Los vientos del escribidor

“Se ha impuesto la cultura de la incultura. Así que es más relevante para la vida de los pueblos saber cuántas veces se ha casado la filipina-española doña Isabel Preysler, o por qué Varguitas dejó a Patricia después de cincuenta años de matrimonio, que sobre el cambio climático o sobre “La guerra del fin del mundo””.

Varguitas lo supo desde siempre. O, al menos, desde hace rato, cuando se propuso hacer una cirugía de la decadencia cultural de Occidente, de la caída vertiginosa del valor de la palabra (al menos de la que aspiraba a ser parte de la razón y los argumentos inteligentes), del vacío existencial creado por el abandono de la crítica y el auge de la publicidad y las revistas del corazón, que doña Corín hubiera tenido gusto en haber vivido en estos tiempos de la masificación de lo frívolo, para abundar en motivos para su fábrica de novelitas rosas.

Cómo no. Hoy nos importan más los tatuajes de un futbolista, o los aretes de algún cantantico de reguetón o cositas de esa índole, como decir el peinado y el peluquero de la primera dama, que la actual injerencia del imperialismo en sus neocolonias (¿qué es eso?, se preguntará algún militante del “vacío animado”, ¿qué es esto?, seguirá preguntándose, y así). Ah, o como mínimo se dirá con perplejidad si todavía existe el imperialismo, y con eso se irán disimulando intervenciones, sojuzgamientos, bases militares, espionajes, deforestaciones a favor de transnacionales y apariencias de renovación social.

Vargas Llosa e Isabel Preysler

Varguitas, hoy en el ojo del huracán de las noticias light, del chismorreo de farándula, con cuestiones de la “pichula” (nada que ver con Pichula Cuéllar), como lo verbaliza el protagonista del cuento “Los vientos”, del mismo Varguitas, digo que él, tan buen escritor, tan Nobel y todo, hoy parece víctima de lo que tanto cuestionó en “La civilización del espectáculo”, libro en el que no deja de dinamitar la banalización de las artes y la literatura, y pone en entredicho el auge “noticioso” de las “bajas pasiones”, comidilla de periodismo amarillo, tan en boga en estos tiempos de dominios de la futilidad.

Hoy, como ayer, las faldas y las calzonarias, como los romances de baja cama y las rupturas matrimoniales o extramatrimoniales, son ingredientes de engorde para los consumidores de escándalos, que son legión. En el intercambio de frentes en la prensa rosa, o del corazón infartado, del cotilleo y la pendejada de “sociedad”, en el caso Vargas Llosa-Isabel Preysler, que solo eran “mocitos”, según la galería, lo bueno ha sido, por ejemplo, el atravesamiento de Madame Bovary. Sin embargo, la “orgía perpetua” la realizan los medios amarillosos más que los lectores de la novelaza de Flaubert, tan estudiada y analizada por Varguitas.

La decisión de Vargas Llosa de dejar a Isabel Preysler desata un terremoto social en España

La sancochería noticiosa sobre el alejamiento del “divo” y la “diva”, de los héroes de papel y de redes sociales en que se encuentran erigidos por la bobada mundial los dos palomitos (nada de Palomino Molero), no sé si haya promovido la lectura o relectura de las novelas (sobre todo de las de los tiempos del “Boom”) del escritor peruano. Este caso patético de una “separación” es, como puede pasar en la novela de Pantaleón Pantoja, una mezcla de burlesco, parodia y picaresca.

Hace 12 años, Vargas Llosa publicó su libro de crítica a la banalización de la cultura, del deterioro de la estética, del abandono del análisis, de la ascensión de lo trivial y la vulgaridad, aupado todo ese decadentismo por los medios de comunicación y (ahora) por las redes sociales. Era (es todavía) una advertencia sobre el nuevo oscurantismo. En algún apartado, se refirió al periodismo y el atrofiamiento de su función fiscalizadora de la sociedad. “Las cosas se agravan si el periodismo, en vez de ejercer su función fiscalizadora, se dedica sobre todo a entretener a sus lectores, oyentes y televidentes con escándalos y chismografías”, y cómo estas actitudes solo favorecen la tolerancia del “gran público” hacia la inmoralidad.

En esta docena de años, cuando se ha deteriorado cada vez más el ejercicio político, cuando aumentan los farsantes, los corruptos, los falsificadores, además del crecimiento progresivo de la imbecilidad, el mundo de ahora es una suerte de caverna, en cuyo interior se ha borrado la historia de la cultura. O, como un juego de palabras, se ha impuesto la cultura de la incultura. Así que es más relevante para la vida de los pueblos saber cuántas veces se ha casado la filipina-española doña Isabel Preysler, o por qué Varguitas dejó a Patricia después de cincuenta años de matrimonio, que sobre el cambio climático o sobre “La guerra del fin del mundo”.

Hoy somos gregarios, masa, degustadores de la trivialidad, sensibleros, cada vez más alejados de la razón y de lo que pueda entrañar dificultades (como pensar, por ejemplo). Mejor nos dedicamos a ver qué marca de zapatos usan los presentadores de tv, cómo eran de “pintas” los exmaridos de la doñita Isabel, de cómo es mejor la bota-campana que la bota-tubo, de si lo de Varguitas solo fue una cuestión de “pichula” o de cómo irán los talleres de masturbación propuestos hace años por la Junta de Extremadura…

En todo caso, como decía Benjamín H. (un tío loco que tomaba buenas fotografías) cincuenta años de matrimonio, más que una virtud o gracia, es pura degeneración de pareja.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 10 de enero de 2023

Editado por María Piedad Ossaba