Benjamín Netanyahu ha dicho que algunos países árabes como Egipto, Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos podrían hacerse cargo de la administración de la Franja de Gaza más adelante, después de la guerra. Pero sus palabras son calculadamente vagas y han suscitado una serie de reacciones de los países implicados, no muy amistosas diplomáticamente.
Es el caso de los Emiratos, que han dicho que no participarán en una administración como la que propone Netanyahu, puesto que significaría dar cobertura a la ocupación que sufren los palestinos. Los líderes emiratíes no descartan tener una presencia en la Franja más adelante, pero siempre que antes se instaure un gobierno local refrendado por el pueblo, lo que no será una tarea sencilla en las actuales circunstancias.
No es sorprendente que, en la inmensa mayoría de sus alocuciones, Netanyahu orille la cuestión del día después. Seguramente lo hace de una manera deliberada, pues quiere prolongar la actual situación el máximo. En realidad, hace meses que la administración de Joe Biden puso el asunto del día después encima de la mesa, y no solo una vez, pero el primer ministro ha ido dando largas y ha eludido responder a sus interlocutores.
También en Israel ha habido voces en la misma dirección, a las que Netanyahu tampoco ha respondido. A nuestro juicio, esto, y su negativa a abordar cualquier cosa relativa al día después, confirma que prefiere continuar con la guerra indefinidamente con el fin de presentar en su momento hechos consumados sobre el terreno que sean en gran medida irreversibles.
El 15 de mayo, aniversario de la independencia, Netanyahu, acosado por algunos de sus ministros, enfatizó sin rodeos que no está dispuesto a hablar del futuro de Gaza hasta que el ejército no acabe con Hamás. Ha decidido que Israel debe concentrarse en mantener la presión contra Hamás y no debe especular sobre el futuro de la Franja mientras los soldados combatan allí.
Ciertamente, no parece que Hamás vaya a desvanecerse de un día para otro. El regreso del ejército estos días al norte y al centro de la Franja, zonas que previamente habían sido desalojadas de milicianos, subraya que Hamás sigue siendo la voz dominante en la mayor parte del territorio, incluso más de siete meses después del inicio de la guerra, una circunstancia que no se les escapa a los israelíes corrientes y que no todos entienden.
Todavía es difícil hacerse a la idea de lo que será ese territorio en la posguerra, en gran parte porque Netanyahu prefiere la continuación del conflicto a un diálogo sobre el futuro. Algunas fuerzas políticas israelíes han recriminado a Netanyahu su actitud, pero este insiste en continuar adelante con la guerra, tal vez porque no quiere abrir el melón de su propia supervivencia.
En este sentido, no puede extrañar que Netanyahu haya rechazado las iniciativas que apuntan a la necesidad de que la Autoridad Palestina de Ramala se haga cargo de la gobernanza de la Franja, una idea que incluso ha sugerido Estados Unidos. Netanyahu cree que eso podría abrir una negociación para la creación de un estado palestino, y, por lo tanto, lo rechaza.
Las dos grandes promesas de Netanyahu repetidas desde octubre, derrotar a Hamás y recobrar los rehenes que siguen en poder de Hamás, no se han cumplido siete meses después del inicio de la guerra y nada indica que vayan a cumplirse a corto plazo. Esta situación crea una fuerte frustración dentro de Israel y seguramente también entre la clase política, con el primer ministro a la cabeza.
La incertidumbre es aún mayor si se tiene en cuenta que Netanyahu está en la cuerda floja desde octubre. Es evidente que él no quiere marcharse, pero el fracaso del gobierno y del ejército ha sido tan clamoroso y de tales dimensiones que no parece probable que su figura perdure mucho más allá del final de la guerra. Pese a todo, sigue sin dar su brazo a torcer y en todas las entrevistas que ofrece (siempre a medios extranjeros y no israelíes) rehúsa responder a las preguntas acerca de sus responsabilidades y de su futuro.
La negativa a hablar del día después sugiere que Netanyahu quiere mantener la presión sobre Gaza indefinidamente, quizás hasta la celebración de las elecciones en Estados Unidos en noviembre, con la esperanza de que haya un cambio de inquilino de la Casa Blanca y que Donald Trump se abra a ejecutar la expulsión de todos o de gran parte de los palestinos a Egipto, y de ahí a su dispersión por todo el mundo. Esta sería la solución ideal para un buen grupo de ministros y para una buena parte de la población de Israel.ù