El Modelo neoliberal y los 40 ladrones

Hay textos cuya pertinencia expira al poco tiempo. Y otros que resisten al paso del tiempo y siguen siendo una fuente de valiosa información al cabo de muchos años. Creo que es el caso de este trabajo, y por eso tenemos el honor, el placer y la ventaja de redifundirlo. Que aproveche…

Luis Casado – Edición revisada en diciembre 2014

A modo de prefacio

Este texto formó parte de “El modelo neoliberal y los 40 ladrones”, publicado por Ediciones Tierra Mía en el año 2002, libro que incluyó otros textos, esencialmente paridas publicadas en los dos años precedentes.

Casi todos centrados en análisis y comentarios económicos, disciplina que me decidí a estudiar cansado de escuchar todo y su contrario en la boca de los innumerables “expertos” encargados de decirnos qué pensar con relación a las calamidades que nos tocan muy de cerca cada día: desempleo, insuficiencia del poder adquisitivo, inadecuación de las formaciones profesionales, reducción de las inversiones productivas, contaminación del aire que respiramos, destrucción del medio ambiente, acumulación de la riqueza producida en pocas manos, aumento de la población que vive bajo el umbral de pobreza, crecimiento desmedido del endeudamiento de los hogares, crisis recurrentes que llegan una tras otra antes de que hayan desaparecido las consecuencias de la precedente, competitividad, inflación, deflación, etc., etc.

Aún cuando la Economía nunca me atrajo al punto de hacer de ella el objeto de mis preferencias, ya había estudiado y practicado en Francia la Contabilidad de Empresa y el Análisis Financiero.

Los estudios que me condujeron a obtener un diploma de Ingeniero de Estado en París me ofrecieron más tarde la oportunidad de estudiar la Contabilidad Nacional (las cuentas del Estado), y de consagrar la Memoria exigida como parte de las secuencias pedagógicas a un tema económico: “Transferencias Tecnológicas y Desarrollo en América Latina”.

La lectura de un libro de Bernard Maris, “Lettre ouverte aux gourous de l’économie qui nous prennent pour des imbéciles” (Carta abierta a los gurús de la economía que creen que somos imbéciles) publicado en el año 1999, me convenció de la necesidad de profundizar en el conocimiento de la Economía, disciplina -no oso llamarla “ciencia”- en crisis a tal punto que quienes disparaban contra la ambulancia con más entusiasmo eran precisamente eminentes economistas.

En su comentario de ese libro, Marie-Claude Jacquot, de la publicación mensual Alternatives Économiques (junio 1999), dice:

“Esto se llama un panfleto. El lenguaje es provocador. Los juicios, lapidarios. El tono, sarcástico. Es “El horror económico” en más divertido. Y sobre todo en más competente. El autor conoce desde el interior el mundillo de los economistas y su historia: sabios, premios Nobel, profesores, investigadores (“organismos obedientes”), estadísticos (“la gente de las cifras”), previsionistas, especuladores, consejeros del ‘Príncipe’ (los “chiefs economists”), expertos, oráculos, ensayistas, periodistas…

En el banco de los acusados, la “ciencia” económica, aquella que hace estragos desde Walras y su ley del equilibrio de los mercados. Ella pretendió orientar a los políticos, cuando hubiese debido quedarse en los laboratorios. Resultado: ricos cada vez más ricos y pobres cada vez más pobres. El autor le acuerda una mención especial de incompetencia a Michel Camdessus, patrón del Fondo Monetario Internacional: predicando la virtud, le presta miles de millones a poderes corruptos que se apresuran a colocarlos en su propio beneficio, mientras que los buenos alumnos (Brasil y México) continúan hundiéndose después de haber seguido a la letra los preceptos de rigor y de esfuerzos.

Otros laureados coronados: Los Sres. Merton y Scholes, que perdieron varios miles de millones aplicando el modelo de gestión de productos derivados ¡que les valió el premio Nobel en el año 1997!

Evidentemente, Onc’Bernard –su nombre de prensa en Charlie Hebdo–, eminente universitario por otra parte, fuerza la dosis, como lo exige el género. Pero rasca ahí donde duele: la pretensión de los economistas a creer que poseen las claves del conocimiento…”

Inspirado en un ejemplo tan motivador, proveniente de uno de los raros economistas dignos de ese nombre, mis incursiones en el campo de la Economía -destinadas a la vulgarización de algunos conceptos muy sencillos-, tienen por objeto desenmascarar a los insoportables vendedores de pomada que pasan por “expertos”.

Mis estudios, que nunca tuvieron el propósito de obtener algún diploma, me han ofrecido por el contrario otro tipo de retribución: la posibilidad de comprender que la enseñanza y la práctica de la Economía no tiene otro objeto -en nuestros días- que el de satisfacer una demanda extremadamente rentable: la de producir argumentos útiles para el statu quo, la consagración de un modelo económico que favorece a un puñado de privilegiados a cambio de la vulneración de los derechos más esenciales de una inmensa mayoría.

La Economía, disciplina tarifada, le permite a demasiados profesionales -incluyendo a los consagrados profesores de Harvard- el acceso a remuneraciones escandalosas contra la producción de “estudios” cuyos resultados son determinados ex ante.

Este texto, que es el producto de mis primeras lecturas y de mis primeras reflexiones, de cuya reedición me convenció mi buen amigo -residente en Canadá- el profesor Hermes Benítez, resume, en pocas páginas, algunas de las “pomadas” que le venden al personal.

Por “pomada” entiendo una mercancía de dudosa calidad, destinada a convencer a los incautos de la inevitabilidad del sistema que los condena a la precariedad, a la sumisión, y a la obediencia.

Luis Casado, Paris, diciembre 2014

Introducción

“Si robas 10.000, quiere decir que vales cien veces más que aquel que gana 100 honestamente”. (Vilfredo Pareto, teórico del liberalismo).

Tio Sam recibiendo el dinero de la deuda de América latina

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Vilfredo Pareto, sucesor de Walras en la cátedra de economía de Lausana, hizo siempre el elogio de la estafa y de la corrupción como auténticos fenómenos del mercado.

En efecto, suele ocurrir que algunos economistas liberales aprecien un cierto grado de franqueza, y no teman exponer el fondo de su pensamiento.

Hace algunas semanas nos referíamos a un economista liberal francés, el Sr. Godet, que en un artículo publicado por el diario parisino “Libération” intentaba vendernos la pomada de la ley de la oferta y la demanda, y la del empleo cuyo nivel depende, según el Sr. Godet, del nivel de remuneración.

Godet decía: “Mientras más barato es el costo global del trabajo, más empleo ofrecen los patrones, mientras más caro es el trabajo, más se automatiza, se subcontrata o se deslocaliza (1) “.

(1) Deslocalizar: cerrar una empresa en Europa (o un país del ‘primer mundo’) para instalarla en China u otro país de salarios bajos.

Así de simple, como la ley de la oferta y la demanda. Según la cual el desempleo no existe (2).

(2) Véase mi libro No hay vacantes.

En efecto, si bajas suficientemente las remuneraciones, llegará el momento en que todo vendedor de su fuerza de trabajo encontrará un patrón dispuesto a pagarle el puñado de arroz que reclama.

Las subvenciones estatales para crear empleo parten de ese postulado: que el precio del trabajo es muy caro (3). Por eso lo subvencionan.

(3) Muy caro para la empresa, se entiende. Al acordarle una subvención, los poderes públicos entienden ayudar a la pobre empresa… No al asalariado.

Un economista liberal chileno decía hace un par de meses (4): “El fracaso de los planes de empleo subvencionado se debe a que a esos trabajadores se les paga demasiado”(sic).

(4) Diario “Estrategia”. Santiago de Chile. Febrero 2002.

Y agregaba: “a los empleos subvencionados no sólo hay que disminuirles la remuneración sino además dedicarlos a actividades que requieran presencia y esfuerzo físico” (5).

(5) El economista no precisó si era necesario enviarles a trabajos forzados pero sospecho que lo pensó.

Del mismo modo el Sr. Godet no pudo frenar su franqueza –o sus contradicciones, vaya uno a saber–, y terminó por confesar: _”En efecto, las empresas no están ahí para crear empleo, sino riquezas” (6).

(6) Diario parisino Libération. Edición mencionada en el texto.

En el debate económico actual existe un sinnúmero de postulados aceptados por casi todo el mundo sin el menor esfuerzo crítico.

La pretendida “modernidad” en la conducción económica de las naciones, o en la gestión de la estructura productiva, o en el manejo de los mercados financieros, reposa sobre una retahíla de postulados cuyo pretendido carácter axiomático (7) no admite cuestionamiento alguno.

(7) Axioma: proposición clara y evidente que no necesita demostración (Diccionario Clave).

Poco importa que dichas verdades absolutas tengan mucho más de tautología (8) y de sofisma (9) que de axioma: una vez entregados al vulgo como palabra de origen divino no conviene ponerlos en duda.

(8) Tautología: repetición de un mismo pensamiento, de maneras diferentes.
(9) Sofisma: razón o argumento aparente con el que se defiende lo que es falso.

Intentaremos exponer algunas de ellas en las páginas siguientes, haciendo un breve análisis crítico de cada “pomada” gracias a la ayuda inestimable de Bernard Maris, Philippe Labarde, Joseph Stiglitz, Jeremy Rifkin, Friedrich Engels, Thomas Piketty y otros autores (10).

(10) Todos ellos eminentes economistas.

Y si Ud. amigo lector, como yo, no sabe nada de economía, no importa. Recuerde la “Ley de la oferta y la demanda”: si los precios aumentan la oferta aumenta, si los precios aumentan la demanda disminuye. Y viceversa.

En eso se resume toda la ciencia económica liberal.

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Libertad del mercado

La ideología que defiende la libertad del mercado es un modelo atribuido a Adam Smith, quién afirma que las fuerzas del mercado –o dicho en otras palabras la motivación por el beneficio– guían la economía hacia la eficacia “como una mano invisible” (1).

(1) La riqueza de las naciones. Capitulo 2, Libro Cuarto. Alianza Editorial. 1994.

Es decir que la eficacia del mercado reposa en su propia libertad. Que no se nos ocurra regular ni intervenir para nada. El mercado libre es eficaz. Gracias a una “mano invisible”. (2).

(2) Los pasablemente inútiles Sernac constituyen un atentado a la libertad de los mercados que, como todo el mundo sabe, se regulan solitos. La creación de estos engendros es una confesión involuntaria de lo chanta de la teoría.

Expresado en lenguaje de economista liberal esta teoría pretende que “del egoísmo de cada cual nace el bienestar de todos”.

Años después, el mentado Walras expuso su teoría general del equilibrio (3).
Walras pensaba que los mercados (todos los mercados: de tomates, de melones, del petróleo, del trabajo, de empanadas) actuando simultáneamente, conducen a un equilibrio. Una armonía general. Una paz social en la que todo el mundo está muy bien y muy de acuerdo.

(3) Teoría del Equilibrio General (TEG).

Y postuló al Premio Nobel de la Paz en nombre de su teoría (4).

(4) Bernard Maris. “Carta abierta a los gurús de la economía que creen que somos imbéciles”. Ed. Albin Michel. Abril 1999.

Pero Walras nunca pudo demostrar su teoría. Nunca logró demostrar que los mercados conducen a un equilibrio, ni que los mercados distribuyen la riqueza del modo más adecuado. Ni siquiera que la economía de mercado es “la más eficaz”.

De ahí que uno tras otro, multitudes de economistas intentaran –sin lograrlo– demostrar que los mercados, la ley de la oferta y la demanda, la “mano invisible”, conducen “naturalmente” al equilibrio. Al mejor de los equilibrios.

Hasta que Sonnenschein (1) invirtió el problema y demostró que era imposible definir una “ley de la oferta y la demanda” correcta, que conduzca un equilibrio único. E incluso demostró que el equilibrio podría resultar de una ley de la oferta y la demanda totalmente aberrante.

(5) El teorema de Sonnenschein, establecido entre 1972 y 1974 en una serie de artículos por Hugo F. Sonnenschein, Rolf Ricardo Mantel y Gérard Debreu (de donde resulta que también le llamen el teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu) muestra que las funciones de demanda y oferta de la Teoría del Equilibrio General (TEG) pueden tener una forma cual- quiera, lo que refuta el resultado de la unicidad y de la estabilidad del equilibrio general.

Conclusión: el sistema de Walras no es ni armonioso ni estable. Es totalmente catastrófico. Explosivo o implosivo.

Si existe un equilibrio -Gérard Debreu demostró que puede existir, gracias al Teorema del Punto Fijo de Broüwer (6)- a menos de caer encima por azar no se lo encuentra. Y si por azar se lo encuentra… el equilibrio se aleja.

(6) En matemáticas, el teorema del punto fijo de Broüwer es un resultado de topología. Hace parte de la gran familia de los teoremas de punto fijo que enuncian que si una función verifica ciertas propiedades, entonces existe un punto x0 tal que f(x0)=x0. Broüwer habría agregado: “Puedo formular este magnífico resultado de otro modo. Tomo una hoja horizontal, otra hoja idéntica que arrugo y que después de estirarla vuelvo a ubicarla sobre la primera. Un punto de la hoja arrugada está en el mismo lugar que sobre la otra hoja.”

Si las palabras “mercado” y “ley de la oferta y la demanda” tienen algún sentido, significan aberraciones, desequilibrio, indeterminación, destrucción, desorden. Burdel. El mercado es un vasto burdel.

Hace más de veinte años que se sabe que el modelo basado en la competencia está en una impasse total y que no saldrá jamás de ella.

Ningún economista digno de ese nombre puede pretender que el modelo del equilibrio general no esté definitivamente muerto y enterrado.

Por si quedase alguna duda, unos cuantos teoremas echaron un par de paladas de tierra encima. Lo que Bernard Maris llama teoremas de imposibilidad.
El de Sonnenschein por supuesto. Pero también el teorema de Arrow (7) que demuestra la imposibilidad de construir una función de utilidad colectiva que respete las preferencias individuales.

(7) El teorema de imposibilidad de Arrow, también llamado “paradoja de Arrow”, es una confirmación matemática, en ciertas condiciones precisas, de la paradoja constatada por Condorcet (siglo XVIII) según la cual no existe una función de elección colectiva indiscutible, que permita la traducción de preferencias individuales en preferencias sociales. Para Condorcet no existe un sistema simple que asegure esta coherencia. Arrow muestra, bajo reserva de aceptación de sus hipótesis, que no existe absolutamente ningún sistema que asegure la coherencia, fuera de aquel en que la función de elección colectiva coincide con la elección de un único individuo, llamado dictador, independientemente del resto de la población.

Y el teorema de Lipsey-Lancaster (8) y el de Nash (9).

(8) La paradoja de Lipsey-Lancaster (1956) o lo absurdo de una política neoliberal: ¿la libre competencia puede llevar a la eficacia? “Si se toca a un aspecto contrario a la libre competencia de una economía, uno se encuentra en una situación peor que la situación de partida. Dicho de otro modo, no se puede ir paso a paso hacia la libre competencia porque la libre competencia es un todo”. Si de tres monopolios se suprime uno, ¿la situación es mejor? No, la situación es peor. “Un mecanismo de mercado no podrá mejorar jamás el funcionamiento del mercado”. El teorema del second-best de Lipsey-Lancaster demuestra que la política prima por sobre la economía.

(9) John Nash definió una situación de interacción como estable cuando ningún agente tiene ningún interés en cambiar de estrategia. La formalización de esta simple constatación fue esencial para la Teoría de los Juegos. Ejemplo: dos jugadores eligen simultáneamente un número comprendido entre 0 y 10. El jugador que anunció el número más pequeño gana esa cantidad, mientras el otro jugador gana lo mismo menos dos unidades. En caso de igualdad, los dos jugadores pierden dos unidades. El único equilibrio de Nash en este juego es cuando los dos jugadores eligen cero. En todos los otros pares de estrategias, el Jugador que elige un número mayor o igual, puede mejorar sus ganancias eligiendo un número más pequeño.

El primero (Lipsey-Lancaster) demuestra que la competencia es un todo (o todo es competencia perfecta, o nada lo es), y el segundo (Nash) prueba que el mercado no puede conducir al mejor equilibrio.

En otras palabras, el equilibrio del mercado es la peor de las soluciones. Pregunta: ¿porqué hay que ir hacia un sistema de libre competencia?

Respuesta:“ Porque el sistema de libre mercado produce mejor, el máximo de riqueza y la distribuye, para condiciones históricas determinadas, del mejor modo”.

En ese caso se dice que hay “optimación en el sentido de Pareto”.

El “optimo de Pareto” dice que un equilibrio de mercado no permite aumentar el bienestar de un agente sin disminuir el bienestar de otro.

Curiosamente, una sociedad en la cual unos pocos poseen todo, y la inmensa masa no posee nada es un “optimo de Pareto” porque cumple la condición precedente.
He ahí porqué la teoría de Walras tuvo tan gran éxito y lo tiene aun entre los economistas ciegos (en el sentido económico desde luego).

Lo alucinante es que cualquier economista curioso sabe que el equilibrio en un sistema de libre mercado es una quimera, que la competencia tiene virtudes explosivas, destructoras, y además, que si hay equilibrio ¡es el peor!

Hace más de veinte años que los economistas saben eso. No obstante, los hay que continúan vendiendo la pomada del libre mercado, el cuento de la “mano invisible”, el teorema del equilibrio de Walras…

Para convencerse basta con mirar en derredor.

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Racionalidad de los mercados

Otro cuento chino es el de la pretendida racionalidad de los mercados. Aun cuando Herbert Alexander Simon -premio Nobel de Economía 1978- (1) y Maurice Allais -premio Nobel 1988- (2) ya lo enviaron al basurero de la casuística.

(1) En realidad el premio Nobel de economía no existe. Se trata de un premio instituido por el Banco Central sueco en honor a Alfred Nobel, el Sverige Riksbank Prize.
(2) Bernard Maris. Op. cit.

En economía los agentes son racionales si “maximizan sus objetivos, sus resultados para un presupuesto dado” o si “sus decisiones son transitivas”.

Ahora bien, estos dos axiomas son falsos si se introduce la incertidumbre en el momento de la decisión. Una paradoja célebre, la paradoja de Allais (3), demuestra que los agentes son irracionales desde que se introduce el riesgo en sus perspectivas de ganancia.

(3) Maurice Allais, economista francés. La más célebre intervención de Allais es su paradoja, puesta en evidencia en una conferencia de la American Economic Society efectuada en New York en 1953, y en diversos artículos publicados en los años 1950. Esta paradoja refuta la noción de “utilidad esperada” que forjó Von Neumann. La teoría de la utilidad esperada se apoya en una serie de axiomas relativos a la actitud de un individuo racional que debe tomar decisiones en una situación riesgosa. Allais demostró, por medio de la experimentación, que uno de esos axiomas era frecuentemente violado por los individuos sometidos a la prueba: el axioma de independencia.

Ahora bien, el riesgo es la esencia de la vida económica. Sin riesgo, sin incer- tidumbre, la vida económica se detiene. Si todo el mundo sabe todo sobre todo nadie hace nada (lo que no le impide a los economistas liberales vender la pomada de la transparencia de los mercados).

No obstante, a pesar de Allais, algunos economistas continúan razonando como si el futuro fuese algo cierto, como si no hubiese elementos de incertidumbre.

Entre ellos George J. Stigler (premio“Nobel”1982) al que Allais le aplicó la prueba de la paradoja. Stigler tuvo por cierto un comportamiento irracional, y en medio de lo que estimó una vejación se justificó diciendo:

“Bueno, no es la ciencia económica la que está errada. Es la realidad”.

Para los integristas de este tipo basta con que la realidad se adapte a la ciencia y los hombres a los dogmas.

El inspirador del neoliberalismo a la chilena, Milton Friedman (premio “Nobel” 1976) es otro chistosito del mismo tipo. En peor. En un artículo titulado “The Methodology of Positive Economics” (1953) avanzó la tesis que una teoría no debía ser probada por el realismo de sus hipótesis sino por el realismo de sus consecuencias (4).

(4) En la materia puede que Friedman le haya copiado al célebre científico Stephen Hawking. En 1994 Roger Penrose, profesor de matemáticas en Oxford, y Stephen Hawking, profesor de matemáticas en Cambridge, sostuvieron un debate en el Instituto de Ciencias Isaac Newton acerca de la naturaleza del universo. Más precisamente sobre la naturaleza del espacio y del tiempo confrontando la visión relativista que defiende Hawking a la visión cuántica que sostiene Penrose, prolongando así las discusiones que hace más de 75 años confrontaron a Niels Bohr con Albert Einstein. Al exponer su punto de vista sobre la teoría física clásica, Stephen Hawking afirmó: “Yo adopto el punto de vista positivista según el cual una teoría física no es sino un modelo matemático del cual es inútil preguntarse si corresponde a la realidad” (Stephen Hawking & Roger Penrose. “The nature of Space and Time”. Princeton University Press). Ese tipo de razonamiento copia (mal) Milton Friedman para explicar su forma de ver la economía.

En otras palabras poco importa plantear la tesis de que la Tierra es plana, mientras esa tesis nos permita andar en bicicleta. E incluso decir que la Tierra es hueca como un plato sopero si sentimos que la bicicleta toma una pendiente descendente (5).

(5) Bernard Maris. Op. cit.

Muy racional.

Por su parte Robert Lucas (premio “Nobel” 1996) desarrolló el concepto de hiper racionalidad de los agentes económicos. A través de las “anticipaciones racionales” los agentes económicos no sólo ven todo, incluido el futuro, sino también el funcionamiento de la economía en su conjunto y las incidencias de las políticas económicas sobre la economía.

El concepto de hiper-racionalidad destruye por avance toda intervención pública.

La paradoja de Lucas plantea que “si una decisión política influencia las decisiones de los agentes económicos, entonces, por definición, toda política económica es imposible, puesto que no puede tomarse una decisión política independientemente de sus incidencias”.

Lo que lleva concluir que si Lucas, diga lo que diga no sirve para nada, tampoco sirve para nada que lo diga (6).

(6) Bernard Maris. Op. cit.

John Maynard Keynes no hubiese compartido el concepto de hiper racionalidad de Lucas. Ese Keynes que decía a propósito del futuro: “De mañana, no sabemos nada” y “A medio plazo… estaremos todos muertos”.

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Independencia del Banco Central

El llamado Consenso de Washington impuso para todo el orbe una serie de dogmas cuya utilidad nunca ha sido demostrada.

Entre ellas la de la necesaria independencia del Banco Central, o para ser más exactos de los Bancos Centrales. Independencia del poder político se entiende. Porque independiente de las presiones del FMI… mejor ni hablar.

Joseph Stiglitz (premio Nobel de Economía 2001) no está muy de acuerdo cuando dice: “Creer posible la separación de la economía de la política, y en un sentido más general de la sociedad, es en sí una prueba de estrechez de miras”.

No obstante, como fiel instrumento del Consenso de Washington el FMI comenzó a imponer tal medida a diestra y siniestra.

Incluso la Unión Europea se dotó del BCE (Banco Central Europeo), cuyos burócratas han hecho de su independencia no el medio de realizar su misión sino un fin en sí misma.

Joseph Stiglitz nos cuenta en su libro Globalization and Its Discontents:

“En el caso de Corea, por ejemplo, los acuerdos de préstamo estipulaban que los estatutos del Banco Central serían modificados para hacerlo independiente del proceso político, aun cuando no hayan pruebas de que los países que tienen bancos centrales independientes conozcan un crecimiento más rápido”.

Y más adelante agrega:

“Muchos piensan que el BCE –independiente– agravó grandemente la recesión económica de Europa en el año 2001 porque reaccionó como un niño testarudo ante las normales inquietudes políticas que inspiraba el aumento del desempleo”.

En efecto, con el único fin de demostrar su independencia el BCE rehusó bajar las tasas de interés para facilitar la reactivación de la economía.

El problema surge en parte del mandato –los estatutos– del BCE que le imponen concentrarse en el problema de la inflación.

Stiglitz precisa que “el FMI ha preconizado la adopción de este tipo de mandato en todo el mundo aun cuando puede ahogar el crecimiento y agravar las recesiones”.

Curiosamente, la Federal Reserve (conocida como FED), el banco central de los USA, tiene un mandato algo diferente que le obliga a preocuparse no sólo de la inflación sino también del empleo y del crecimiento.

Por su parte el Banco Central de Chile, objeto de algunas críticas por su com- portamiento en medio de la crisis económica que se inició hace un par de años, tiene como mandato lo que define el Título I de sus Estatutos.

“Título I – Naturaleza, Objeto, Capital y Domicilio
Artículo 3°: El Banco tendrá por objeto velar por la estabilidad de la moneda y el normal funcionamiento de los pagos internos y externos”.

De empleo, de crecimiento… nada.

Leyendo los Estatutos del Banco Central de Chile uno va de curiosidad en curiosidad.

El Artículo 2° del Título I precisa lo siguiente:

“El Banco, en el ejercicio de sus funciones y atribuciones, se regirá exclusivamente por las normas de esta ley orgánica y no le serán aplicables, para ningún efecto legal, las disposiciones generales o especiales, que se dicten para el sector público. Subsidiariamente y dentro de su competencia, se regirá por las normas del sector privado”.
Sorpresa. Por lo menos para mí es una sorpresa.

El Banco Central se rige por las disposiciones del sector privado. Me desayuno: el Banco Central de Chile se rige como un banco privado (1).

(1) La FED, el banco central de los EEUU es un banco privado… que busca ganar dinero como cualquier otro banco privado. Las políticas monetarias del imperio del dólar, al servicio de un puñado de privilegiados.

Y como el Banco Central tiene entre sus funciones las de “fijar” o “dictar” las normas por las cuales se rigen los bancos privados… ¡quiere decir que el Banco Central se fija a sí mismo sus propias reglas!

Y además es irresponsable. En el sentido de que no le rinde cuentas a nadie. Ni siquiera al Parlamento, que debiese ser la máxima expresión de la soberanía nacional (2).

(2) Y tampoco al Ejecutivo, responsable de las políticas económicas que pone en obra a través del ministerio de Hacienda.

El Párrafo Cuarto: De la regulación del Sistema Financiero y del Mercado de Capitales, estipula en el párrafo 4 del Artículo 35 que el Banco Central debe:

“Fijar los intereses máximos que pueden pagar las empresas bancarias, sociedades financieras y cooperativas de ahorro y crédito sobre depósitos a la vista”.

Sobre los intereses máximos que deben pagarle a los mercados financieros los simples mortales, las pequeñas empresas, los artesanos, en suma la gente modesta que se endeuda hasta para los insumos básicos… nada.

Ahí la regla la impone “el mercado”. Y su conocida “transparencia”.

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Inversión extranjera

En el prefacio reciente una monografía que escribí hace veinte años (1) decía:

(1) Luis Casado. “América Latina: transferencias de tecnología y desarrollo”. París, 1982.

“La política económica hiper liberal aplicada en el conjunto de América Latina en los últimos veinte años también pretendía ser la solución, así como las tan ansiadas inversiones extranjeras en la lucha por las cuales diferentes países de la región le han acordado Patente de Corso al capital foráneo. Un rápido examen de la situación de América Latina en la hora actual, y el análisis de las cifras disponibles, nos muestran que ambas han contribuido más bien a perpetuar y a agudizar los viejos problemas: subdesarrollo, miseria, dependencia, endeudamiento, retrógrada e injusta distribución del ingreso, deformación de las economías locales, déficit de educación y de formación profesional, salud pública a niveles indignos, etc. (2)”

(2) Cualquier parecido con nuestra realidad actual NO es pura coincidencia...

O sea que he afirmado desde hace ya algún tiempo que en América Latina las inversiones extranjeras no sólo no enriquecen al país que las recibe sino que lo empobrecen.

Pregunta: ¿Por qué los gobernantes latinoamericanos se agitan tanto para hacer entrar el lobo a la casa de los cerditos?¿Por qué juegan el papel de caballo de Troya del agente empobrecedor?

Respuesta: no sé.

O más bien la respuesta que encuentro no sitúa a tales gobernantes en la cima de la probidad, o de la inteligencia, o del patriotismo.

Para facilitar la llegada de inversión extranjera los gobiernos –los gobernantes, porque no conviene olvidar la responsabilidad que les cabe– liberalizan los mercados de capitales (3).

(3) Actualmente (mayo 2009) el ministro de Hacienda Andrés Velasco intenta hacer aprobar su Ley MK-III, o sea una nueva ley aún más favorable para el mercado de capitales. Aún cuando la MK-II hizo exclamar a un distinguido financista de la plaza: “Con esta ley tenemos todo lo que soñamos” (sic).

Lo que contrariamente a lo que afirman los ministros de finanzas, y algún Presidente que se pretende economista (4), tiene un impacto negativo en el crecimiento y en la creación de riquezas.

(4) Ricardo Lagos, para que no te devanes los sesos…

Liberalizar los mercados financieros significa desmantelar las reglamentaciones concebidas para controlar los flujos de capitales especulativos.

Chile, por ejemplo, eliminó a principios del año pasado la última barrera que impedía la entrada y salida especulativa de capitales, cual era la obligación de permanecer un año en el país.

No obstante, parece pertinente afirmar que las empresas no invierten a largo plazo con dinero que puede desaparecer de un momento otro. Al respecto, o sea los capitales especulativos, Joseph Stiglitz (op. cit.) afirma:

“Su impacto negativo sobre el crecimiento va más lejos. Para administrar los riesgos ligados a esos flujos de capitales volátiles, se aconseja a cada país poner en sus reservas una suma igual a los préstamos a corto plazo estipulados en divisas extranjeras”.

Para comprender bien lo que eso quiere decir supongamos que una empresa, en un país en vías de desarrollo, toma un crédito a corto plazo de 100 millones de dólares de un banco estadounidense, a una tasa de 18%.

Una política prudencial exige que ese país agregue 100 millones de dólares a sus reservas.

En general esas reservas se ponen en bonos del Tesoro de los USA, remuneradas hoy en día a una tasa del 4%.

¿Qué hace en realidad ese país?

Simultáneamente toma un crédito en los USA a una tasa del 18%, y le presta dinero a los USA a una tasa del 4%.

Los bancos estadounidenses hacen un lindo beneficio y los USA, globalmente, ganan 14 millones de dólares de interés al año. Es difícil ver cómo eso puede permitir a ese país pobre desarrollarse más rápido.”

Pregunta: ¿dónde está la trampita?

Cada cual puede encontrar su propia respuesta. En todo caso cada vez que oigo hablar de inversión extranjera y de “la mano invisible” que conduce los mercados financieros yo verifico mis bolsillos.

El caso de Argentina es muy ilustrativo. Partiendo de una deuda externa de menos de 20 mil millones de dólares hace unos veinte años, y después de haber pagado unos 200 mil millones de dólares de intereses, se encuentra hoy día en quiebra y debiendo 145 mil millones de dólares.

Lo dicho: ¿Dónde está la trampita?

Por otra parte, debemos precisar que de cada 100 dólares invertidos en América Latina, 80 son financiados con recursos locales, lo que nos permite hacernos una idea muy precisa de las “extraordinarias” ventajas que procuran las tan ansiadas inversiones extranjeras (5).

(5) En su libro “Le défi américain”, publicado en el año 1967, Jean-Jacques Servan Schreiber describía el mismo tipo de fenómeno en la Europa de la posguerra. Y exclamó: “¡Pagábamos para que nos compraran!”

Joseph Stiglitz, va aun más lejos cuando afirma que:

“La inversión extranjera directa (FDI) sólo entra al precio de la gangrena de los procesos democráticos. Eso es especialmente verdad para las inversiones en las actividades mineras, el petróleo y otros recursos naturales, donde los extranjeros están verdaderamente motivados para obtener concesiones a bajo precio”.

Cualquier semejanza con acontecimientos contemporáneos de algún país de América Latina NO es pura coincidencia.

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Crecimiento

Otra pomada con la que vacunan al personal es el crecimiento. Porque el crecimiento “debería generar empleo”, favoreciendo así a los sectores más pobres del país.

Jeremy Rifkin comienza su libro (publicado en 1995) disparando lo siguiente:

“El nivel de desempleo ha alcanzado en el mundo su punto más alto desde la crisis de los años treinta (esa que se resolvió con medidas keynesianas, aunque les pese a los neoliberales. Nota mía). Más de 800 millones de seres humanos están actualmente sin empleo, o están subempleados. Y esta cifra crecerá en flecha de aquí a fines del siglo”.

Y habría que precisar que el producto mundial había más que doblado en los últimos 25 años, mientras la masa de trabajo necesaria para producirlo había disminuido de un tercio.

Crecimiento. Que genera desempleo.

En Europa, desde 1975 el desempleo se ha cuadruplicado en Francia mientras el producto nacional se ha más que duplicado. Y si buscamos ejemplos en otras latitudes encontramos el mismo fenómeno: crecimiento que genera desempleo.

Porque, entre otras razones, como dice el Sr. Godet “las empresas no están ahí para crear empleo, sino riquezas”. Ahí está la madre del cordero…

El súmmum sería crear riquezas y distribuírselas sin crear empleo… ¡El paraíso! Sentándose en la “tasa de crecimiento”, esa cortina de humo con la que intentan engañar al personal tanto los gobiernos como los patrones.

Puesto que lo que molesta es el factor trabajo.

¿Cómo eliminarlo? ¿Eh? ¿Podemos eliminarlo? ¡Ese es el desafío para un neoliberal bien nacido!

Lo malo es que si eliminan el factor trabajo, las mercancías y los servicios creados no tendrían consumidores. Y por lo tanto no serviría de nada crearlos.

Duro problema para los liberales: la ineficiencia del mercado que no logra eliminar el factor trabajo para aumentar la tasa de ganancia.

¡Y si lo elimina se queda sin clientes!

En otras palabras la cuadratura del círculo, la duplicación del cubo, la trisectriz del ángulo. Los problemas no resueltos de los matemáticos y geómetras atenienses.

Se sabe, sabemos, que el empleo no depende del nivel de remuneración del trabajo. Ni de la tasa de crecimiento.
Complicado, ¿No?

Es mucho más fácil vender la pomada “crecimiento igual empleo” ¡Y a rezar todos!

Pomada acompañada del consabido “hay que mantener los salarios bajos porque los beneficios empresariales de mañana serán las inversiones de pasado mañana, y los empleos de pasado-pasado mañana”. Paciencia.

Tan obsoleta es la teoría que pretende que el crecimiento genera empleo que el Senado de los USA votó una ley, llamada ley Black-Connery, el 6 de abril de 1933, por 55 votos contra 30, que hacía obligatoria la semana de trabajo de 30 horas (sí, como se lee: treinta horas) para facilitar la distribución del trabajo disponible y reducir el desempleo.

Se intentaba salir de la crisis iniciada el año 1929, y el “crecimiento” no tenía aún el aura de pomada milagrosa que tiene hoy en día. En fin, para quién vende la pomada.

Cincuenta años antes, en 1880 Friedrich Engels había escrito lo siguiente (1):

(1) Friedrich Engels. “Socialismo utópico y socialismo científico”.

“la perfectibilidad infinita de las máquinas de la gran industria es una ley im- perativa para cada capitalista industrial individual (…) que lo obliga a perfec- cionar cada vez más su maquinismo (…) pero la expansión de los mercados no puede ir a la par con la expansión de la producción. La colisión es inevitable”.

La magistral previsión (citada por los economistas estadounidenses) forma parte de lo que los socio-liberales llaman el “socialismo arcaico”.

—o—

El Estado no debe intervenir en la economía

Otra pomada. Precepto neoliberal donde los haya.
El Estado es ineficaz. El Estado es inepto. El Estado es caca.

Eso es lo que nos dicen nuestros neoliberales, cómodamente instalados en algún despacho ministerial, o en su defecto en alguna lujosa oficina de algún organismo público internacional.

Después de oficiar en el Estado contra el que disparan flechas incendiarias, suelen transformarse en “consultores” de organismos internacionales pagados con dinero de los contribuyentes.

Al punto que uno se interroga: si el Estado es tan deleznable ¿porqué le ponen tanto empeño en controlarlo? ¿Ah?

Respuesta: porque el Estado es muy eficaz cuando se trata de transferir recursos públicos al sector privado, muchas veces sin contrapartida real (1).

(1) En la materia Chile es un caso de escuela, y el Transantiago la biblia.

Y quién maneja esas finanzas tiene poder. Y posibilidades de reciclarse en el sector privado después de ejercer sus talentos (es un eufemismo) al servicio del Estado (2).

(2) Ver las teorías de George J. Stigler al final del texto, en el índice de nombres.

Lo que no nos explican los integristas del neoliberalismo es porqué en los USA, país promotor del libre mercado (mientras se comporta como el peor de los proteccionistas en su propio mercado interno) el Estado fue el principal empleador hasta la mitad de la década de los 1970.

Hasta esa época más del 19% del conjunto de los trabajadores estadounidenses trabajaban para el sector público.

Ni nos explican porqué el Estado Federal de los EEUU subvenciona las compañías aéreas con miles de millones de dólares.

Ni porqué los EEUU imponen barreras arancelarias para proteger su ineficiente industria siderúrgica privada.

Ni porqué el reciente “Farm bill” (3) aumenta significativamente las subvenciones Estatales al sector agrícola (un incremento de un 80%). Subvenciones que habían sido multiplicadas por siete en los últimos años.

(3) Farm bill: ley agrícola

Ni tampoco porqué los contribuyentes estadounidenses tuvieron que pagar la escandalosa quiebra de las Cajas de Ahorro el año 1991 (4), lo que costó la simpática suma de más de 200 mil millones de dólares .

(4) Durante la crisis de los Savings & Loan Banks

¿Esa es la eficacia guiada por la “mano invisible del mercado”?

¿Esos son los equilibrios naturales a los que lleva la aplicación integrista del modelo neoliberal?

Curiosamente, Stiglitz nos cuenta (op. cit.) que:

“Los Estados, en general (yo aprecio ese “en general”), no deben administrar la siderurgia, y generalmente lo hacen muy mal.”

Y agrega:

“Las acerías más eficaces del mundo fueron creadas y administradas por los Estados Coreano y Taiwanés pero son excepciones (sic).”

Gracias Joseph.

Gracias por tener la honestidad de mencionar esa “excepción” que obliga a los USA, los mentores del libre mercado (en el resto del planeta, no en los USA) a tomar ante la faz del mundo medidas proteccionistas.

Y a esto, ¿qué responde un neoliberal integrista? Tal vez nos cuente, como George J. Stigler, que…

“Bueno, no es la ciencia económica la que está errada. Es la realidad”.

Yo no voy a cometer el desatino de mencionar que todo el sistema bancario japonés, privado por supuesto, está quebrado, y que es el Estado el que lo mantiene flote a golpes de billones de dólares (5).

(5) Billones en su sentido en español, o sea millones de millones de dólares.

Así como una buena parte de la industria japonesa (6).

(6) Con muy pocos resultados, por lo demás: la economía japonesa vive su tercera “década pérdida…” , largo período de recesión. ¿Adonde se va ese dinero?

Ni tampoco mencionar que en el presupuesto de la Unión Europea las subvenciones agrícolas devoran un 50% del total.

Ni cuantificar las millonarias subvenciones que los diferentes Estados de la Unión Europea le entregan a la industria privada para que invierta aquí o allí, bajo la forma de exenciones tributarias, terrenos gratuitos para sus fábricas, estímulos financieros, créditos blandos, exenciones de beneficios sociales, contribuciones a los costes de investigación y desarrollo, seguros de bajo coste a la prospección comercial, y un gran etc (7).

(7) Chile no es menos, y le acuerda concesiones mineras a quien las pida, sin cobrar ni un centavo. Como dijo Laurence Golborne -evasor de impuestos en paraísos fiscales- cuando era ministro de Minería: “Las minas le pertenecen a quién las encuentra” (sic).

—o—

Imperio del libre mercado

Ese que le permite a la “mano invisible” guiar los beneficios hacia un puñado de millonarios escandalosamente multimillonarios mientras se le reclama “flexibilidad laboral” al personal.

No, el Estado no debe intervenir en la economía. Salvo para transferirle recursos al sector privado.

Poco importa que los más grandes avances de la ciencia y de la tecnología provengan de actividades en las que el sector público ha jugado un papel esencial por no decir insustituible.

La investigación espacial entre otras. Pero también la industria aeroespacial.
Y la investigación médica y todos los productos que de ella provienen, contribuyendo al bienestar de quienes están en situación de pagarlos.

Y la investigación en los campos de la genética, de las biotecnologías, del conocimiento y la explotación racional de los recursos pelágicos, del desarrollo sustentable de la explotación agrícola, de las telecomunicaciones, de la ecología, de nuevas formas de energía, etc.

Ni Japón ni los países más avanzados de Europa estarían donde están si, después de las cruentas guerras que les dejaron destruidos, el Estado no hubiese jugado el dinámico papel que fue el suyo.

Ni los USA, después de la gran crisis de 1929, si el Estado Federal no se hubiese transformado en el gigantesco motor que transformó ese país en el coloso que es hoy en día (1).

(1) Para no hablar de la China actual, consagrada primera economía mundial desde hace algunos días (diciembre 2014).

Pero hoy los neoliberales preconizan un “casting” diferente. Ese que Joseph Stiglitz describe del modo siguiente:

“Al sector privado los beneficios, y al Estado los riesgos”.

Fair enough! Como diría un anglófilo empedernido.

—o—

Hay que reducir el gasto público y los déficits

Esta parece ser una de las pomadas más pertinentes y más fáciles de vender, aun cuando innumerables economistas de distinto pelaje sostienen lo contrario.
Nada suena más razonable que la obligación de administrar el Estado como “un buen padre de familia” (1).

(1) Aun cuando un estudiante de primer trimestre de economía ya sabe que el Estado no es un hogar, ni “un padre de familia”.

Eso quiere decir que no hay que gastar más de lo que se gana, y que no hay que endeudarse más allá de lo razonable.

Bernard Maris destacó en alguna ocasión la contradicción que constituye esta proposición. Si no se puede gastar más de lo que se ha ganado, no hay inversión posible, no hay crecimiento posible.

La humanidad se hubiese dado vueltas durante siglos con las riquezas existentes sin gastar más de lo que había.

Por su parte Jeremy Rifkin dice:

“Una parte importante del celo actual con el que se frena el gasto público y se reducen los déficits viene de la convicción que la reducción de estos últimos contribuirá a bajar las tasas de interés. De ello resultaría un estímulo al consumo y las inversiones” (2).

(2) Curiosamente, desde el año 2008 hasta ahora las tasas de interés han estado en cero, o cerca de cero, sin estimular las inversiones…

No obstante, el aumento del desempleo generado por la reducción de gasto público y la consiguiente reducción del poder adquisitivo anulan el postulado anterior. Fácil de entender para un chileno que vivió la dictadura de Pinochet, ¿no? (3).

(3) Ahora mismo, la política de austeridad tiene hundida a Europa… (diciembre 2014) y se levantan voces ¡hasta del FMI! para aumentar el gasto público.

A lo que hay que agregar que la receta permanente del FMI incluye la reducción del gasto y el aumento de las tasas de interés ¿dónde está el error? (4)

(4) Sin mencionar que las tasas de interés –contrariamente a lo que dicen los “expertos”– no las fija el mercado sino la voluntad de los EEUU expresada a través de la Federal Reserve (FED).

Si hay que reducir el gasto público y los déficits ¿cómo se explica que después de la gran crisis de 1929 los USA salieron de la recesión y se transformaron en la mega potencia actual aumentando los déficits y el gasto público?

Una vez más el ‘premio Nobel’ George J. Stigler nos socorre:

“No es la ciencia económica la que está errada. Es la realidad”.

El déficit de los USA llegó a 27,7% del PNB en 1919 y culminó en un 39% al fin de la segunda guerra mundial.

En 1960 el déficit Federal de los USA sobrepasaba los 59 mil millones de dólares y la deuda nacional era de 914,3 mil millones.

En el año 1991 el déficit era de 300 mil millones de dólares y la deuda se acercaba a los 4 billones de dólares (5).

(5) Hoy en día (2014) la deuda pública federal de los EEUU supera el 100% del PNB, o sea que su monto excede los 15 billones de dólares. (Nota/: en el año 2024 EEUU es el país mas endeudado del mundo, con mas de 30 billones de dólares, o sea mas del 115% del PIB).

La razón es simple.

Según el economista Paul Samuelson el aumento del gasto público fue el único medio “para hacerle frente a la maldición de una demanda incierta”.

Jeremy Rifkin precisa que la destrucción de empleo ocasionada por los avances tecnológicos, el aumento de la productividad, y la reducción de la demanda provocada por esos fenómenos “obligaron al gobierno federal a adoptar una estrategia de gasto superior a las entradas para crear empleos, estimular el poder de compra y dinamizar el crecimiento económico”.

El resultado era previsible: “un presupuesto deficitario cada año, con una sola excepción, desde la entrada en funciones del Presidente Kennedy en el año 1961”.

En Europa la historia económica reciente nos muestra que los déficits presupuestarios han sido sistemáticamente utilizados para estimular el crecimiento.

Aun hoy en día, y en el marco de los restrictivos criterios de Maastricht, cada Estado europeo puede tener un déficit presupuestario no superior al 3% (6).

(6) Esos déficits crecieron hasta superar el límite, y se transformaron en un excelente negocio: El Banco Central Europeo, creado por los Estados europeos, le presta dinero a los bancos privados a tasas inferiores al 1%, y estos a su vez se lo prestan a los Estados europeos a tasas que llegan a superar el 10% y aún más como en el caso de Grecia. De paso hay que precisar que la deuda pública creció brutalmente porque los Estados acudieron a salvar de la quiebra a los… bancos privados, empantanados en la especulación de los créditos subprime. Increíble pero cierto.

Alemania, la principal economía europea y la tercera del mundo, el paradigma de la gestión rigurosa, ha tenido que hacer dibujos con las técnicas de la contabilidad nacional para respetar ese criterio.

O sea que lo respeta por secretaría.

Mientras tanto, el gobierno chileno pretende hacer del “superávit estructural”, noción cretina donde las haya, un elemento clave de su política económica en un período de crisis y de aumento del desempleo.

Gar Alperovitz, economista, Presidente del NCEA (National Center for Economics Alternatives), gracias a un estudio bastante reciente se permitió afirmar lo siguiente:

“Este siglo (el siglo XX) no conoció ningún período de prolongado y rápido crecimiento económico que no haya ido a la par con un crecimiento rápido del gasto público (inversiones del Estado)”.

Dobeliú (7), el jefe del imperio, parece haberlo comprendido.

(7) George W. Bush, que no es precisamente un lince

Desde el año pasado las intervenciones económicas del Estado Federal, el aumento del gasto público, el aumento de las subvenciones y, cosa aun más sorprendente, el retorno a los déficits que había eliminado Bill Clinton, constituyen la esencia misma de la política económica de la Casa Blanca.

Mientras el FMI continúa imponiendo la reducción del gasto público y de los déficits en el resto del planeta.

Lo que en Francia se llama: “Haz lo que digo, no lo que hago”.

—o—

El libre mercado trae el bienestar para todos

Para demostrar la vanidad y la inconsistencia de esta pomada no hace falta estudiar en Harvard ni salir del Politécnico de París (1).

(1) Ni siquiera ser un pseudo ‘premio Nobel’ de economía…

Amigo lector, te invito a sacar la cabeza por la ventana, dar una mirada, y constatar que este es uno de los más grandes embustes salido de boca de un economista neoliberal.

Gracias al “modelo”, al Consenso de Washington, y a la preocupación paternal de los neoliberales, “en este principio de siglo, un estadounidense de base (un obrero cualificado) ha recuperado el nivel de vida que tenía antes de la última guerra” (2).

(2) Bernard Maris. “Malheur aux vaincus”.

No digamos nada, por piedad hacia los neoliberales, de la distribución de la riqueza en tiempos de altas tasas de crecimiento.

O sí, digámoslo. ¿Porqué callarlo?

Entre 1975 y 1995 el PIB de los USA aumentó de tal modo que en 1995 el PIB era de dos billones de dólares (U$2.000.000.000.000) más alto que en 1975.

Durante esos 20 años se acumuló una riqueza de decenas de billones de dólares.
El Departamento del Comercio de los USA publicó un estudio que muestra que 60% de esa riqueza fue a parar a los bolsillos de sólo un 1% ( uno por ciento) de los ciudadanos estadounidenses (3).

(3) Michel Rocard. Prefacio a la versión francesa de “The End of Work” de Jeremy Rifkin.

En otras palabras, lo que los liberales llaman la justa distribución de la riqueza guiada por la “mano invisible” del mercado.

Y nótese que ese período de alto crecimiento fue a la par con una masiva intervención del Estado en la economía de los USA.

En otras regiones y en otros períodos la situación es similar, y se constata una fuerte concentración de la riqueza producida en cada vez menos manos.

Thomas Piketty (4) demuestra, por si fuese necesario, que la famosa “curva de Kuznets” simplemente ¡no existe!

(4) Thomas Piketty. “Les hauts revenus en France au XXème siècle”

El Sr. Kuznets, economista distinguido del siglo pasado, pretendía que hay una tendencia natural e imparable hacia la disminución de las desigualdades en la distribución de la riqueza.

Y lo había descrito por medio de su curva en forma de “U” invertida, una suerte de curva de Gauss al revés. No obstante, todos los estudios contemporáneos demuestran lo contrario.

Después de hacer una rigurosa investigación cuya seriedad fue reconocida en el mundo entero Thomas Piketty dice:

“La idea según la cual una tendencia natural e imparable hacia la disminución de las desigualdades sería constatada en las fases avanzadas del desarrollo económico no resiste, en ningún país, al análisis de los hechos”.

¿Osaremos citar una vez más al Sr. George J. Stigler, premio Nobel de economía en el año 1982?

Sí. ¡Osaremos!

“No es la ciencia económica la que está errada. Es la realidad”.

Por su parte Thomas Piketty constata que “la desigualdad de patrimonios, y en consecuencia la desigualdad de ingresos del capital que resulta de ella, se caracterizan más bien por una tendencia natural a su ampliación”.

Y nos explica que la participación de las rentas del capital en la riqueza producida constituye una función creciente.

Mala cosa. Porque aun cuando el crecimiento depende de múltiples factores y no se puede atribuir su aceleración a una causa única, se ha observado que cuando disminuye la desigualdad en la distribución de la riqueza se constata un crecimiento más rápido de la economía.

Y Piketty agrega que sólo acontecimientos externos (“choques externos”) o la intervención del Estado permiten invertir este movimiento natural.

Como “choque externo”… ¿Valen las huelgas? ¿Los movimientos sociales? ¿Las revoluciones?
¡Valen!

Amigo lector, no esperes la fase de desarrollo avanzado para exigir tu parte de la torta: ¡será demasiado tarde!

Para demostrar hasta qué punto la pretendida “equidad” en la distribución de la riqueza creada es un mito, y a riesgo de repetirnos, citaremos los datos proporcionados por el PNUD.

Según los datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), relativos al año 1998, las tres personas más ricas del mundo disponen de una fortuna superior al PIB total de los 48 países más pobres.

El patrimonio de los 15 individuos más afortunados sobrepasa el PIB total de África subsahariana.

La fortuna de las 32 personas más ricas del planeta sobrepasa el PIB total del Sudeste Asiático.

La riqueza de las 84 personas más ricas son superiores al PIB de China, el país más poblado del mundo con mil doscientos millones de habitantes.

Las 225 principales fortunas representan un total de 1.000.000.000.000 de dólares, es decir el equivalente del ingreso anual del 47% de individuos más pobres de la población mundial, o sea dos mil quinientos millones de personas.

Los datos del PNUD muestran que bastaría con menos del 4% de la riqueza de las 225 primeras fortunas para darle acceso a los servicios básicos, o sea salud, educación y alimentación, toda la población del globo que aun no los tiene.

Esa situación se ha agravado en los últimos años. ¿El libre mercado trae el bienestar para todos?

Que se lo digan a los cientos de millones de latinoamericanos que viven bajo el nivel de pobreza.

Que se lo cuenten a las decenas de millones de niños sudamericanos, menores de 14 años, obligados a trabajar para contribuir a la alimentación de sus familias.

Que comiencen diciendo “érase una vez…” y desarrollen esa pomada ante el más del 50% de niños latinoamericanos que viven en la miseria.

O que se lo expliquen a la OIT (Organización Internacional del Trabajo) que constata en Chile, el “buen alumno” del FMI, país estrella de América Latina citado en ejemplo para los otros, que “la baja creación de empleo entre 1998 y 2001 estuvo acompañada del retroceso del salario real, como parte de la desigual distribución del ingreso que caracteriza a Chile”.

En efecto, según la OIT, el ingreso total de los trabajadores, es decir la llamada “masa salarial”, creció en el período analizado a un ritmo de 0,2 por ciento anual, frente un incremento de 2,6 por ciento por año del ingreso nacional.

Con base en ese cálculo, el Instituto Libertad y Desarrollo, vinculado a la oposición derechista, sostuvo que entre 1998 y 2001 los trabajadores chilenos dejaron de ganar cada año unos 2.300 millones de dólares.

¡El colmo! ¡El ladrón detrás del juez! La derecha preocupada de la deterioración del poder adquisitivo del personal.
¿Adónde hemos llegado?

Si Michel Camdessus, Presidente hasta hace poco del FMI, el bombero pirómano, se define a sí mismo como un “socialista de la especie neoliberal”, es probable que estemos llegando a mal puerto.

Para mí que ya estamos en el infierno neoliberal. Y los economistas no arrepentidos, tanto aquellos de la especie auto-flagelante como los de la especie auto-complaciente, y aquellos gobernantes que olvidaron hace ya mucho tiempo que en alguna época fueron progresistas, intentan repetirnos las palabras inscritas en el umbral del infierno de Dante Alighieri:

“Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”

No. No perderemos la esperanza, porque como dice el dicho “no está muerto quién pelea”.

Y tenemos la intención de seguir peleando. Para abrirle las puertas a otro modelo. Uno que podemos empezar a definir sobre la base de enviar a la basura las pomadas que analicé más arriba.

Pomadas propias al modelo neoliberal profundamente injusto, irracional, aberrante y destructivo de los más altos valores de la especie humana.

Y porque llevar adelante una política económica contraria al neoliberalismo aparece como una osadía sólo para quienes adoptaron el modelo imperante sin hacer su crítica.

¿Fin?

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El Modelo neoliberal y los 40 ladrones

Reeditado para POLITIKA, en el mes de diciembre de 2014
Índice de nombres
Vilfredo Pareto

Sociólogo y economista italiano, teórico del liberalismo (1848-1923). Aportó contribuciones en las dos materias citadas, particularmente en el estudio de la distribución del ingreso y en el análisis de las decisiones individuales. Sucedió a Léon Walras en la cátedra de economía de la Universidad de Lausana.

Léon Walras

Describió la Teoría del Equilibrio General de competencia perfecta e intentó demostrar que este equilibrio es óptimo. Walras pretendió que el equilibrio de competencia perfecta permitiría el pleno empleo de todos los factores de producción: toda la población activa estaría ocupada y todos los capitales estarían utilizados. Este equilibrio permitiría satisfacer todas las demandas solventes. Walras nunca logró demostrar su teoría, ni ninguno de sus seguidores.

Michel Godet

Economista francés contemporáneo, profesor en el Conservatorio de Artes y Oficios de París, titular de la cátedra de prospectiva estratégica y autor de textos económicos sobre el trabajo y la evolución demográfica.

Bernard Maris

Profesor de economía y escritor francés. Autor, o coautor con Philippe Labarde, de “La Bolsa o la vida”, “Malheur aux vaincus”, “¡Oh, Dios! Cuan bella es la guerra económica”, “Carta abierta a los gurús de la economía que creen que somos imbéciles”, “Anti-manual de economía”, “Keynes, el economista ciudadano” y otros ensayos. Bernard Maris es columnista del semanario parisino “Hara-Kiri” y comentarista de televisión. Actualmente es director del Banco de Francia. (El 7 de enero de 2015 Bernard Maris fue asesinado en la masacre terrorista contra la revista Charlie Hebdo).

Philippe Labarde

Economista y periodista francés. Redactor económico del vespertino parisino “Le Monde”. Autor, junto a Bernard Maris, de “¡Ah Dieu! que la guerre économique est jolie”(1998), «La Bourse ou la vie. La grande manipulation des petits actionnaires» (2000), «Malheur aux vaincus: ¡Ah!, si les riches pouvaient rester entre riches».

Joseph Stiglitz

Economista estadounidense. Recibió el Sverige Riksbank Prize en el año 2001 junto a George Akerlof y Michael Spence por sus trabajos relativos a las asimetrías de la información en los mercados. Autor de los exitosos libros Globalization and its Discontents (titulado en español “La Gran Desilusión”) y The roaring nineties: a new history of the world’s most prosperous decade. Stiglitz fue vicepresidente del Banco Mundial y jefe del Consejo de Asesores Económicos de Bill Clinton.

Jeremy Rifkin

Economista estadounidense. Autor del conocido libro The end of Work: The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market era (1995)”.

Friedrich Engels

Filósofo y teórico alemán (1820-1895). Gran amigo y compañero de combates de Karl Marx. A la muerte de Karl Marx reunió, completó, editó y publicó los volúmenes II y III de su obra cumbre “El Capital”. Autor de “La sagrada familia”, “La situación de la clase obrera en Inglaterra”, “Revolución y contrarrevolución en Alemania”, “Anti-Düring”, “El origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado”, “Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana” y otros textos.

Gar Alperovitz

Economista estadounidense. Presidente del National Center for Economics Alternatives (NCEA) que afirma que sin inversión significativa por parte del Estado no hay crecimiento económico sostenido.

Paul A. Samuelson

Economista estadounidense. Recibió el Sverige Riksbank Prize en 1970. Inspirador de la llamada “síntesis neoclásica” que pretende retomar a la vez las ideas de Keynes en macroeconomía y las enseñanzas neoclásicas en microeconomía. La anécdota cuenta que cuando le preguntaron a Samuelson si Keynes estaba muerto respondió: “Si, Keynes está muerto. Como están muertos Einstein y Newton”. Samuelson afirmó en su día que en los EEUU “el aumento del gasto público fue el único medio para hacerle frente a la maldición de una demanda incierta”.

Thomas Piketty

Economista francés, especialista del estudio de las desigualdades económicas. Crítico de Simon Kuznets (y de la conocida curva de Kuznets) que pretende que después de un período de agravación de las desigualdades económicas se produce un movimiento inverso hacia una mayor igualdad. Thomas Piketty es el autor del erudito estudio “Les hauts revenus en France au XX siècle”. Actualmente Thomas Piketty es profesor en la Escuela de Economía de París. Recientemente publicó el exitoso libro “Le Capital au XXIème siècle”.

Simon Kuznets

Economista y estadístico estadounidense de origen ruso (1901-1985). Recibió el Sverige Riksbank Prize en 1971. Kuznets es el inventor del famoso PIB o “producto interior bruto” (1934), noción cuya utilidad y pertinencia está lejos de haber sido probada. Kuznets pretendió que a partir de cierto nivel de desarrollo hay una tendencia natural e imparable hacia la disminución de las desigualdades en la distribución de la riqueza. Y quiso demostrarlo por medio de la curva que lleva su nombre, en forma de “U” invertida. Thomas Piketty ha demostrado que la “curva de Kuznets” simplemente no existe.

Adam Smith

Filósofo y economista escocés (1723-1790). Pasó a la historia como el padre de la “ciencia económica moderna”. Su obra principal, la “Riqueza de las Naciones”, es uno de los textos fundadores del liberalismo económico. Su principal teoría es la del liberalismo que se resume en las expresiones “laissez faire” y “laissez passer” cuya traducción libre al castellano daría algo así como “que cada cual haga lo que le salga de las narices”.
El Estado no debe intervenir ni en las relaciones económicas, bajo pena de perturbar el equilibrio, ni en los intercambios internacionales para permitirle a cada país una especialización en la producción en la cual tiene una ventaja comparativa.
Estas ideas influenciarán al segundo gran teórico del capitalismo liberal, David Ricardo.
Adam Smith trabajó también sobre la división del trabajo y expuso la teoría de la “mano invisible” según la cual el egoísmo individual permite la satisfacción de las necesidades de cada cual. Se le atribuye a Adam Smith la cita: “Ninguna sociedad puede prosperar ni ser feliz si la mayor parte de sus miembros es pobre y miserable” (La riqueza de las naciones).

Etienne Bonnot, Abade de Condillac

Si la mayor parte de los economistas consideran a Adam Smith como el padre de la economía política, el austriaco Joseph Schumpeter lo definió como un autor secundario porque su obra no exponía sino pocas ideas originales. Hay quién prefiere al filósofo francés Etienne Bonnot, Abade de Condillac, un cura que dejó la vida religiosa para consagrarse a una vida más dicharachera. Discípulo de Locke, Condillac dejó algunas obras maestras como el tratado de economía titulado: “Le commerce et le gouvernement considérés relativement l’un à l’autre” (1776). Se le considera un precursor de la Escuela de Chicago (los “Chicago Boys”), aun cuando fue hermano del precursor socialista Gabriel Bonnot de Mably. Contrariamente a Adam Smith, el estilo de Condillac es límpido, de una claridad lógica extrema. La frase “Una cosa no tiene valor porque cuesta, como se supone. Ella cuesta porque tiene un valor”, expresa el pensamiento de Condillac. Se pasa del valor al precio por medio del intercambio. Condillac afirma que “Es falso que en los intercambios se de un valor igual por otro valor igual”. “Digo pues que, incluso en la ribera de un río el agua tiene un valor, pero el más pequeño posible, porque allí es infinitamente sobreabundante para nuestras necesidades. En un lugar árido, por el contrario, tiene un gran valor; Y se le estima en razón de la lejanía y de la dificultad de aprovisionamiento. En tal caso un viajero sediento daría cien Luises por un vaso de agua, y ese vaso de agua valdría cien Luises. Porque el valor está menos en la cosa que en la estima en que la tenemos, y esta estima está relacionada con nuestra necesidad: ella crece y disminuye como crece y disminuye nuestra necesidad”.
En el “Commerce et le gouvernement considérés relativement l’un à l’autre” Condillac examina numerosos aspectos de la economía, del comercio, de sus equilibrios, de su dinámica, y de su relación con la política. Economista liberal clásico, Condillac estudia el valor y enuncia su carácter subjetivo, defiende la libertad económica y comercial, en particular el libre mercado, y denuncia los peligros inflacionistas de las manipulaciones monetarias. Alternando las descripciones teóricas y la ilustración por la historia comparada de cuatro reinos imaginarios, Condillac explica en este tratado, entre numerosos otros aspectos de la economía y sus relaciones con la política, que:
• El intercambio permite cada una de las partes obtener un valor más grande de lo que obtiene, comparado con el valor de lo que cede,
• Las alzas de precios en caso de escasez ocurren raramente en los países libres, y más frecuentemente en los países que se escudan detrás de barreras proteccionistas,
• Los impuestos y las reglamentaciones son una carga cuya multiplicación debilita la economía,
•Los monopolios surgen a menudo de las exigencias reglamentarias y en ese caso es difícil volver una situación de sana competencia.

Hugo F. Sonnenschein

Economista estadounidense. Profesor en la Universidad de Chicago, su especialidad es la teoría microeconómica, y tiene un particular interés en la teoría de los juegos. Conocido por el teorema que lleva su nombre.
El teorema de Sonnenschein tiende a mostrar que no es posible deducir, a partir de los comportamientos maximizadores de los hogares y de las empresas en competición perfecta, conclusiones sobre la forma de sus ofertas y sus demandas. O sea, la imposibilidad de definir una “ley de la oferta y la demanda” correcta, que conduzca a un equilibrio único. Sonnenschein mostró incluso que el equilibrio podría resultar de una “ley de la oferta y la demanda” totalmente aberrante.

Gérard Debreu

Economista estadounidense de origen francés(1921-2004).
Recibió el Sverige Riksbank Prize en 1983 por sus trabajos sobre el equilibrio general. Demostró que puede existir un punto de equilibrio, gracias al teorema del punto fijo de Broüwer, pero a menos de caer encima por azar no se lo encuentra. Y si por azar se lo encuentra, el equilibrio se aleja. En otras palabras contribuyó a hundir la Teoría del Equilibrio General.

Luitzen Egbertus Jan Broüwer

Matemático y filósofo holandés (1881-1966), fue junto a Henri Poincaré uno de los maestros del movimiento constructivista. Se le deben trabajos en geometría diferencial y los primeros desarrollos de la topología, incluyendo aquellos sobre la topología combinatoria, actualmente llamada topología algébrica por sus prolongaciones en teoría de los grupos. Cuando Broüwer entró en el mundo de la investigación matemática se estaba en plena batalla sobre los fundamentos matemáticos. La introducción de los conjuntos mostró rápidamente fallas lógicas como “el conjunto de todos los conjuntos es un conjunto”, cuestión a la cual no es posible responder por un sí o por un no sin engendrar una contradicción.

Kenneth Joseph Arrow

Economista estadounidense. Junto a John Hicks recibió el Sverige Riksbank Prize el año 1972. Considerado uno de los fundadores de la escuela neoclásica moderna.

Lipsey-Lancaster

El economista canadiense Richard Lipsey y el economista australiano-USA Kelvin Lancaster mostraron en una nota de 1956 que si en un modelo económico una condición de optimalidad no está satisfecha, es posible que la segunda mejor solución requiera cambiar otras variables alejándolas de aquellas que se supone óptimas. Esto quiere decir, en una economía con inevitables imperfecciones en un sector del mercado, que una acción tendiente a obtener un mejoramiento traerá una baja de la eficiencia en otros sectores. Al menos en teoría es mejor dejar que dos imperfecciones en dos sectores de mercado se anulen la una la otra, que hacer esfuerzos para mejorar una de ellas. En suma, Lipsey y Lancaster demostraron que es erróneo pensar que mejorar un mercado pueda traer un mejoramiento global de la eficiencia de todos los mercados. Por el contrario, la preeminencia de la política, actuando contra el “laissez-faire”, puede ser óptimo. La negación misma del neoliberalismo.

John Forbes Nash Jr.

Economista y matemático estadounidense, trabajó sobre la teoría de los juegos, la geometría diferencial y las ecuaciones de derivadas parciales. Compartió el premio de la Sverige Riksbank de 1994 con Reinhard Selteny y John Harsanvi por sus trabajos en teoría de los juegos. John Nash sufre de esquizofrenia y su historia inspiró la película “A beautiful mind” que recibió el Oscar 2001.

Herbert Alexander Simon

Economista estadounidense (1916-2001). Obtuvo el Sverige Riksbank Prize en 1978. Primeramente se interesó en la psicología cognitiva y en la racionalidad limitada que constituyen el meollo de su pensamiento. En el ámbito económico sus trabajos examinaron la eficacia del fordismo y cuestionaron las teorías neoclásicas. Sus estudios sobre la racionalidad limitada lo condujeron a interesarse en las organizaciones y los procesos de decisión, así como en la inteligencia artificial.

Maurice Allais

Economista francés. Obtuvo el Sverige Riksbank Prize en 1988 por sus contribuciones a la teoría de los mercados y a la utilización eficaz de los recursos. Los principales temas de investigación de Allais son el equilibrio de los mercados, la teoría del capital, los procesos intertemporales (junto a Paul Samuelson desarrolló los modelos a generaciones imbricadas que encontraron aplicaciones en macroeconomía y en teoría monetaria), la teoría de la decisión que produjo la conocida “paradoja de Allais”, la reformulación de la teoría cuantitativa de la moneda. Allais desarrolló también el concepto de regla de oro del crecimiento (1947) mostrando que cuando la tasa de interés es igual a la tasa de crecimiento se maximiza el consumo.

George J. Stigler

Economista estadounidense. Recibió el Sverige Riksbank Prize en 1982. Stigler es conocido por haber desarrollado la teoría de la captura o economía positiva de la reglamentación. Esta teoría describe cómo los grupos de interés y los actores políticos utilizan los medios de reglamentación y el poder coercitivo de los Estados para orientar las leyes y reglamentos en las direcciones que los favorecen. De tal modo que si la autoridad reglamentaria está sometida a la influencia de grupos de presión, ya no es garante del interés general.
Para Stigler la reglamentación debe analizarse en un mercado en el que de un lado está la producción de un servicio de redistribución política, ofrecido por los responsables políticos y los funcionarios, y por el otro la demanda formulada por las empresas y las asociaciones de empresas. Si estos agentes económicos son racionales, los primeros maximizan sus posibilidades de reelección, o tratan luego de obtener puestos bien remunerados en la industria que tienen bajo su tutela, mientras que las empresas buscan los privilegios del monopolio que la reglamentación necesariamente engendra, particularmente con relación a sus competidores extranjeros. Por consiguiente, quién reglamenta está efectivamente sometido a los intereses de los productores organizados (cualquier parecido con lo que ocurre en Chile no es pura coincidencia). Como consecuencia, para limitar la acción de los grupos de presión (lobbies o asociaciones empresariales), los partidarios de la economía positiva de la reglamentación proponen sustraerle al Estado sus competencias en materia de reglamentación de las actividades productivas. Esto conduce directamente a la teoría de los mercados auto-regulados y la reducción del rol del Estado, teoría cuya aplicación durante los últimos 30 años trajo consigo la peor crisis económica desde 1929, la que comenzó en agosto de 2007 gatillada por los créditos “subprime” y que dura hasta ahora. ¿Vale la pena agregar que Stigler era amigo de Milton Friedman?

Milton Friedman

Economista estadounidense (1912-2006). Obtuvo el Sverige Riksbank Prize en 1976. Ardiente defensor del liberalismo, estuvo en el origen de la corriente monetarista y fue el fundador de la Escuela Monetarista de Chicago (los “Chicago Boys”).
En su obra Capitalism and Freedom explicó su teoría según la cual la reducción del papel del Estado en una economía de mercado es el único medio de alcanzar la libertad política (la dictadura de Pinochet –uno de sus seguidores– es un bello ejemplo de su teoría). En respuesta a la “función de consumo” keynesiana opuso la teoría del “ingreso permanente”. Con esta teoría y la introducción de la “tasa de desempleo natural” Friedman cuestionó la eficacia de las políticas de reactivación económica que para él solo pueden provocar la inflación contra la cual hay que luchar (políticas de reactivación que, no obstante, los EEUU nunca han dejado de aplicar apenas surge la menor crisis). Con el fin de controlar la inflación propuso la instauración de una tasa constante de crecimiento de la masa monetaria (Chile, fiel seguidor de los postulados de Friedman, ha mantenido sin embargo una tasa de crecimiento de la masa monetaria particularmente errática).

John Maynard Keynes

No todos los economistas son aburridos, unos pelmas y unos fastidiosos. También los hay alegres y dicharacheros, aunque son los menos. John Maynard Keynes, especulador de oficio y economista por afición, -o al revés que para el caso da lo mismo-, era uno de ellos. Cuando estudiaba en Cambridge uno de sus pasatiempos favoritos consistía en ponerles apodos a sus maestros. No siempre sacó las mejores notas, y las peores que obtuvo fueron las de matemáticas y de economía, las dos disciplinas en las que fue más brillante y en las que sabía mucho más que sus profesores. Tal vez una cosa explique la otra, anda a saber. John Maynard Keynes fue funcionario público en una época en la que los funcionarios públicos aun podían tener opiniones sin perder la pega. Siendo funcionario del ministerio de Finanzas británico, allá por 1915, Keynes estaba presente cuando Lloyd George, Chancellor of the Exchequer (ministro de Hacienda de su Graciosa Majestad), entregó un informe relativo a la posición de Francia y luego pidió las opiniones de sus colaboradores. John Maynard Keynes le respondió lo siguiente: “Si Ud. solicita mi opinión, debo decirle con el mayor respeto que considero su informe una basura”. No obstante, al final de la primera guerra mundial le nombraron representante del Tesoro Británico en la Conferencia de Versalles.
A poco andar John Maynard Keynes renunció arguyendo que las reparaciones que se le exigían a Alemania eran demasiado injustas y podrían, en el futuro, conducir a nuevos conflictos.
El gobierno británico aceptó su renuncia y nunca volvió a confiarle responsabilidad alguna. Después se tuvo que mamar la II Guerra Mundial (el gobierno británico, no John Maynard Keynes, no te pierdas). Para que te des cuenta hasta qué punto John Maynard Keynes era divertido, baste con que te cuente que siempre afirmó que para salir de la pobreza había que gastar mucho.
“Mientras más gastas” decía, “más te enriqueces”, y soltaba una sonora carcajada y un pedo que dejaban a sus colegas economistas algo desconcertados. Y como, contrariamente a la mayoría de los economistas, creía en lo que afirmaba, sus consejos contribuyeron grandemente a sacar a los Estados Unidos y al mundo de la peor crisis que haya vivido el planeta: el crac de 1929. El crac bursátil de 1929 fue una crisis como se pide. Con suicidios y todo. Y con muertos de hambre. De ahí en adelante hubo un período de depresión y de altísimo desempleo, y los economistas no lograban sacarse el pillo. Después de analizar el tema, Keynes expuso dos ideas centrales en dos de sus obras mayores, “El tratado sobre la moneda” (1930) y “La Teoría General” (1935-1936). Una de esas ideas afirma que en una depresión no hay salario suficientemente bajo como para eliminar el desempleo y por lo tanto es malvado acusar a los desempleados de su propio desempleo. De esta afirmación yo deduzco que las subvenciones estatales al empleo de determinadas categorías de trabajadores sólo sirven para transferirle recursos públicos a las empresas privadas, sin crear ningún empleo suplementario. La práctica europea ha demostrado que John Maynard Keynes tenía razón, lo que no le impide al gobierno chileno actual perseverar en el enriquecimiento de los patrones gracias al empleo subvencionado. La segunda propone una de las mejores explicaciones de las crisis económicas y del desempleo de las que se tenga noticia. Ella afirma que si la demanda agregada (el gasto de los consumidores, la inversión privada y el gasto público) es baja, las ventas y el empleo bajan. Si la demanda agregada es alta, todo va bien. Así de simple. En otras palabras, según J. M. Keynes, si a los currantes no les alcanza para consumir y, por consiguiente, baja la demanda, la inversión privada declina.
Si la inversión privada declina, no hace sino aumentar el desempleo. De modo que el personal ve reducirse como nieve al sol lo que le queda de poder adquisitivo. Ese fenómeno reduce aun más la demanda y, por consiguiente reduce aun más la inversión privada, lo que a su vez reduce el empleo… ¿me sigues?
Por esa razón, decía John Maynard Keynes, el Estado debe aumentar el gasto público para distribuir poder adquisitivo y relanzar la economía. Incluso aumentando el número de empleados públicos. Y los déficits. Ahora, vete al baño, refréscate la mollera, toma aire, respira profundo, recupera el aliento, despierta. No, no estás soñando. Gracias a esta teoría tan simple, puesta en práctica a fondo, los Estados Unidos dejaron atrás la tremenda crisis de los años 30 y llegaron a ser la potencia que son. Y debo añadir, para que conserves la información en tus papelitos, que el Estado Federal fue el más importante empleador del imperio hasta la década de los 70. Fue tal el éxito de las políticas sugeridas por John Maynard Keynes, que el imperio, desconfiado, le encargó un trabajito.
“John Maynard”, le dijeron, “¿podemos llamarte John Maynard?, tenemos que contarle a todo el mundo cual es la potato para que todo el mundo sea rico y poderoso como nosotros”. Mientras le contaban este cuento se hacían gestos por detrás de John Maynard, le ponían cuernos con la mano empuñada y el índice y el meñique levantados, se guiñaban el ojo y hacían marullos.
Así engrupieron a John Maynard para que crease el Fondo Monetario Internacional, con el objetivo declarado de explicarles a todos los países rascas que el mejor modo de enriquecerse consiste en gastar mucho, distribuyéndole poder adquisitivo al personal. La verdad es que los yanquis sabían que John Maynard ya estaba gravemente enfermo. Keynes murió poco después de fundar el FMI, y el imperio pudo llevar adelante su sabia estratagema que consistió y consiste en recomendarle a todo el mundo hacer lo contrario de lo que ellos hicieron. Ahí reside la genialidad de los yanquis: utilizaron el nombre y la reputación de John Maynard Keynes para crear un organismo a sus órdenes que debía recomendar lo contrario de lo que John Maynard Keynes les sugirió a ellos (1).
(1 )Luis Casado. “Del crecimiento, de la equidad, de la empuñadura del florete, de la extremidad inferior del lactante y de mi abuela Leontina. (breve análisis del “crecimiento” como solución al desempleo)”. Ed. El Periodista. Santiago de Chile, 2003.

Robert E. Lucas

Economista estadounidense. Fundador de la “nueva economía clásica”, pertenece a la Escuela de Chicago (los “Chicago Boys”). Recibió el Sverige Riksbank Prize en 1995 por sus trabajos sobre las “anticipaciones racionales”. Crítico acerbo de John Maynard Keynes. Este último debe estar riéndose en su tumba.

Michel Rocard

Político socialista francés. Ex primer ministro de François Mitterrand, quien le nombró en esa función para liquidarlo como contrincante político. Con pleno éxito. Michel Rocard es un neoliberal vergonzante. Partidario de expulsar del PSF los que no piensan como él.

Michel Camdessus

Economista francés, fue presidente del Fondo Monetario Internacional de 1987 al 2000. Liberal convencido, le dio un giro brutal al FMI imponiéndole a los países pobres o en vías de desarrollo duras medidas de privatización y de reducción del gasto público en educación y en salud a cambio de sus préstamos, agravando las crisis existentes y llevando a dichos países a crisis sin precedentes: México (1994), Tailandia (1997), luego todo el Sudeste asiático (1997-1998), Rusia (1998), Brasil (1999), Turquía (2001) y Argentina (2000- 2001). Este último caso fue un fracaso patente porque Argentina había seguido fielmente los preceptos del FMI y había sido señalado como un ejemplo para otros países. La terrible catástrofe económica en que se sumió Argentina fue una de las razones de la dimisión de Michel Camdessus.
Rubens Ricupero, Secretario General de la UNCTAD, estimó en su Informe sobre el comercio y el desarrollo que la política de liberalización del FMI “provocó el caos en el Extremo Oriente y en Rusia (…y…) neutralizó los progresos realizados en América Latina”.
Se trata del mismo Michel Camdessus que declaró: “el FMI dispone de los mejores economistas del mundo” (sic).

Luis Casado para La Pluma, julio de 2024

Editado por María Piedad Ossaba