemonía del capitalismo occidental (y sus aliados) inauguraba un nuevo período de paz. Nada más lejos de la realidad.
La Guerra Fría renace bajo otras formas, poniendo de manifiesto que la anterior, además de combatir el socialismo tenía como uno de sus objetivos centrales los mismos propósitos colonialistas de antaño, es decir, una lucha encarnizada entre las potencias para asegurar a sus capitalismos particulares materias primas, control de los mercados y de las vías de comunicación y una supremacía política que sirviera como instrumento útil a estos propósitos. Con la Guerra Fría sucede entonces lo mismo que con el colonialismo tradicional: cambian sus formas pero mantiene sus objetivos centrales que no son otros que los intereses económicos del capital.
Hoy como ayer, los conflictos entre las potencias no se producen de forma directa. El llamado «equilibrio nuclear» hizo, si no imposible, al menos absurdo un enfrentamiento directo entre esas potencias pues los beneficios serían casi nulos y la destrucción total sería casi planetaria. Al parecer las potencias nucleares han desarrollado las llamadas «mini bombas atómicas» que podrían permitir su uso sin que se desemboque en esa tragedia mundial; pero no hay seguridad de que tal cosa sea factible.
Por el momento, todo indica que hoy como ayer la estrategia de Guerra Fría se mantiene y que persiste igualmente un enfrentamiento indirecto entre los competidores centrales (las grandes potencias) que utilizan a países de la periferia como instrumentos militares, como los actores directos; las grandes potencias facilitan las armas y la financiación de esas guerras en curso, impulsan aliados que les resultan afines a sus intereses (las denominadas oligarquías locales) y que proporcionan la mano de obra necesaria (las tropas) y, por supuesto, corren con la mayor parte de la tragedia humana y material de esas guerras. Después de la experiencia de dos guerras mundiales las potencias capitalistas parecen decididas a incrementar esa estrategia de dejar en manos de terceros los mayores riesgos y sacrificios de los conflictos. Recientes casos lo ponen de manifiesto.
Luego de la guerra de Corea y sobre todo de Vietnam se ha optado por disminuir al máximo las tropas metropolitanas dejando el trabajo sucio a los aliados locales no menos que a tropas mercenarias que cada vez con mayor frecuencia aparecen como actores claves en esos conflictos, sin que Occidente tenga que ser el actor directo, al menos no formalmente. Esa es la forma actual de la Guerra Fría que ahora enfrenta a las potencias occidentales y sus aliados contra las potencias emergentes, China en particular.
Los actuales conflictos bélicos, de una u otra manera no son más que fichas en ese ajedrez mundial de la nueva Guerra Fría. En la guerra de Ucrania nada puede explicarse realmente sin considerar que tras todo el discurso de Occidente y sus aliados no hay otro objetivo que asegurarse el control de los inmensos recursos naturales de Rusia; no menos evidente es que tras el conflicto en Palestina no hay otra meta que asegurar el suministro de petróleo y gas a las potencias en pugna, además de otros objetivos también destacables como asegurar vías de comunicación al comercio de Occidente y sus aliados; y motivos similares explican los duros conflictos en África.
También vale el argumento para entender el conflicto de Occidente y sus aliados con las nuevas potencias en Asia (India e Irán, sobre todo) en donde ya es evidente este juego de intereses entre Occidente, sus aliados, contra China, en particular. Por supuesto Latinoamérica y el Caribe no escapan a esta dinámica, a estas nuevas formas de la Guerra Fría.
El Nuevo Continente registra ahora la presencia sin tapujos de la OTAN no menos que la actividad subversiva de decenas de agencias de espionaje, de empresas de mercenarios cuando no abiertamente de los mismos cuerpos diplomáticos que aparecen como protagonistas de diversas formas de intervención, que van desde los llamados «golpes blandos» contra gobiernos no afines a Occidente hasta intervenciones abiertas que violan todas las normas del derecho internacional. Esta estrategia de acoso y derribo de gobiernos molestos a Washington y sus aliados, se repite ahora con Venezuela y en menor medida contra otros gobiernos de la región, manteniéndose contra Cuba como en los peores momentos de la Guerra Fría.
En su nueva versión la Guerra Fría no hace más que prolongar sus formas tradicionales, si bien esta vez ya no se trata de «detener comunismo soviético» (aunque también se utiliza como argumento) sino de impedir que nuevas potencias como China continúen ganando espacios en la región. Si antaño el Campo Socialista resultó decisivo para la Revolución cubana, en la actualidad las llamadas potencias emergentes generan nuevos márgenes de acción para gobiernos progresistas mediante mecanismos como los BRICS o el proceso de integración regional. El papel decisivo de China ayudando a Venezuela a recuperar su industria petrolera colapsada por el sabotaje de Washington es un buen ejemplo de ello.
El conflicto en Ucrania parece decantarse en favor de Rusia y la actual ofensiva de Kiev sería una maniobra para no llegar demasiado débil a una posible mesa de negociación. Israel parece ganar militarmente la guerra contra el pueblo palestino; sin embargo, el coste resulta demasiado alto. Aunque sigue contando con el apoyo de los gobiernos de Occidente (no de la inmensa mayoría de la población mundial) el sionismo convierte a Israel en una nueva expresión del terror nazi.
No extraña entonces que aumente en el seno mismo de la sociedad israelí la oposición a la política del gobierno sionista. No toda guerra que se gana militarmente supone un triunfo político; puede ser, al contrario. Seguramente eso debió considerar el general De Gaulle cuando constató que si bien el Frente de Liberación Nacional de Argelia, con sus armas elementales y escasas no había conseguido derrotar militarmente al muy moderno y buen equipado Ejército francés, la batalla por la independencia había sido ganada por los argelinos y lo inteligente era retirarse y pactar la paz.
Ojalá en Israel se produzca un proceso similar y se generalice la opinión de quienes consideran que lo civilizado es que exista un solo Estado, compuesto por personas de todas las creencias (y de los ateos, igualmente), con iguales derechos y deberes, lejos del ideal sionista que se fundamenta en la superioridad de la raza, la misma supuesta superioridad que los nazis utilizaban contra sus abuelos y sirvió para justificar los campos de exterminio. Gaza y en realidad toda Palestina no están lejos de ser nuevos campos de exterminio.