Kintto Lucas: Guerra en Macondo

Macondo era “una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas”.

Cuando llegó a Macondo o a un lugar que se le parecía, el Último de los Locos recordó el café en Tierra Negra y las conversaciones con el Último de los Tontos, La Telegrafista, con las brujas, los ruiseñores, El Monstruo del Agua, las hormigas, la Bruja más Sabia.

Cuando tomamos una taza de café, no pensamos en el camino que recorrió por distintos lugares, ni en los hombres y mujeres que lo cultivan, pensamos en el aroma que invade el ambiente y en el gusto de saborearlo.

Si miramos a través de la borra del café, podemos ver que apareció en Etiopía donde las cabras alucinaban con sus frutos. Pero también se tomaba en Persia mucho antes. Cuando tomamos una taza de café, no pensamos que hay una historia detrás del intenso sabor que nos cautiva. Siempre hay una historia detrás.

El Último de los Locos nunca pensó salir de Tierra Negra, pero hay una historia detrás de su salida. Ahora en este lugar extraño que dicen que se llama Macondo, describe otro lugar pensando en este, otra historia detrás de la historia.

Muchos años después, frente al Mar Mediterráneo, una mujer había de recordar aquella tarde en que empezó la guerra. Alepo no tenía veinte casas de barro y caña brava como Macondo. Era una ciudad grande. La sangre se precipitaba por las calles ante el asombro de muchos que no encontraban respuestas.

Ahora, en esta balsa que se mueve en el mar como el zapato de un niño que ayer esperaba llegar a un sueño, todas las preguntas empiezan con un por qué. La balsa y el zapato no son inventos de Melquíades. Flotan a pesar de que hay un imán escondido en el fondo del mar. El imán atrae a los seres humanos. La guerra no es un imán pero al igual que las cosas en Macondo también tiene vida propia. Muerte propia.

Cuando a alguno se le ocurrió despertar el ánima escondida, un imán atrajo armas, bombardeos, escombros, sangre en el agua diáfana. La guerra era tan reciente que parecía no tener nombre. Todos saben que vino de algún lugar, pero ya no importa su nombre. Tampoco importa si José Arcadio encontró finalmente el oro o alguna armadura del siglo XV. Solo importan los miles de nombres en el mar, las balsas y los zapatos a la deriva. ¿Importan? No importan.

El mundo es como un huevo prehistórico en el cual no importan las balsas y los zapatos, y mucho menos los nombres, o sea las vidas. Ustedes amigos, amigas, enemigos, enemigas, que miran el huevo por los noticieros de televisión sin pensar en los nombres, tampoco se salvarán del pelotón de fusilamiento de la culpa, con dioses o sin ellos, con juicio final o sin él… en Macondo y en cualquier lugar.

Kintto Lucas

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: SURySUR, 6 de mayo de 2022