El grito de los derrotados

Porque, suele pasar, para los de “arriba” es mejor que el mundo siga como está. Así está bien hecho. Qué cuento de luchas y de reivindicaciones. Para los vencidos, que aún tienen la posibilidad de producir un incendio, hay que hacer caso omiso a las peticiones de rendición. Cambronne les dirá cómo hay que hacer. O, al menos, que decir.

Un oscuro oficial francés, como lo califica Víctor Hugo en Los Miserables, que sabía ya que sus tropas estaban vencidas, escuchó con estupor las palabras de uno de los generales ingleses, en medio de una visión apocalíptica de cadáveres y moribundos: “¡rendíos, valerosos franceses!”. Y entonces, ante la sugerencia, más bien una orden triunfal, del enemigo, Cambronne, el galo, respondió con una palabra certera (dos en francés), “¡mierda!”.

Sí, “la merde!”, dijo tal vez con orgullo patriótico o cualquier cosa similar, aferrándose al valor de la palabra, del coraje que es una sensación honda surgida de los abismos de la derrota. Mejor dicho, el “oscuro oficial” mandó a comer excrementos y toda la porquería del mundo a los que les estaban dando por el trasero en Waterloo, que fue la caída final de Napoleón. Según el narrador de la novela, fue la palabra más bella jamás pronunciada por un hombre, un titán, un vencedor del miedo, que se erigió como un héroe del lenguaje y puso a la guerra en su dimensión real y deshumanizada. Una mierda.

Yo, que soy hincha de un equipo de fútbol (y el fútbol es otra metáfora de la guerra), que en su historia ha ido de derrota en derrota hasta la derrota final, sé cuán dolorosa puede ser la adversidad, el desconocer el elíxir de la victoria, al menos de un modo continuado, sin tantos interregnos. Cambronne, que quizá si no fuera por Víctor Hugo, no sabríamos nada de él, encarna la dignidad de no darse por vencido jamás, aunque la realidad indique con indomable certeza que no hay ninguna posibilidad de triunfo. Un hombre de carácter, decía Hemingway, puede ser derrotado, pero no destruido.

Y el escritor estadounidense no se quedó en fraseología, sino que demostró esa aseveración en una de las más bellas obras literarias que en el mundo han sido: El viejo y el mar. Santiago, el viejo pescador, es un derrotado, con una dignidad y corajes infinitos, que encarna una de las situaciones más paradójicas y complejas de la existencia, como es obtener una victoria en la derrota.

Después de llegar a tierra con el esqueleto del enorme pez (que también presentó una lucha épica), al viejo solo le quedó la cansada opción de soñar con leones marinos. La derrota, que tiene pocos o ningún amigo, es una condición que no rebaja al derrotado a la absoluta miseria existencial, ni le niega que puede haber un futuro promisorio, o el tiempo del desquite. Es una aleccionadora. Tal vez uno de los poemas más esclarecedores al respecto, sea el de Bertolt Brecht: Nuestras derrotas no demuestran nada. “Cuando los que luchan contra la injusticia / muestran sus caras ensangrentadas / la incomodidad / de los que están a salvo / es grande”, dice al principio. Y luego, advierte: “Cuando los que luchan contra la injusticia / están vencidos, / no por eso tiene razón / la injusticia”.

Wolf VOSTELL (1932-1998), El grito: el toro vencido, Litografía , 100 X 70 cm, 1990

A los pobres, a los marginados, a los trabajadores, a los que han sido olvidados de la fortuna, se les ha asignado el papel de perdedores. El poder, cualquiera que este sea, les ha indicado que la historia es así, unos arriba, otros abajo. A través de innúmeros mecanismos, de dispositivos, de vehículos de control, en fin, se les condena a que jamás van a obtener ninguna victoria. “¿Para qué pelean si el mundo seguirá igual?”, se les instruye desde las alturas. Y, según creencias, religiones y cosas así, ya el mundo está dividido, es inmodificable y no hay ninguna posibilidad de cambiarlo (o sí, a lo Gatopardo, para que todo siga igual).

Pues, no señores. Los derrotados también pueden rebelarse, alzarse en voces y en derechos, desandar y desaprender, sacudirse del eterno marasmo. “Nuestras derrotas / lo único que demuestran / es que somos pocos / los que luchan contra la infamia”, dice Brecht, el mismo que incita a preguntar por todo y revela que “estás llamado a ser un dirigente”. Cuando el derrotado es consciente de sus desventuras, ya está transitando por los caminos de la libertad (en especial, de pensamiento) y contra cualquier opresión.

La aspiración (¿de quién o quiénes?) es a que haya cada vez más gentes de aquí y de allá que luchen contra las injusticias. Por supuesto, hay que tener la noción de qué es una injusticia. Los niveles de enajenación (por la propaganda y otros instrumentos) pueden convertir a los derrotados en amantes de la resignación. Porque, casos se han visto, también los encadenados, los esclavos, pueden llegar a querer sus cadenas y grilletes. Ya lo dijeron, entre otros, Dostoievski y Kafka.

Porque, suele pasar, para los de “arriba” es mejor que el mundo siga como está. Así está bien hecho. Qué cuento de luchas y de reivindicaciones. Para los vencidos, que aún tienen la posibilidad de producir un incendio, hay que hacer caso omiso a las peticiones de rendición. Cambronne les dirá cómo hay que hacer. O, al menos, que decir.

Reinaldo Spitaletta 5 de noviembre de 2023

Editado por María Piedad Ossaba