Manoseado concepto que puesto a preservar fama y virtud más allá de su entierro evitando poner en evidencia su graciosa majestad, acostumbra a prescindir alegremente de la sangre y la memoria para no ser cuestionada. En su nombre se han cometido los desatinos más hirientes y callado las más infames ignominias. Solo así se explica que la historia se nos haya ido llenando de objetivos tiranos de ecuánimes procedimientos que nos legaron equitativos cadáveres de neutrales responsos.
La objetividad, como otros honorables conceptos, hace tiempo que fue secuestrada por quienes se erigen en pública opinión y dilucidan, siempre objetivamente, sus comedidos juicios y pareceres, para que cuanto más ecuánimes resulten sus ponderadas opiniones, tanto más se les recompensen los dislates y se les dispensen cámaras, titulares y micrófonos.
Sirve la objetividad como coartada para ocultar crímenes y exculpar atropellos, para festejar vilezas y denigrar decoros.
No hay implicado que no apele a la objetividad como disculpa, ni defensa que no se ponga a buen recaudo en el beneficio de la objetividad.
Porque los talantes llamados objetivos carecen de sangre y de memoria nunca corren el riesgo de que los desarme su incoherencia; tampoco de dejar al descubierto sus cuentas y sus cuentos cuando los delate su palabra o su silencio.
(Preso politikoak aske)
Koldo Campos Sagaseta, Columna Cronopiando para La Pluma, 1de noviembre de 2021
Editado por María Piedad Ossaba