¡Proletarios de todos los países, uníos!
A 175 años del Manifiesto Comunista

Es una poética utopía. Y así termina, tras un comienzo rotundo, con un canto a la revolución: “Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Valga decir que, por estos platanales, pocos proletarios sobreviven.

Karl Marx, Friedrich Engels

Uno de los comienzos más contundentes e inolvidables de libro alguno es el del Manifiesto Comunista, de Marx y Engels, cuya publicación acaba de cumplir 175 años: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. El libelo o panfleto, tan llevado y traído, tan elogiado y censurado, tan alabado y vituperado, establece como hipótesis, para muchos discutible, para otros acertada, que la historia de todas las sociedades que han existido es la historia de la lucha de clases.

El Manifiesto del Partido Comunista, Carlos Marx y Federico Engels Formato PDF

El librito (digo, por su tamaño) corresponde a los tiempos en que la burguesía, revolucionaria en otras épocas, ya es una clase social que ampara el atraso, la propiedad privada de los medios de producción y explota con voracidad el mercado mundial. Todavía no había aparecido la fase superior del capitalismo, según Lenin: el imperialismo. El Manifiesto pertenece a las jornadas del ascenso de las luchas obreras, en especial en Europa y Estados Unidos, que tendrán una efímera pero histórica muestra del poder proletario en 1871, en la llamada Comuna de París.

Decían entonces los dos pensadores, encargados por la Liga de los Comunistas para la redacción del manifiesto, que la “burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas: los obreros modernos, los proletarios”. Para los días en que se publica el Manifiesto, en febrero de 1848, ya la palabra “comunista” era, como bien Engels y Marx lo señalan, un “epíteto zahiriente”. Faltaba mucho para el establecimiento del nazismo y del macartismo que vieron entre sus principales enemigos a los comunistas; para nuestros tiempos, ser comunista puede ser una presencia ideológica más bien conservadora.

El Manifiesto, uno de los documentos políticos más influyentes de la historia y que hace parte, de acuerdo con la Unesco, del Programa Memoria del Mundo, era una suerte de cartilla revolucionaria en las décadas de los sesenta y setenta. Recuerdo al gran poeta de Calarcá, Nelson Osorio Marín, que dijo que la angustia existencial se la había curado el Manifiesto. Por estos contornos, de tantas violencias, se irguió en las juventudes de entonces como un descifrador o coadyuvador para analizar la sociedad colombiana de entonces.

En tiempos de protagonismos de las juventudes estudiantiles, se erigió como un abridor de caminos de la historia, un referente para ir más allá de lo planteado por Marx y Engels. Era un documento de discusión (no apto para los dogmatismos). Servía como guía de pensamientos en torno al capitalismo (“el capital es un producto colectivo, es una fuerza social”), la familia, la educación, para el rol social de las mujeres. “Para el burgués, su mujer no es otra cosa que un instrumento de producción”, declara el histórico libro.

En aquellos tiempos mencionados era un apoyo teórico en torno a los significados del comunismo, de la utopía social, de los cambios necesarios en los países sometidos y aun en los que imponían su férula con métodos neocolonialistas. Era, como bien lo indicaron sus autores en el prefacio de la edición inglesa de 1888, una crítica contra “toda suerte de curanderos sociales que prometían suprimir, con diferentes emplastos, las lacras sociales sin dañar el capital ni la ganancia”.

Hay que decirlo: el Manifiesto también fue parte de la educación sentimental de varias generaciones. En América Latina y Colombia, en días de protestas cotidianas y levantamientos populares, estaba acompañado de músicas. Por estas geografías, el mismo poeta quindiano escribía canciones de protesta, aupadas por los movimientos estudiantiles, como el del año 71. Eran tiempos de escucha de “Ricardo volvió a la aldea estrenando amaneceres” o de los cantos de Pablus Gallinazus y su “Mula revolucionaria”, con Ramón, o el Che, a cuestas.

El Manifiesto, con su radicalismo en aspectos como “los proletarios no tienen nada que salvaguardar, tienen que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente”, es, todavía, un llamado a la transformación de fondo de las sociedades. Aún se requieren, en Estados que no alcanzaron conquistas democrático-burguesas, asuntos determinantes en torno a una profunda reforma agraria, por ejemplo. Y a identificar, para combatirlas, las causas del atraso y la dependencia, como acaece en Colombia.

Ese texto, que no ha envejecido en su sustancia, al que Stalin denominó “el cantar de los cantares del marxismo”, no es una curiosidad histórica. Ni una pieza de arqueología social. Es, por qué no, una guía para la acción política, el análisis, el estudio de la historia, el impulso a la crítica de las sociedades, una alerta para no transformarnos en máquinas. Es un fundamento para la construcción de un nuevo orden, de prosperidad para todos, “sin explotadores ni explotados”.

Es una poética utopía. Y así termina, tras un comienzo rotundo, con un canto a la revolución: “Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar. ¡Proletarios de todos los países, uníos!”. Valga decir que, por estos platanales, pocos proletarios sobreviven.

Marx y Engels, dos revolucionarios

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 21 de marzo de 2023

Editado por María Piedad Ossaba