El 1º de abril de 2018 decenas de miles de costarricenses salieron a las calles a celebrar. En medio de un ambiente de fuerte polarización en un país que hasta hace solo unos años era considerado como un oasis de estabilidad y de solidez institucional en la región centroamericana, el candidato Carlos Alvarado del Partido Acción Ciudadana (PAC) había derrotado en la segunda ronda al candidato Fabricio Alvarado del Partido Restauración Nacional (PRN), un partido religioso conservador de tendencia neopentecostal cuya campaña se había centrado en el rechazo a la legalización del matrimonio igualitario, a la despenalización del aborto, a los programas de educación sexual en las escuelas y en general a lo que ellos denominaban “ideología de género”. Aunque el crecimiento de los partidos políticos neopentecostales ha sido un fenómeno que se manifestado por toda Latinoamérica, el caso costarricense sorprendió a muchos por su rapidez e intensidad, hasta tal punto que algunos analistas se refirieron a éste como un “shock religioso”.
Dos años y medio después, el panorama es muy diferente: el apoyo al presidente Alvarado se ha desplomado como consecuencia de una crisis económica desencadenada, o más bien agravada, por los devastadores efectos de la pandemia global de Covid-19. Es importante subrayar que antes de la pandemia la situación de la economía costarricense ya de por sí era bastante precaria. El anterior gobierno de Luis Guillermo Solís, también del PAC, le había heredado al gobierno de Alvarado una economía en condiciones nada halagüeñas: un déficit fiscal de más del 7% del PIB, un índice de desempleo de dos dígitos y un crecimiento estancado. Con la finalidad de reducir el cada vez más insostenible déficit, durante su primer año Alvarado se empeñó en lograr la aprobación de una impopular Reforma Fiscal que pretendía aumentar la recaudación tributaria. Aunque al final ésta fue aprobada por la Asamblea Legislativa después de varios meses de discusión, numerosos sectores se manifestaron en contra de ella, entre ellos los sindicatos, las universidades estatales y los empleados públicos.
En este contexto de creciente descontento, el estallido de la pandemia del Covid-19 no podía haberse dado en un peor momento. Aunque durante los primeros meses el crecimiento de los casos y la mortalidad por Covid-19 estuvieron entre los más bajos de toda Latinoamérica y el apoyo a las restricciones y a las medidas sanitarias adoptadas por el gobierno era abrumador, seis meses después los casos siguen aumentando día a día y las acciones del gobierno de Alvarado son percibidas por la mayoría como débiles o erráticas. Peor aún, como consecuencia de la pandemia, los costarricenses se enfrentan hoy a la peor crisis económica desde 1981, un desempleo de más del 24% de la población y una contracción de la producción que, según datos oficiales del Banco Central, rondaría el 5% del PIB en el 2020.
Aunque la movilización callejera ha sido muy escasa hasta ahora, las redes sociales han sido el terreno privilegiado en el que se ha manifestado la mayor parte de ese descontento. Un fenómeno bastante preocupante es el creciente apoyo que tienen agrupaciones que abiertamente niegan la existencia de la pandemia, de grupos antivacunas e incluso de seguidores de la delirante teoría conspirativa de extrema derecha Qanon.
Gracias a su relativa condición privilegiada, durante los años 80 del siglo pasado Costa Rica logró escapar a los horrores del conflicto centroamericano que causó cientos de miles de muertes y devastó a sus vecinos de Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Hoy en día, la inexistencia de un ejército permanente, abolido tras la guerra civil de 1948, prácticamente imposibilita que se dé un escenario de golpe de Estado como el que derrocó al presidente hondureño Manuel Zelaya en 2009. Sin embargo, la profundización de la crisis económica provocaría un empeoramiento de los antagonismos políticos y un incremento de la inestabilidad, el caos y la ingobernabilidad. Ante este panorama, solo logrando un amplio acuerdo político se evitaría una catástrofe inminente. ¿Podrá salir Costa Rica bien librada en esta ocasión?
Jerry Espinoza Rivera para La Pluma, 29 de agosto de 2020
Editado por María Piedad Ossaba