Luego de ocho años de conflicto ucraniano tras el Euromaidán y la declaración de Donetsk y Lugansk como repúblicas independientes, llegó el reconocimiento por parte del gobierno ruso de las entidades en el Dombás como un parteaguas geopolítico, incluso existencial. Mientras tanto, Kiev no puede avanzar sus acciones sin atacar a ciudadanos con pasaporte ruso de estas repúblicas que, en cualquier momento, pudieran solicitar su incorporación a la Federación Rusa.
Son cada vez más frecuentes los incidentes con “saboteadores” ucranianos, entre los que se cuentan civiles muertos en explosiones y otros dados de baja por intentar el ingreso a territorio ruso.
También, en medio del operativo de evacuación de la población rusoparlante, ha destacado la presencia de troles ucranianos en las redes sociales, quienes intentan hacer montajes sobre la supuesta “postura negativa de los ciudadanos rusos” hacia las personas evacuadas de la zona de conflicto.
Aunque parezcan eventos aislados hay un hilo que los conecta: el financiamiento a grupos paramilitares y milicias mercenarias por parte de Estados Unidos y la OTAN. No se trata de un hecho de guerra novedoso, es la ampliación de una doctrina aplicada en distintos escenarios como Asia Occidental, América Latina y África desde hace muchos años.
Un patrocinio disfrazado de omisión
Bob Menéndez, senador demócrata, presentó en enero pasado una ley para otorgar 500 millones de dólares a Ucrania a fin de que compre armas, también para imponer a Rusia la llamada “madre de todas las sanciones” si la invade, como dicta el dogma político-mediático. Aunque exige avances rápidos en dicha materia y exhorta ampliar la propaganda informativa estadounidense, no menciona supervisar si las armas estadounidenses van a parar a supremacistas blancos como el Batallón Azov.
Al ser consultado si su proyecto de ley incluye disposiciones de vigilancia, el senador respondió a The Intercept que “ese es un nivel de detalle del que no estoy seguro”, sin embargo aseguró que el Departamento de Defensa “tendría condiciones para asegurarse de que se dirigen a las fuerzas armadas ucranianas, no a otros”. Agregó que “existe el riesgo de que en cualquier parte del mundo esas armas puedan ser utilizadas por otros”, aun sabiendo de la existencia de grupos neonazis en el ejército ucraniano.
Una foto del Batallón Azov, regimiento de la Guardia Nacional ucraniana patrocinado por la OTAN que promueve abiertamente ideas y símbolos nazis (Foto: Archivo)
Se supone que el llamado proceso de “investigación de Leahy” certifica si las fuerzas extranjeras han cometido “graves violaciones de los derechos humanos” antes de dar luz verde al apoyo del gobierno estadounidense, sin embargo está claro que Washington no tiene procedimientos eficaces para rastrear a dónde van sus armas y evitar que acaben en manos de extremistas.
Cuando un proyecto de ley de defensa llegó al Senado en 2021, la enmienda patrocinada por la representante Rashida Tlaib, demócrata de Michigan, fue eliminada de su versión final. Este cambio proponía investigar a las fuerzas que reciben asistencia militar de Estados Unidos por ideologías violentas, “incluidas las que son terroristas de identidad blanca, antisemitas o islamófobas”.
También en 2021, Elissa Slotkin, diputada demócrata, pidió al Secretario de Estado Antony Blinken que calificara al Batallón Azov de organización terrorista extranjera, afirmando que “utiliza Internet para reclutar nuevos miembros y luego los radicaliza para que utilicen la violencia en pos de su programa político de identidad blanca”. Fue dejada en visto.
La OTAN y la CIA patrocinaron numerosas redes Stay-Behind (espías y grupos armados “detrás de las líneas enemigas”) en muchos países europeos durante la Guerra Fría, la intención era activarlos en caso de que los países del Pacto de Varsovia los atacaran o que algún partido comunista de estos países llegara al poder democráticamente, o siquiera hubiera alguna “amenaza” al statu quo favorable a los intereses estadounidenses. De esta manera la CIA estadounidense y el MI6 británico han apoyado grupos neonazis para lanzarlos contra Rusia. Hoy son altamente dependientes de financiamiento occidental.
Según el Servicio de Investigación del Congreso estadounidense, entre 1991 y 2014 Estados Unidos aportó hasta 4 mil millones de dólares a Ucrania mediante asistencia militar, otros 2 mil millones más desde 2014 y otros 1 mil millones por vía de la OTAN. La lista continúa con el Reino Unido y otros países occidentales con aportes no menos onerosos que han elevado el gasto militar de Ucrania desde el 3% de su PIB en 2014 al 6% en 2022, algo más de 11 mil millones de dólares.
Escenario de la simbiosis entre el neonazismo y la OTAN
La guerra que se fragua desde Ucrania tiene rasgos ideológicos claros que promueven valores alejados de la libertad, igualdad o fraternidad con las que la propaganda occidental hace continuado ruido a través de la extraordinaria cantidad de redes de las que dispone.
En noviembre de 2021, Dimitro Yarosh, fundador del partido ultranacionalista y paramilitar Pravy Sektor (Sector Derecho), fue nombrado consejero del general Valeri Zaluzhni, jefe de las fuerzas armadas, por parte del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski. El “activista” es un veterano miembro de las redes Stay-Behind de la OTAN. En 2007, durante la segunda guerra de Chechenia, fue instruido por la CIA para coordinar células nazis e islamistas contra Rusia desde Ternopol, al oeste de Ucrania.
En 2014, Yarosh jugó un papel central en el Euromaidan, luego fue diputado y candidato a la elección presidencial, al año siguiente fue gravemente herido. Se le responsabiliza de dirigir al Batallón Azov, y a jóvenes combatientes extranjeros, en el bombardeo contra varias localidades del Dombás durante la Conferencia de Seguridad de Múnich realizada del 18 al 20 de febrero pasados. Hay reportes que afirman que entre los combatientes extranjeros que participaron en esa provocación hubo varios yihadistas traídos a Ucrania desde Siria.
Pravy Sektor es una banda armada que lucha contra los grupos del Dombás y es liderada por Dimitro Yarosh, actual líder militar ucraniano buscado por Interpol por incitar al terrorismo y actividades extremistas (Foto: Archivo)
El Batallón Azov, que ahora es un regimiento mecanizado de fuerzas especiales, entrenado y armado por Estados Unidos y la OTAN, es reconocido por su ferocidad en los ataques contra las poblaciones rusas de Ucrania y recluta neonazis de toda Europa bajo una bandera inspirada en la insignia de la División SS Das Reich, una de las 200 divisiones hitlerianas que invadieron la Unión Soviética en 1941. Está bajo las órdenes de Andrey Biletsky, su fundador ahora convertido en coronel por el régimen que gobierna desde Kiev.
Según el analista militar Manlio Dinucci, no se trata de “una unidad militar sino un movimiento ideológico y político con Biletsky en el papel de jefe carismático, sobre todo a los ojos de una organización juvenil cuyos miembros han sido educados en el odio a los rusos mediante la lectura del libro del propio Biletsky, cuyo título es muy revelador: Las palabras del Fuhrer blanco”.
La Ley Leahy ha sido ineficaz en garantizar que los neonazis del Batallón Azov no reciban entrenamiento estadounidense, así lo informó el Daily Beast en 2015. El investigador ucraniano-estadounidense Oleksiy Kuzmenko informó en septiembre pasado que miembros de un grupo informal llamado Orden Militar Centuria, vinculado al movimiento internacional Azov, se han entrenado en una institución militar respaldada por Occidente.
Miembros de Pravy Sektor están en Pávlopol, localidad de Dombás, acompañados por un centro de operaciones informativas y psicológicas y del equipo de filmación de un canal ucraniano, así lo denunció el subcomandante de la milicia de la autoproclamada República de Donetsk, Eduard Basurin.
Correas de transmisión: Paramilitarismo, yihadismo y la OTAN
Mientras los medios informan que el Pentágono ha retirado de Ucrania 160 instructores militares que estaban entrenando a las fuerzas ucranianas, exintegrantes de la CIA y exfuncionarios de Seguridad Nacional afirman que quedan consejeros y otros instructores militares pertenecientes a las Fuerzas Especiales de Estados Unidos y de otros países de la OTAN, insisten en que son quienes dirigen el ejército y la Guardia Nacional de Ucrania.
Algunos de los hechos parecen repetidos de escenas en Siria, el ministro ruso de Defensa Serguei Shoigu ha denunciado la presencia de mercenarios estadounidenses equipados con armas químicas en el Dombás para culpabilizar a la población rusa y justificar una “respuesta” de las tropas y paramilitares de Kiev, quienes superan en número a los defensores de la región.
Leonid Pásechnik, dirigente de la República Popular de Lugansk, denunció en una entrevista con Sputnik el envío de mercenarios a Ucrania que se hacen pasar por asesores de la OTAN y afirmó que hay muchos combatientes que “hablan otros idiomas, llevan el uniforme de camuflaje extranjero y se comportan de una manera bastante provocativa”.
Un reporte publicado en Yahoo! News refiere un programa que implementó Barack Obama en 2015 en el sur de Estados Unidos y se ha venido ampliando durante las presidencias de Donald Trump y Joe Biden. Contempla el entrenamiento en el uso de armas, técnicas de camuflaje, navegación terrestre, tácticas de cómo “cubrirse y moverse”, inteligencia y otras “cosas tácticas” que puedan usarse como “ofensivas si los rusos invaden Ucrania”.
Además, la compañía militar privada Blackwater (llamada Academi y luego Constellis) mercadea mercenarios con el objeto de ejecutar operaciones extralegales (torturas y asesinatos) para la CIA, el Pentágono y el Departamento de Estado. Su fundador, Erik Prince, proyectó en julio pasado crear un ejército privado en Ucrania junto a Lancaster 6, compañía británica a través de la cual ya ha enviado mercenarios a África y al Medio Oriente. Este plan suma 10 mil millones de dólares e incluye a la inteligencia ucraniana, también controlada por la CIA.
El batallón checheno, que lleva el nombre del jeque Mansour, lucha desde 2014 en el lado ucraniano en Shyrokyne, cerca de Mariúpol (Foto: Archivo)
United World International reportó que Estados Unidos tiene preparado un plan que busca provocar tensiones entre Turquía y Rusia al trasladar yihadistas y mercenarios sirios a la región de Dombás para luchar contra las fuerzas rusas y prorrusas. Según fuentes internacionales se trataría de miles de militantes de ISIS, incluidos tártaros y chechenos, que conocen bien la región. En 2020 el periódico ucraniano Zoborana publicó un artículo que aporta algunos datos:
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“Varios cientos de ex combatientes del Califato han elegido Ucrania como lugar de asentamiento. Con instituciones públicas débiles, corrupción, fronteras permeables y escaramuzas en curso, Ucrania ofrece grandes oportunidades para aquellos que quieren permanecer ocultos”.
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“Ucrania está atrayendo a los militantes que han perdido en Siria e Irak. El país es un lugar bueno y seguro para quedarse, esconderse y esperar hasta que tengan la oportunidad de regresar a su hogar en la Unión Europea o en una ex República Soviética”.
Cabe destacar que Trump declaró abiertamente que la CIA había fundado al ISIS, además que la organización incluye a militantes chechenos que sirvieron en la guerra de Georgia, luego fueron transportados desde 2011 a Siria y, según noticias filtradas, unos 300 comenzaron la lucha en la región de Dombás desde 2014.
Otros yihadistas provienen de antiguas repúblicas soviéticas y de Asia Central, entre ellos unos 500 tártaros de Crimea, militantes de la organización terrorista Hizb ut-Tahrir que operan desde antes del Euromaidan, y otros del separatista Emirato del Cáucaso checheno a los que Yarosh habría pedido en 2014 que unieran fuerzas contra Rusia.
La paramilitarización de la guerra mediante mercenarios ha servido a Estados Unidos para regionalizar los conflictos y hacer más difuso el abordaje de sus consecuencias. En la misma línea, el parlamento ucraniano acaba de aprobar un proyecto de ley sobre “el derecho a la autodefensa” y “el derecho a portar armas de fuego” para la población civil, donde se cuelan todo el corretaje de armas y grupos extremistas entrenados en la región y asimismo traídos desde otras latitudes.
La paramilitarización de la guerra mediante mercenarios extremistas ha servido a Estados Unidos para regionalizar los conflictos y hacer más difuso el abordaje de sus consecuencias (Foto: Archivo)
El ucraniano es un Estado en proceso acelerado de descomposición a manos de una élite oligofrénica que ahonda en la criminalidad para sostener una tensión geopolítica alentada por Estados Unidos y sus aliados. Entretanto Europa asiste a una función en la que el nazismo, que la destruyó, es lo que debe defender.