Elecciones y cambios en América Latina

Agudos acontecimientos se están produciendo en el continente americano; las próximas elecciones son solo una batalla en la dura guerra por la democracia.

Las elecciones de este fin de semana en Ecuador y Perú y la próxima aprobación de una nueva constitución en Chile son parte de un proceso de cambios en la correlación de fuerzas entre derecha e izquierda en el continente. No menos destacados son los escenarios de Brasil con el renacer de Lula y la posible derrota de la extrema derecha en las elecciones presidenciales en Colombia en 2022. Los gobiernos progresistas del área se mantienen y nada indica que vayan a perder el poder, a no ser que Estados Unidos, en un acto desesperado, ante el fracaso de sus iniciativas, decida hacer uso de alguna forma de golpe o intervención militar directa. No parece fácil pero no debería descartarse.

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El caso de Venezuela es muy aleccionador: a pesar de haber utilizado todos los medios –incluido el terrorismo contra Caracas- Washington fracasa en su empeño de tumbar a Maduro. En realidad, solo le queda la alternativa de invadir directamente o a través de un tercero (Colombia, por ejemplo), una intervención que seguramente no derrocaría al gobierno pero si podría dejar destruido el país, al modo como se han llevado esas intervenciones en Siria o Libia, Afganistán o Irák. Pero probablemente el caso más destacado del fracaso de estos intentos imperialistas para someter a un país sea el de Cuba; si bien ya no hay Campo Socialista que apoye, el cambio substancial en el panorama mundial ofrece espacios suficientes para resistir buscando alianzas nuevas. El llamado “patio trasero” de los Estados Unidos en el continente americano ya no es terreno fácil para hacer imposiciones.

En el debate actual podría afirmarse que dos son las estrategias más claras que predominan entre la izquierda y su ponente, la burguesía criolla y sus grupos afines. La clase dominante tradicional busca fórmulas que le permitan mantener el modelo neoliberal, sin grandes cambios, pero con la finalidad de aliviar las actuales tensiones sociales y políticas que en algunos casos están llegando a niveles de peligro para el sistema de dominación. Tal es el caso, por ejemplo de las revueltas populares en Chile, que también se producen aunque de forma y grado diferentes en no pocos países de la región. En Colombia, a pesar de la extrema violencia aplicada por el sistema para liquidar toda oposición social y política, la situación se ha convertido en una especie de bomba de tiempo de imprevisibles consecuencias, dado el rol que este país juega en la estrategia estadounidense en la región.

La derecha puede ensayar algunas medidas de reforma para gestionar la actual crisis; un escenario que no debería descartarse. Impulsar ciertos cambios sin mayores riesgos para el sistema depende de la propia flexibilidad que el capitalismo ha demostrado en tantas ocasiones; pero también es posible si no varía substancialmente una correlación de fuerzas que de forma tradicional da ventajas a la derecha. El poder efectivo de las oligarquías es muy considerable aunque en la coyuntura actual parece que los márgenes de acción no le son muy favorables y sus aliados externos (el capitalismo Occidental) tampoco atraviesan su mejor momento. En efecto, la crisis es mundial y las mismas metrópolis del sistema no parecen tener aún las soluciones adecuadas. En Estados Unidos, Europa y Japón, la clase dominante tiene en su favor la temporal debilidad de las fuerzas opositoras y la dispersión de las fuerzas políticas de la izquierda. Más entonces que su propio poder juega en su favor la debilidad del adversario.

En Latinoamérica y el Caribe la clase dominante criolla podría también ensayar medidas paliativas para asegurar el mantenimiento del actual modelo pero enfrentando ahora un creciente movimiento social y político de dura oposición al neoliberalismo. De todas formas la oposición tendría que mejorar notoriamente su grado de organización y avanzar en la necesaria unidad política. Hay que considerar que esta oposición, en las décadas pasadas ha sufrido una represión que en tantas formas podría denominarse como fascismo criollo. Los movimientos sociales han sido duramente reprimidos al igual que los tradicionales partidos de inspiración socialista o comunista que han estado a punto de desaparecer, víctimas del terror oficial practicado por las dictaduras militares, o como en Colombia, víctimas de un programado exterminio con la ayuda y asesoría de Estados Unidos e Israel. Son pues muy difíciles las condiciones para actuar de los partidos de izquierda y de los movimientos sociales en la región. Sin embargo, resisten y se amplían, se consolidan y movilizan a los sectores populares proponiendo un proyecto nacional de emancipación efectiva y de democracia real. Sus objetivos son impulsar esa modernización y democratización que la clase dominante ni fue capaz de acometer ni estaría ahora interesada en hacerlo pues el actual orden social le resulta muy rentable. En parte, sin duda, se trataría de reformas que van asociadas al modelo tradicional del capitalismo para acceder a la modernidad, transformando el tejido económico (reforma agraria, industrialización, etc.) y asegurando el disfrute de la democracia política.

En cierto sentido sería retomar las reformas modernizadoras que aquí se aplicaron sobre todo en países como Brasil, Argentina o México, y en menor medida en otras naciones del continente. Pero en esta ocasión otras serían las clases sociales que impulsen este propósito nacional. Si antes –en el “desarrollismo” tradicional- fue un sector modernizante de la burguesía la clase que promovió las reformas, en la actualidad el agente histórico sería el ya mayoritario sector asalariado (urbano y rural), es decir, los obreros clásicos unidos a los asalariados del comercio y sobre todo de los servicios (con especial énfasis en los trabajadores del sector público), con el apoyo de la pequeña y la mediana producción, entre otros motivos porque el esquema neoliberal también los ha empobrecido, y en algunos casos –producto del moderno librecambio- les ha supuesto la ruina.

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Si este proceso consigue consolidarse mediante el desarrollo de un propósito nacional que traiga consigo la democracia efectiva, que permita entonces pasar plenamente a la modernidad, no sería por supuesto para fomentar simplemente las formas clásicas del capitalismo sino, por el contrario, para emprender un camino novedoso, bajo la hegemonía de las mayorías sociales que podrán entonces decidir qué producir y como distribuir la riqueza y, en particular, qué lugar se aspira a ocupar en el panorama mundial para hacer real la soberanía de sus países. Impulsar entonces determinadas e indispensables formas de capitalismo, asegurando siempre la hegemonía de un sector público en manos de las fuerzas populares, no se propone como bandera de lucha para salvar el sistema, para hacerle a la burguesía las tareas que ella fue incapaz de realizar. No es pequeño el reto de la izquierda ni de los movimientos populares si es que de verdad su propósito es salir del actual capitalismo para avanzar hacia un orden social esencialmente nuevo. Agudos acontecimientos se están produciendo en el continente americano; las próximas elecciones son solo una batalla en la dura guerra por la democracia.

Juan Diego García para La Pluma, 10 de abril de 2021

Editado por María Piedad Ossaba

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