Doña Annie, la del Nobel

Las obras de Annie Ernaux poseen una exquisita belleza y dignidad literaria, y, en últimas, tratan asuntos clave de la llamada “condición humana”, no exenta jamás de las contradicciones políticas y económicas, de ciertos determinismos y del azaroso destino, conectados con lo trágico y lo inevitable.

Las expectativas sobre los Premios Nobel, en particular el de Literatura, son, desde hace ya mucho tiempo, un asunto de farándula. Y de especulación casi bursátil. Se sabe que es un premio con una carga política (aunque también coincida muchas veces con la calidad literaria de los galardonados) en que la Academia Sueca se asemeja a una especie de FIFA en los preparativos del Mundial de Fútbol, tampoco ausente de los vaivenes de la geopolítica.

En esta reciente versión, y como en juegos de casino, con apuestas y chismorreos, abundaron las murmuraciones acerca de quién sería el ganador y por qué. El más vaticinado fue Salman Rushdie debido al apuñalamiento reciente de parte de un fanático. No se descartó el nombre del francés Michel Houellebecq, “la primera star literaria desde Sartre”, según la calificación de Le Nouvel Observateur, aunque no encaja dentro de los moldes de la Academia. Hubo corrillos con hurras para Milan Kundera, Don De Lillo, Thomas Pynchon, Carol Joyce Oates y Margaret Atwood.

El premio literario más cotizado del mundo, que en los últimos tiempos ha oscilado como un péndulo no de Foucault sino de los vaivenes y huracanes políticos, con entregas polémicas como la que se hizo al cantante y poeta Bob Dylan, ha estado contaminado por pareceres del mundo de los poderes más que los estrictamente literarios. Ya es redundante decir por qué nunca se lo otorgaron a Borges (se revuelca Pinochet en su tumba), ni por qué tantos grandes tampoco lo ganaron (Tolstoi, Henry James, Joyce, Proust, Chesterton…) y sí se lo dieron, por ejemplo, a don José Echegaray.

Volviendo al de este año, acertó la casa de apuestas Nicer Odds, que dio como favorita a la que se lo ganó: la francesa Annie Ernaux, cuya materia prima para sus libros ha sido su propia vida, su sexualidad, su cuerpo, el aborto y también las peripecias y demás trotes de la existencia de sus padres. En los tiempos de los nuevos narcisismos, las selfies, los movimientos feministas, la vuelta al “yo”, la dueña de una “voz que corta como cuchillo” ha sido laureada. Nacida en un pueblo de Normandía, Ernaux, hija única, con padres proletarios, dueños de una tienda de comestibles, ha dicho que escribir es un acto político “que nos abre los ojos a la desigualdad social”.

La escritora francesa, que cabalga en el universo de las “autoficciones”, de lo autobiográfico (¿volverá la antigua discusión del fracaso de la imaginación?), tiene entre sus fuentes literarias a Simone de Beauvoir, en particular su libro El segundo sexo. “Los hombres nacen con todas las posibilidades de libertad, en cambio las mujeres son sumisas al deseo, la voluntad y las leyes de los hombres. El hecho de leer un libro se conjuga con la propia historia. Me di cuenta de mi sumisión y ahí tuvo lugar ese rechazo orgulloso de todo lo que pudiera tocar de cerca o lejos la sexualidad”, declaró alguna vez.

El Lugar (publicada en 1983) es una de las obras de esta notable escritora, en la que, entre otros avatares, muestra una de sus características: la economía de la prosa. Es una historia sobre la muerte de su padre, dueño de un café-colmado, en el que el lector puede toparse con aspectos no solo del mundo interior de una familia pobre, trabajadora y sin muchos paisajes, sino con jornadas de la primera guerra, las espantosas tensiones de la segunda guerra, retazos de la vida obrera y del arribismo de la pequeña burguesía.

Es posible ver en este relato, en el que la sobriedad y la exactitud de las palabras dan cuenta de un universo complejo, cómo después de la guerra “la instalación de un cuarto de baño era señal de riqueza”, o cómo en pocas líneas se puede describir un desenlace fatídico. La narradora está leyendo Los mandarines, de Simone de Beauvoir, mientras su padre agoniza: “No conseguía concentrarme en la lectura, al llegar a alguna página de ese libro mi padre ya no viviría”.

Nacida en el pueblo de Yvetot, la autora de obras como “Mira las luces, amor mío” y “La vergüenza”, se desempeñó como maestra de letras modernas y tiene entre sus afectos literarios a dos Marguerites: Yourcenar y Duras. El premio a esta escritora visibiliza con creces a la corriente literaria que aúpa el “yo autobiográfico” y le otorga una patente (no de corso) a la no-ficción como gran literatura. Tal vez volverán a aparecer las críticas y foros en torno a qué es la literatura y si la no-ficción (como en los casos del llamado “nuevo periodismo”, que ya es muy viejo) tiene dimensiones estéticas.

En cualquier caso, las obras de Annie Ernaux poseen una exquisita belleza y dignidad literaria, y, en últimas, tratan asuntos clave de la llamada “condición humana”, no exenta jamás de las contradicciones políticas y económicas, de ciertos determinismos y del azaroso destino, conectados con lo trágico y lo inevitable. Escribir es otra forma de la memoria.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 11 de octubre de 2022

Editado por María Piedad Ossaba