El atentado contra la vida de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner fue transmitido casi en vivo por la tevé. Este cronista lo estaba mirando. Como siempre debe sincerar “desde dónde escribe”. Escribo estremecido, emocionado, alelado en buena medida. Con algo más parecido a la congoja que a la indignación.
Hay momentos de la historia que demarcan un antes y un después, un quiebre, el comienzo de una etapa. El reciente aniversario de la masacre de Trelew reencuadra ese hecho como el comienzo del terrorismo de Estado que asoló el país desde 1976.
En la medianoche del jueves se deben evitar especulaciones prematuras que las investigaciones judiciales tendrían que develar. De cualquier modo, lo ocurrido debería demarcar un cambio en la cultura política argentina. Decimos “tendría”, “debería” porque sabemos que es imprescindible y no sabemos si sucederá.
El intento de magnicidio armoniza con palabras y hechos habituales, añejos y recientes. Sucedió en el escenario de la provocación cometida por el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta el sábado. Armoniza con la represión que lo siguió. Y con la descalificación que le propinó la exministra de Patricia Bullrich acusándolo de blando, pidiéndole mano dura, balas de goma, palos.
La derecha argentina, se escribió en esta columna el domingo, está desbocada. Aplicó la doctrina Irurzun, encarcelando opositores durante la presidencia de Mauricio Macri. Reprimió ferozmente en la Patagonia segando las vidas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Las invectivas de odio llevan a sus dirigentes a una competencia interna interminable a ver quién es más intolerante y virulento. El diputado Ricardo López Murphy era hasta hace poco un neoconservador extremo en lo económico. También un hombre capaz de discutir en público y hasta de ser cortés. Días atrás publicó un tuit primitivo antidemocrático : “Son ellos o nosotros” que también hace juego con la barbarie que nos convulsiona ahora. Ayer repudió. En buena hora y sin haberse empatado.
En el registro propio de la época numerosos dirigentes opositores se apuraron a calificar el hecho como atentado (esquivando medias tintas) y a repudiarlo. Los más trogloditas hicieron excepción a la regla. Pero la mayoría cuestionó, sin ambages. Es bueno que así ocurra, es lo mínimo que podían hacer y no es bastante. Tendrán que ponerles el cuerpo a los breves textos, ser coherentes con ellos de aquí en más.
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Los hechos deberían mover a ellos y al oficialismo a recapacitar, repensar la Argentina, hacerse cargo de que ni la gobernabilidad ni la paz social son eternas, ni están garantizadas para siempre.
La pandemia pudo esclarecer al respecto. La gobernabilidad –en medio de la penuria, la muerte y el miedo– la construyeron la templanza y la solidaridad del pueblo argentino, en especial sus sectores populares.
La aldea global da ejemplos de retrocesos impensados poco tiempo atrás. Regresiones feroces. A veces llegan por vía institucional como el fallo de la Corte Suprema estadounidense sobre al aborto. Otras veces salen de la sociedad.
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Las elecciones de 2023 están cerca. En un contexto enfurecido y hasta envilecido “todo el mundo” da por hecho que el escenario político será continuidad, reacomodará a las fuerzas existentes. Habrá o se suspenderán las Primarias Abiertas (PASO). Tal vez el diputado Javier Milei consiga terciar, si concreta el milagro de encontrar un resquicio a la derecha de Patricia Bullrich o de Macri.
Supuestamente no se cree que haya riesgo de zozobra del sistema político o del marco de convivencia aún con sus fallas, zonas grises o déficits. Pero acaso estén en jaque. El pacifismo de los argentinos, su impenitente hábito a manifestarse sin romper nada colisionan con el ensimismamiento de buena parte de la dirigencia política. Con la injusticia en la distribución del ingreso. Y con ese juego de suma cero en el que todo vale, aún pegarles a diputados. O proclamar que se derogó la presunción de inocencia en el proceso penal. O pedir a la ligera pena de muerte para Cristina … sin suscitar en ese caso repudio de los compañeros de bancada cambiemitas.
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La vida es frágil. Los humanos lo sabemos aunque lo negamos de distintas formas. Cristina estaba a sus anchas y al mismo tiempo desprotegida, en peligro de muerte. El mismo perpetrador u otro habría podido asesinarla porque impera un lógico grado de relajamiento, producto de “esto acá no pasa”.
Pues pasó, lo que impone solidarizarse con Cristina Fernández de Kirchner y su familia, abrazarlos así sea de modo simbólico. Y prepararse para defender al sistema democrático que no es de titanio, ni inmune a tanta violencia.
Hasta ahora una mayoría notable de la sociedad civil fue garante contra la anomia y a la inestabilidad del sistema democrático… seguirá siéndolo. Pero le cabe también a las dirigencias políticas, sociales y gremiales ponerse a la altura de los nuevos tiempos.
Ayer no salió el tiro pero se disparó una advertencia. Nada será igual desde ahora.