La burguesía criolla en Latinoamérica y el Caribe impulsó primero el llamado desarrollismo y luego optó por el modelo neoliberal, ahora en profunda crisis. El desarrollismo produjo una limitada industrialización impulsando la producción local y limitada de los artículos de consumo que antes se importaban de las metrópolis y a procesos intensos de extensión de formas modernas de capitalismo a las zonas rurales generando un cambio substancial en la ubicación de la población, al punto que hoy en día, básicamente, estos países se caracterizan por un elevado asentamiento urbano en contraste con la vieja imagen de ruralidad de antaño.
Pero la producción local de medios de consumo no se extendió al reto de elaborar también medios de producción, los cuales se siguieron importando de las metrópolis. La relación tradicional de estos países con las metrópolis del sistema, de naturaleza casi neocolonial, experimentó cambios importantes pero en el fondo mantuvo las formas de la dependencia que hacen de estos países economías subsidiarias, complementarias menores y hasta prescindibles de las economías metropolitanas del sistema mundial. El grado de esta iniciativa desarrollista fue, naturalmente, bastante desigual de país a país y su éxito tiene mucho que ver con el nivel de bienestar alcanzado en cada uno de ellos; y por supuesto, depende mucho del tipo de burguesía que ha estado al frente de estos proyectos de desarrollo.
El modelo actual, neoliberal, echó por tierra estos proyectos y en muchos aspectos retrocedió a las formas tradicionales de dependencia, al punto que en tantos aspectos (guardando las proporciones) se ha repetido la relación neocolonial de antaño. Ya es normal registrar que en estos países se incrementa la importación masiva de productos de consumo en detrimento de la producción local, se renuncia abiertamente a cualquier proyecto de desarrollo propio y se apuesta por una inserción en el mercado mundial sin considerar sus impactos negativos en el tejido económico local. La región ha experimentado entonces agudos procesos de desindustrialización, priorizando la exportación de alimentos y materias primas (el llamado “extractivismo”) y de expulsión al extranjero de buena parte de la mano de obra excedente que estos procesos generan. La exportación masiva de alimentos y materias primas (metales, petróleo, etc.) no solo deja sin atender necesidades locales sino que quita a estos países recursos (materiales y humanos) que cualquier gobierno que tenga en mente proyectos de desarrollo nacional intentaría retener para el propio progreso. Se producen situaciones ciertamente insólitas pero muy explicables por la aplicación del modelo neoliberal: algunos de estos países exportan petróleo (por ejemplo) a naciones metropolitanas ricas en este producto (Estados Unidos, sin ir más lejos), los que a su vez reservan sus existencias propias para asegurarse abastecimientos futuros en un mercado tan volátil y sobre todo condenado a un inevitable agotamiento. Y lo que vale para el petróleo se puede aplicar a muchas otras de las exportaciones de la región. No menos dramático es la masiva exportación de alimentos (trigo, por ejemplo) cuando importantes porcentajes de su propia población no tienen acceso a una alimentación básica.
Aunque no es el único factor, el tipo de tejido económico que se impulse tiene un papel decisivo en la definición de la cuestión nacional. En las condiciones actuales se trata sin duda de recuperar de inmediato las formas más beneficiosas del desarrollismo, entre otros motivos porque un impulso local a un nuevo industrialismo es la única alternativa para superar el enorme nivel de desempleo de la región, alimentar el comercio y los servicios locales (grandes demandantes de mano de obra) como primer paso para solucionar la cuestión urbana, que en casi todos estos países ya representa un porcentaje mayoritario de su población. Pero retomar en lo posible los planes del desarrollismo solo debe entenderse como un primer paso hacia objetivos más ambiciosos sin los cuales la cuestión nacional permanece sin resolver. No se trata entonces simplemente de volver a la producción local de medio de consumo –por necesaria y urgente que sea- como se hizo antaño en el modelo desarrollista; se trata también y fundamentalmente, de apostar por la elaboración de medios de producción, tal como han hecho algunas naciones –Finlandia, Noruega y otras del norte de Europa, o Corea del Sur- o lo hacen en la actualidad otras de diferente orientación ideológica como Viet Nam; o como lo hizo China Popular, en su momento.
La elaboración de medio de consumo y de producción se debe realizar conjuntamente y en la medida que los permitan las condiciones concretas, es decir, existencia de recursos materiales y humanos, prioridades que imponga la realidad, nivel de compromiso de las mayorías sociales con el proyecto, y por supuesto, la solidez del Estado nacional y la claridad de objetivos de sus políticos. Limitarse a la producción local de medio de consumo –tal como hizo en su momento el desarrollismo- renunciando a la elaboración de medio de producción, aunque sea una avance evidente respecto al modelo neoliberal vigente condena a estos países a mantener la actual relación con el mercado mundial, una relación que solo beneficia a las naciones metropolitanas del sistema mundial. Los desafíos que supone esta decisión estratégica para afrontar la cuestión nacional desde una perspectiva diferente no son pocos ni fáciles de resolver. En efecto, hay que asegurar la producción local de medios de consumo, de forma urgente e inmediata para lo cual un necesario proteccionismo se impone como tarea (el mismo que practican las economías metropolitanas); es indispensable reservar para el consumo local productos que aseguren el propio desarrollo e impedir que el personal cualificado –que han formado estos países- vaya a los mercados centrales como mano de obra barata; hay que asegurar la soberanía en alimentos tal como hacen los países ricos aunque los productos protegidos resulten relativamente más costosos; hay que empezar por modificar paulatinamente el consumo nacional dando prioridad a lo más necesario; hay que ganar para este proyecto nacionalista al menos a un sector de los empresarios nacionales (sobre todo medios y pequeños) a los cuales un proteccionismo adecuadamente aplicado les favorece. Y hay que contar con la oposición cerrada –y en no pocas ocasiones violenta- de las minorías sociales que hoy por hoy se benefician con el actual modelo neoliberal –o sea, la clase dominante criolla y sus aliados, nacionales y extranjeros-. Debe destacarse el rol decisivo de la educación y de la ciencia como elementos indispensables para hacer realidad un proyecto nacional con perspectivas.
Un Estado fuerte y moderno y una población sana y debidamente cualificada son entonces factores indispensables en un proyecto de verdadero desarrollo nacional que permita salir del atraso, la dependencia actual y las enormes limitaciones que estos países tienen para ingresar en la modernidad. Solo entonces se puede hablar de soberanía nacional verdadera, de capacidad efectiva para determinar su futuro, de forma que se garanticen los intereses mayoritarios de la población.