La lucha social y política de la izquierda Latinoamericana y caribeña tiene escenarios mucho más amplios pero sin duda el objetivo por alcanzar el control del Estado es uno de los principales, al menos como condición para avances posteriores. Esa lucha parece estar sometidas a vaivenes que cambian la correlación de fuerzas cada cierto tiempo. En la actualidad se registra un cierto avance de la izquierda y de fuerzas progresistas en países como México, Honduras, Nicaragua, Venezuela, Perú y Argentina, y es probable que esta tendencia se consolide si en Brasil Lula gana las próximas elecciones y en Chile consigue imponerse el candidato del progresismo en las elecciones prontas a celebrarse. Según claras tendencias y si no se producen acontecimientos inesperados, también en Colombia el candidato del centro-izquierda, Petro, aparece como claro posible vencedor el año que viene.
Lo más destacable de este panorama político es que la izquierda, cuando gobierna, no consigue estabilizar sus reformas de manera que el cambio se convierta en una realidad duradera y las viejas estructuras del atraso material y sobre todo de la profunda desigualdad social sean superadas, ya sea manteniendo el capitalismo o emprendiendo la dura aventura de un modelo socialista criollo. En algunos casos, quienes asumen el gobierno sí se proponen abiertamente esa meta de superar el orden social actual apostando por otro esencialmente diferente; pero en la mayoría de los casos el objetivo de la izquierda en el gobierno se contenta con corregir al menos las formas más duras del actual modelo neoliberal, sin que resulte suficientemente diáfano qué tipo de capitalismo permite las reformas – muchas de ellas estructurales- sin afectar su propia naturaleza. Y mucho más importante que esto, ni la izquierda ni las tendencias del centro proponen explícitamente como objetivo cambiar radicalmente la forma como estos países se integran en el escenario mundial, tanto por su papel como economías de complemento menor y prescindible de las economías centrales del sistema, como en las relaciones de orden político que vinculan a estos países con las potencias occidentales, en particular con Estados Unidos. Esto es así, tanto en quienes se proponen construir algún tipo de socialismo como quienes se contentan simplemente con salir del atolladero evidente que representa el modelo neoliberal actual.
La izquierda y las fuerzas progresistas en general sintetizan bien los reclamos muy amplios de las mayorías sociales; sin embargo, esas mayorías que son tan claras en las movilizaciones y protestas ciudadanas no alcanzan el nivel de organización necesario ni armonizan sus reclamos, en parte producto de su enorme dispersión; la izquierda tradicional no parece aún capaz de superar un discurso ligado de tantas formas al socialismo del siglo anterior (en todas sus tendencias) ni encuentran las formulaciones adecuadas a los tiempos que corren; por su parte las nuevas formas de la protesta social tampoco consiguen vincular sus reivindicaciones particulares con las del conjunto de la sociedad. A una parte nada desdeñable de los sectores sociales descontentos les afecta una profunda desconfianza en las instituciones y en la política en general. En Colombia, por ejemplo, el abstencionismo es igual o superior a la mitad del censo electoral de forma permanente, al menos en el último medio siglo; el fenómeno se repite también aunque en menores proporciones en otros países del área en los cuales la movilización social es amplia pero no está acompañada de una participación electoral similar, debilitando a la izquierda y dejando las instituciones a merced de la derecha. Resultan evidentes las ventajas para la derecha si a la división tradicional de los partidos de la izquierda se agrega la dispersión de las organizaciones sociales y la creciente abstención electoral de los sectores populares.
La derecha cuenta en su favor sobre todo con las debilidades de la izquierda. Su actual modelo de dominación hace aguas por todas partes de suerte que sus ideólogos se debaten entre profundizar el neoliberalismo (la derecha extrema) o buscar alguna fórmula que permita al menos aliviar el impacto de la crisis (agravado por la pandemia) sobre las mayorías sociales, y confiar en algunos cambios de igual orientación en sus apoyos estadounidenses y europeos. Pero sobre todo, la derecha cuenta con armas claves: que garantizan su dominación: el control hegemónico de los resortes principales de la economía, el monopolio de los medios masivos de comunicación – decisivos para la manipulación de la opinión pública-, el atraso políticos de ciertos sectores populares que le resultan afines, y por supuesto, disfrutan del seguro apoyo de los cuarteles que, en última instancia, hacen uso de las armas para someter la voluntad ciudadana. Por eso mismo para la izquierda y el progresismo debe ser un objetivo estratégico avanzar todo lo que sea factible en el fortalecimiento del sector público de la economía (control legal del mercado y presencia efectiva en los sectores esenciales), neutralizar la propaganda de la derecha intensificando el contacto directo con los sectores sociales y haciendo presencia permanente en ellos (sindicatos, asociaciones, grupos comunales diversos, etc.) y, por supuesto, sin olvidar la necesaria tarea de llevar a las filas de militares y policías –casi todos de extracción popular- el mensaje de la necesidad del cambio y conseguir neutralizar a los sectores más reacios que encarnan las formas más falsas del patriotismo.
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Se consiguió cambiar radicalmente a las fuerzas armadas en Venezuela convirtiéndolas en aliadas del proceso; y no parece un caso excepcional. No sería la primera vez en este continente que algunos generales han encabezado procesos de transformación de carácter progresista. Siempre aparece en escena, cuando nadie lo esperaba, un general como Velasco Alvarado en Perú o un Jacobo Árbenz, otro militar patriótico que dirigió desde la presidencia de Guatemala la resistencia nacional contra la agresión extranjera cuando su gobierno popular intentó la reforma agraria, afectando las tierras de la “mamitayunai”[1], la misma (que con nuevo nombre) arma, financia y utiliza a los paramilitares en Colombia para exterminar al sindicalismo y a la izquierda. La correlación de fuerzas se puede cambiar en favor de la izquierda y del progresismo si se consigue dar forma operativa a ese gran movimiento de descontento social que existe en todo el continente, llevándolo a las urnas para derrotar a la derecha y conquistar el gobierno –como paso inicial-, desde el cual avanzar hacia objetivos mayores, no solo en lo local sino en la meta más compleja pero esencial de superar el actual tipo de inserción de sus economías en el mercado mundial como simples proveedoras de materias primas, mercancías de escaso valor agregado y mano de obra barata para las metrópolis. Desde el gobierno, la estabilidad del proyecto depende sin duda de asegurar el funcionamiento de la economía dando fin a la hegemonía del mercado, ganar la batalla ideológica, contribuir a la organización popular y neutralizar, y mejor aún, conquistar para la causa nacionalista a los cuarteles.
N de la E:
[1]Mamita Yunai es la primera novela escrita por el letrista y dirigente político costarricense Carlos Luis Fallas (Calufa), publicada por primera vez en 1941. La novela fue escrita por Fallas gracias a las injusticias sociales vividas por él cuando laboró bajo la sombra de la United Fruit Company, transnacional usamericana que se asentó en la provincia de Limón. Generalmente considerada como la obra más trascendental dentro de la obra literaria del autor y de la literatura costarricense, cuenta con un considerable número de reediciones en varios idiomas hasta el momento: italiano, francés, ruso, polaco, alemán, checo, eslovaco, rumano, búlgaro, húngaro entre otros. Mayor información
la “mamitayunai” es el apodo irónico con el que los trabajadores de habla hispana se referían a la empresa que los empleaba y que dominaba la industria bananera: La United Fruit Company. Yunai era lo más parecido a decir « unida », y consideraban a la empresa estadounidense como una madre malvada, que al parecer lo era. Un título acertado.
Juan Diego García para La Pluma, 13 de diciembre de 2021
Editado por María Piedad Ossaba
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