Conmoción interior a propósito del vil asesinato de Campo Elías Galindo

Hace apenas una semana Campo Elías todavía estaba vivo (Esta nota se escribe el 4 de octubre). Habíamos estado en contacto con él para que escribiera una nota en esta edición referente al escándalo de Hidroituango y su pleito con EPM en el que hay enredados más de nueve billones de pesos. Campo Elías era el hombre indicado para este tipo de trabajo, por su dedicación, su rigor investigativo y su sobriedad académica. De hecho, hacía pocos días había publicado en su blog uno de los textos más reveladores sobre la historia reciente de EPM, el preciado patrimonio de los antioqueños que desde hace años controla a su antojo El Grupo Empresarial Antioqueño- GEA quien, junto con el uribismo, pone y quita alcaldes en Medellín. En dicho artículo, Campo Elías dejaba al descubierto las relaciones espurias entre el sector público y el sector privado, que habían convertido a EPM en una empresa de bolsillo del GEA.

A principios de semana lo buscamos para indagar por los avances en el artículo solicitado y para revisar los últimos detalles. Pero no contestaba el teléfono y nadie de sus cercanos nos daba razón de él. El jueves 1 de octubre, su hija, preocupada ya por la falta de repuesta de su padre, fue a buscarlo en el apartamento y lo encontró tendido en el piso, en medio de un charco de sangre seco ya; su cuerpo había sido cosido a puñaladas y tenía señales de tortura.

La noticia de su muerte nos golpeó a mansalva. Nadie se la esperaba y todavía no nos cabe en la cabeza. Uno siempre piensa que la gente buena no puede morir de esa manera, que en realidad no tiene enemigos y que está destinada a una vida larga, creativa y satisfactoria, rodeada de todos los afectos que ha cultivado. Campo Elías era un hombre de ideas claras y dispuesto al debate, pero siempre sereno, sin imposturas y sin agraviar a sus contrincantes. La sobriedad de su pluma era envidiable y sus argumentos siempre estaban sustentados en una gran observación, mucho trabajo investigativo y experiencia y, sobre todo, mucha sensibilidad. Con todo y eso, sus argumentos siempre se abrían al debate sin la pretensión de imponerse, nada en Campo Elías delataba ambición de poder y por eso, a pesar de participar en muchos espacios políticos, con todo y su capacidad y su experiencia en la militancia, siempre mantuvo un perfil bajo.

Pero la fuerza de sus argumentos era siempre contundente y su capacidad de poner el dedo en la llaga impecable. Eso no podía pasar desapercibida para la derecha y los corruptos en general o los que denunciaba en sus escritos. Ser bueno en este país no es garantía de una vida larga y tranquila, sino todo lo contrario. Ser bueno académica y políticamente es peligroso para la mediocridad que se ha instalado en las instituciones y en las élites política y económicas, y ser bueno en el sentido ético es todavía más peligroso para esta sociedad corrompida hasta el tuétano, con una élite política que ha amasado su poder históricamente a través del crimen, la corrupción, el asesinato y el despojo. Por eso Campo Elías era peligroso, aunque no se la pasara vociferando en los medios, aunque no fuera camorrero al estilo de la política que actualmente se practica en el país. La derecha, a pesar de la torpeza que demuestra en el manejo del país, siempre tiene la capacidad de ubicar, en medio de la vocinglería que aturde, el verdadero peligro para sus intereses, a la gente buena y de calidad, y eliminarlo de raíz.

El asesinato de Campo Elías a todas luces es un asesinato político. Pero ya los medios comerciales y las autoridades han empezado a desviar la atención para que no prospere la investigación, presentando hipótesis prefabricadas a propósito del robo como móvil o que fue un crimen pasional. Es el modus operandi de la derecha, sobre todo cuando está en el poder. No puede permitirse el lujo de que los asesinatos que realizan se vinculen con el gobierno, con el aparato militar y ni siquiera con las estructuras paramilitares. Por eso los diseña de tal manera que aparecen como crímenes de la delincuencia común y hasta paga a dicha delincuencia para que los realice, de tal manera que la mayoría de las veces es imposible llegar a la verdad, más cuando la propia autoridad investigadora carece de interés para desvelarla. Pero nosotros lo sabemos y eso es suficiente.

El crimen de Campo Elías ha provocado en nosotros una verdadera conmoción interior. Pues la muerte de todo auténtico líder produce una especie de estado de orfandad en las organizaciones y comunidades donde ejerce ese liderazgo y Campo Elías ejercía dicho liderazgo en múltiples espacios, entre ellos en la Colombia Humana: era prácticamente el nervio y el corazón de dicho movimiento en Medellín. Eso nos da la idea de lo que su muerte realmente significa para el movimiento social. La élite política y económica de la ciudad también lo sabía y por eso lo mató.

Y como para que no quedaran dudas del significado y la conexión de dicho crimen con la política nacional, el mismo jueves que encontraron su cuerpo sin vida en el apartamento, decenas de municipios y ciudades del país, sobre todo de Antioquia, amanecieron pintados por las autodefensas que anunciaban una nueva cruzada organizada contra el movimiento social y popular y contra la protesta. Todo ello ante la indiferencia del gobierno y demás instancias del poder político. O mejor, ante el oportunismo de un gobierno que ha dejado crecer hasta límites indecibles la violencia contra el pueblo, mientras amenaza con decretar el Estado de Conmoción Interior, mediante el cual su autoritarismo antipopular pretenderá mantener a raya la protesta social que crece con su impopularidad y su avanzada neoliberal. Contra ese Estado de Conmoción Interior debemos rebelarnos para evitar que el gobierno utilice a nuestros muertos como excusa para seguirnos matando.

Rubén Darío Zapata para La Pluma

Editado por María Piedad Ossaba

Fuente: El Colectivo

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