La necesaria destrucción creativa del modelo agrícola cubano

No se avanza hacia el futuro repitiendo esquemas fallidos y esperando que den un resultado diferente… Por lo general, se recoge lo que se siembra y se atiende adecuadamente. Estamos cosechando lo que lo que las decisiones económicas han “sembrado” en Cuba desde hace unos años.

Los cambios trascendentales que experimentó Cuba desde 1959 comenzaron por la agricultura. Dos reformas agrarias profundas que significaron la expropiación de grandes extensiones de tierras a nacionales y extranjeros y la creación de más de 120 mil propietarios privados agropecuarios parecían ser el empujón necesario para un proceso en el que un mercado interno creciente sirviera como uno de los motores impulsores al nuevo proyecto de desarrollo económico y social. Con todo ello podría reducirse la dependencia alimentaria, así como la genética poli importadora que nos ha acompañado casi desde que Colón llegara a esta isla. Pero no fue así.

Es cierto que hoy la escasez de recursos se ha convertido en una de los pesos más poderosos que tira hacia abajo al sector en su conjunto, pero también lo es que en los tiempos en que los recursos (personas, petróleo, fertilizantes, herbicidas, pesticidas, maquinaria agrícola, alimento animal, institutos de investigaciones,  científicos y técnicos agropecuarios) eran relativamente abundantes y relativamente poco costosos, tampoco el sector agropecuario cubano alcanzó los rendimientos que esa dotación de recursos hubiera permitido. Siempre estuvo lejos de su frontera de productividad y todavía menos logró satisfacer las crecientes necesidades de alimentos de nuestra población, ni la demanda, ni la demanda efectiva.

El sector agropecuario sigue siendo el que emplea de forma directa mayor cantidad de personas en Cuba. Es además el que probablemente consigue menor productividad y quizá haya sido el primero en enfrentar el fenómeno de vaciamiento, emigración y envejecimiento de la fuerza de trabajo que hoy padecen todos los sectores de la economía nacional, desde la educación y la salud hasta el turismo, otrora “atractor” de fuerza de trabajo calificada. 

Es también uno de los sectores productores de bienes y aportador directo a la oferta de productos de primera necesidad. Pero a la vez es uno de los que menos inversión ha recibido en los últimos cinco años (5,1 %). Mientras, el inmobiliario, generador de alta demanda de bienes cuya satisfacción solo puede lograrse mediante la importación —debido a la debilidad de nuestro sector productor de bienes—, recibía en el mismo período el 48 % de toda la inversión del país. 

Los cinco años que van de 2017 a 2021 no son cualquier período de la vida de nuestro país. Para 2017 era ya realidad un cambio radical en la relación con Estados Unidos, que se concretó en 2018 con las medidas de la Administración Trump, a lo que habría que sumar la pandemia de COVID-19 y su creciente demanda de recursos para reducir su impacto. 

Ahora, y en parte como resultado de esas decisiones de inversión, tenemos casi 20 mil habitaciones 4 y 5 estrellas más, una ocupación lineal que no sobrepasa el 25 % y una falta de suministros —alimentos en primer lugar— que hace todavía más difícil la recuperación del sector turístico.

Foto: Néster Núñez.

Algunos datos pueden ayudarnos a comprender el problema. Suponiendo que de toda esa inversión inmobiliaria el 30 % sea en divisas, tendríamos que en ese período se habrían invertido 10 344,8 millones de dólares en hoteles. En el mismo período, el valor de las importaciones de herbicidas se redujo desde los 39,9 millones de dólares en 2018 hasta 7,9 millones en 2021, lo que a su vez significó una reducción en la disponibilidad de este insumo del 84 %.

Para el mismo período, el valor de las importaciones de insecticidas y fungicidas se redujeron desde los 22,5 millones hasta los 13,8 millones (39 %), disminuyendo la disponibilidad del producto en un 56 %. 

Hoy importamos el 100 % de la canasta básica, porque sin pesticidas y herbicidas es muy difícil alcanzar los volúmenes de producción necesarios para abastecer, al menos en parte, esa canasta, aunque sembremos todas las macetas de los balcones de Centro Habana de frijoles. En economía le llamamos “costo de oportunidad” y hoy el pueblo entero lo paga. 

El valor de la importación de maíz sin moler, para el mismo período, se redujo en un 16 % (de 193,8 millones a 164,3 millones) y la disponibilidad del producto disminuyó desde las 812,3 toneladas hasta la 509,4 toneladas (un 37,3 %). 

Mantener el mismo valor de la importación de pienso animal significaba destinar unos 145 millones de dólares en los tres años que van de 2019 a 2021. Esos 145 millones de dólares es mucho menos que el 2 % de aquellos otros 10 mil millones que suponemos se destinaron a la construcción de hoteles.

Ocurre parecido en el caso de los preparados para alimento animal. Con 125 millones se habría podido mantener un volumen de productos cercano a las 128,2 toneladas del año 2018. (Todos los datos proceden del Anuario Estadístico de Cuba 2021, edición 2022. Tablas 8.12 y 12.6.).

Foto: Néster Núñez.

Destinando el 10 % de aquellos 10 mil millones que hemos supuesto es el componente en divisa de toda la inversión hecha de 2017 a 2021 en el “sector inmobiliario”, a la compra de insumos para asegurar algunos productos estratégicos, prácticamente se alcanzaba a sostener un volumen de insumos críticos parecido al de 2018. 

Hoy, por falta de alimentos, la reducción de la producción de cerdos, huevos, leche… pone en una situación crítica a cada familia, abre las puertas a la especulación y a la subida de precios que alimenta la inflación y deja un espacio abierto a la importación de esos productos finales de primera necesidad, casi única manera de incrementar la oferta.

Podremos abrir agujeros en nuestros patios, o en las salas de las casas, o comprar piscinas plásticas para criar tilapias, lo cual puede ser una opción de emergencia; pero sin alimento animal no podremos producir masivamente la proteína que nuestra población necesita. 

Por cierto, quizá nos sorprenda, pero cuando se tomaron esas decisiones de inversión, LAS MIPYMES AÚN NO HABÍAN NACIDO.

Pero es verdad que no basta con invertir mucho en un sector como el agropecuario en Cuba que por un poco más de seis décadas ha demostrado que no solo padece por la falta de recursos. 

Es probable que en ningún país del planeta haya tantas personas como en Cuba dedicadas a intentar que el sector agropecuario tenga resultados. No creo que exista otro país en el que se le dediquen más horas, más medidas, más controles, más visitas de diferentes niveles y organizaciones, más cursos de capacitación y formación, probablemente más proyectos internacionales, más eventos científicos, más metros cuadrados de oficinas, más kilowatts/hora, más litros de combustible, más autos, yipetas y otros tipos de transporte que en el sector agropecuario cubano. 

Foto: Kaloian.

Cualquier indicador de relación que se quiera implementar, por ejemplo: horas de reuniones/producción total de productos agropecuarios; cantidad de visitas de control/rendimiento por hectárea; cantidad de medidas/incremento de la producción, permitiría comprobar que las acciones burocráticas no tienen un impacto decisivo en los resultados del sector o, incluso, que su impacto es en ocasiones negativo.

Esa idea repetida varias veces en la reciente sesión ordinaria de la Asamblea Nacional sobre la necesidad de revolucionar el sector agropecuario, pasa por la necesidad de promover un profundo proceso de destrucción creativa que permita salir de organizaciones y estructuras que por décadas han demostrado no dar resultado.

Hay que darle el lugar que le corresponde al campesino; resolver definitivamente el problema de la tierra; introducir y regular de manera adecuada la competencia; reducir las empresas agropecuarias estatales y mantener solo las que demuestren capacidad para competir. 

Hay que entender que las cadenas productivas requieren de cierres exitosos que las hagan sostenibles. Es imprescindible crear los incentivos necesarios; terminar de crear de una vez un verdadero Banco de Fomento Agropecuario; abrir el sector a la inversión privada nacional y extranjera y otras muchas propuestas con las cuales se han llenado decenas de páginas y que han sido demoradas una y otra vez a pesar de que hoy es la subida sostenida del precio de los alimentos uno de las principales factores en el incremento de la inflación.

No se avanza hacia el futuro repitiendo esquemas fallidos y esperando que den un resultado diferente. 

Miremos los hechos: ahí está nuestra industria azucarera, que este año ha alcanzado a producir poco más de 350 mil toneladas de azúcar, casi lo mismo que se produjo allá por 1850. Solo que en aquel siglo, esa producción se logró sin un enorme edificio en la calle 23 del Vedado, sin fábricas “modernas”, sin ferrocarril, sin una dotación de camiones, combinadas cañeras, tractores, sin máquinas de riego fregat, y sin ingenieros y técnicos azucareros y varios institutos de investigaciones, y sin noventa y tres medidas y un enorme aparato burocrático para supuestamente controlar su ejecución. Además, en los mercados el azúcar está cara, pero las mipymes tampoco han tenido que ver en los resultados productivos del que fuera el sector agroindustrial más poderoso del país.

Por lo general, se recoge lo que se siembra y se atiende adecuadamente. Estamos cosechando lo que lo que las decisiones económicas han “sembrado” en Cuba desde hace unos años.

Dr.C Juan Triana Cordoví

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: Cuba News, Columnas Contrapesos, 26 de julio de 2023