Cada cierto tiempo aparecen ciertas modas en la violentología colombiana que parecieran tener un potencial heurístico desmedido para explicar las causas y la persistencia del conflicto, sobre todo en clave regional. El problema de estas modas, frecuentemente, es que sirven de sucedáneo para una explicación real y para la investigación a fondo. Basta con invocarlas, para mágicamente explicar sin explicar nada. La supuesta seriedad académica requiere manosear un poco más las manoseadas modas, de manera casi fetichista. Desde un tiempo a la fecha, la tesis de las economías ilícitas como causa última, suprema y motor del conflicto colombiano (la cual he criticado en ocasiones anteriores)[1] ha empezado a ceder a una tesis que no la contradice, sino que la complementa. Esta tesis es la del corredor estratégico, según la cual, el conflicto se explica en las regiones porque serían corredores estratégicos para un sinfín de bienes: drogas, armas, tropa, etc.
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De un tiempo a la fecha, a donde uno vaya en Colombia, le dicen que el conflicto persiste en la región porque se trataría de un corredor estratégico. Todos los actores armados se pelean el territorio (sea cual sea) por sus cualidades como corredor estratégico. Da lo mismo donde uno esté. Sea en Putumayo, Cauca, Chocó, Antioquia, donde sea, el cuento es el mismo. Este territorio es un corredor estratégico. Tal parece que todo el país se ha convertido en un pinche corredor estratégico. Claro, si uno está en el Urabá un punto conecta con el Pacífico y otro con el nudo de Paramillo. Si uno está en Tolima, se conecta la cordillera central con la oriental. En Cauca se conecta el macizo con el Pacífico. Y así sucesivamente. Y claro, esto puede sonar de perogrullo, pero cualquier punto de la geografía nacional se conecta con otros. Donde estemos parados, podremos decir, desde aquí llegamos a tal parte, a tal otro punto, etc. En efecto, todo el país es un pinche corredor en el que (sorpresa, sorpresa) de un lado se puede llegar a otro.