Colombia: Turbay Ayala, tiempos de mafia y represión

En un memorando de la DEA enviado al presidente Jimmy Carter, el 2 de junio de 1977, se dice: “Se necesitan medidas más agresivas, incluyendo movimientos contundentes contra aquellos del Gobierno que están involucrados en el narcotráfico. Es particularmente preocupante que Julio César Turbay, el próximo presidente de Colombia, sea uno de ellos”… “Como advertía la gringada, quedó Turbay presidente. Y se probó que, en efecto, ese sujeto era la mafia”

En la campaña electoral para elegir presidente 1978-1982, las paredes de múltiples ciudades del país se pintaron con la perentoria consigna: “Turbay es la mafia”, en un tiempo en el que ya Colombia era una especie de “narcocracia” (término acuñado entonces por la DEA), desde el cuatrienio de Alfonso López Michelsen. Eran los días de los denominados “dineros calientes”, con los cuales, además, se financiaban campañas electorales, cuando ya había pasado la bonanza “marimbera” y ascendía la de la cocaína.

El candidato Julio César Turbay, favorito para ganar los comicios (el presidente de los Estados Unidos, Jimmy Carter, ya lo había “profetizado” como tal), solicitó por aquellas jornadas un certificado de buena conducta respecto al narcotráfico al embajador de Estados Unidos en Colombia. En efecto, salió elegido y entonces, más que a otros rubros, se dedicó a explosivos asuntos de orden público, a recortar las libertades, a reducir las movilizaciones (hay que recordar que un año antes de su elección, se presentó en el país el paro nacional o huelga general más importante de la historia colombiana contra el Gobierno de López Michelsen).

Una de sus tareas más represivas fue la expedición del Estatuto de Seguridad, coartador de derechos y expresión del despotismo. Eran los tiempos de las “operaciones rastrillos” para perseguir e intimidar sindicalistas, estudiantes, opositores políticos, muy al estilo de las dictaduras del cono sur. La tortura era parte de su estrategia de terror y en las caballerizas de Usaquén las aplicaron a detenidos políticos. Uno de ellos fue el poeta Luis Vidales, a quien le hicieron sonar todos los timbres en ese escenario tétrico. “Aquí no hay poeta que valga”, dijo el siniestro general Luis Carlos Camacho Leiva, ministro de Defensa.

Durante su cuatrienio, la mafia, denominada entonces con el eufemismo de “clase emergente”, se cualificó y aumentó el número de “mulas”, abrió nuevas rutas y utilizó las antiguas que existían para el contrabando de marihuana. Hubo condiciones apropiadas para el nacimiento de los carteles de la cocaína. De un lado, había cierta complicidad oficial frente a ese fenómeno que tornaría a Colombia una década después en un desastre universal, y de otro, se refinaban los métodos antidemocráticos del Gobierno. En uno de sus viajes a Europa, donde lo recibieron con manifestaciones de protesta, Turbay descerrajó una de sus frases célebres: “En Colombia el único preso político soy yo”.

En 1979, desde París, el presidente Julio Cesar Turbay Ayala enunció una frase que pasaría a la historia como un hito del negacionismo estatal sobre las violaciones de los derechos humanos: «En Colombia el único preso político soy yo». Crédito foto: Julio César Turbay Ayala, presidente de Colombia, Santiago de Cali- Biblioteca Pública Departamental Jorge Garcés Borrero

En medio de la represión, el ingenio popular se multiplicó con infinidad de chistes sobre Turbay, que se tornó una especie de rey de burlas. Tal vez ningún otro presidente de este país “desvirolado” haya abonado tanto la picaresca del pueblo como este mandatario, que además se caracterizó por su vulgaridad y escándalos de faldas. Es probable que otro de tal tenor en el sentido de ampliar el repertorio de chistes haya sido Duque. Habrá que recordar que el gobierno turbayista, “hormonado y testiculado”, como él lo calificó, redujo la corrupción “a sus justas proporciones”, que así lo pronunció con su cinismo de pacotillero.

Uno de los incidentes más protuberantes de su mandato estalló cuando García Márquez tuvo que volarse del país (abril de 1981), porque el Gobierno lo quería arrestar por presuntos vínculos con un desembarco de guerrilleros del M-19 procedentes de Cuba. Ya había antecedentes de persecuciones contra intelectuales y artistas, como fueron los casos del sociólogo Orlando Fals Borda y la escultora Feliza Bursztyn, apresados y torturados. El escritor se exilió en México.

El 28 de junio de 1979, García Márquez había escrito en la revista Alternativa un artículo contra Turbay: “Estamos en presencia de un poder personal y absoluto, convencido de que no existe en el mundo ninguna otra verdad distinta de su palabra suprema. Ante esta realidad tenebrosa, a los colombianos sin amparo no nos queda otro recurso que decidir con la conciencia de qué lado está la razón. De un lado están los relatos dramáticos de los torturados y sus familias, y aun de los niños arrestados como rehenes. Del otro lado está la negación impertérrita del señor Turbay Ayala. Yo no vacilo un instante: les creo a las víctimas”.

¿Por qué García Márquez tuvo que morir lejos de su patria? Gabo vivió los últimos 30 años en México. Tuvo que salir a las carreras cuando Julio César Turbay expidió el Estatuto de Seguridad, con el que se vio amenazado.

Este rápido relampagueo de memoria contra un presidente represivo y corrupto como Turbay (después advinieron otros peores) viene a cuento por las recientes desclasificaciones de documentos del Archivo Nacional de Seguridad, colección de la Universidad George Washington, sobre antecedentes en el narcotráfico de Alfonso López Michelsen y Julio César Turbay Ayala.

En un memorando de la DEA enviado al presidente Jimmy Carter, el 2 de junio de 1977, se dice: “Se necesitan medidas más agresivas, incluyendo movimientos contundentes contra aquellos del Gobierno que están involucrados en el narcotráfico. Es particularmente preocupante que Julio César Turbay, el próximo presidente de Colombia, sea uno de ellos”.

No pasó nada. O sí, como advertía la gringada, quedó Turbay presidente. Y se probó, desde otra perspectiva, que, en efecto, como lo anunciaba una consigna en los muros, ese sujeto era la mafia. Y, como sus predecesores y sucesores hasta hoy, un .

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 23 de abril de 2024

Editado por María Piedad Ossaba