Neolengua y la “vieja esta”

La neolengua no solo inhabilita formas del pensamiento, niega la gramática, es reduccionista, sino que es despectiva frente a la oposición y la crítica al poder. Así que los discursos del contradictor no valen nada, y mucho menos si los pronuncia alguien como “la vieja esta”.

El empobrecimiento de la lengua también es una táctica del poder. Hay que ir vaciando de contenido los vocablos, reducirlos solo a un fonema sin significados. Disecándolos. Así es más fácil que pegue, como pegó en sus días, en la macabra idea de “macartizar” al opositor —cuando no borrarlo de modos más físicos, digamos con motosierras o “vaporizándolos”, como se lee en la orwelliana novela 1984—, decir, por ejemplo, aquel es “un guerrillero de civil”, es un “comunista disfrazado”. Son métodos del autoritarismo. Apoderarse del lenguaje, para embalsamarlo.

El totalitarismo no solo niega las libertades, suprime derechos, atenta contra las conquistas de los trabajadores, sino, de paso, puede cambiar los significados de ciertos términos. Así opera la neolengua. Fragmenta el idioma. Lo despoja de su capacidad para construir, imaginar, subvertir, cuestionar, y le da un solo sentido: el de la adoración y tributo al poder. Nada de memorias. Nada de sugerir, por ejemplo, mecanismos que conduzcan a la desobediencia.

http://tlaxcala-int.org/upload/gal_22946.jpg

Y si aún en la lengua que ha deteriorado el poder en Colombia todavía no se trata de una dictadura, sí es por lo menos una manifestación de la antidemocracia. Vamos al grano. En el actual gobierno, una de las tácticas más o menos visibles, ha sido la de borrar o adulterar memoria, de hacer caso omiso a las expresiones de descontento de los desharrapados para minimizarlos. Se puede recordar al fallido ministro de Defensa Guillermo Botero y sus “alambres de ropa”, su posición de “regular” la protesta, su olimpismo para decir que un desmovilizado de las Farc no fue asesinado por militares, sino que resultó muerto en un “forcejeo”.

Y esto sin contar el ocultamiento de los niños muertos en un bombardeo del ejército en el Caquetá. El “collar de perlas” del exministro es como para ponérselo en varias vueltas. Y ni hablar de las trastadas de la vicepresidenta, la misma que, en estos días, pasó sin revisar la grabación donde su “superior”, después de pronunciar un discurso desfondado, se refirió a la vocera de la oposición, Aída Avella, como “la vieja esta”.

Misiá Marta Ramírez Blanco (varias señoras, de las de antes, siguen preguntado ¿de los Blanco de dónde?), a quien le parece que en Colombia hay muchas psicólogas y sociólogas y que ha dicho, sin sonrojos, que los pobres de Colombia son muy atenidos. A otra funcionaria, que también ha ido tejiendo la neolengua oficial, le exministra de Trabajo y actual titular del Interior, Alicia Arango, tuvo en la mira del menosprecio a los ingenieros de sistemas, que solo se requieren, según ella, por dos horitas.

Esa tendencia oficial de negar los auténticos significados, por ejemplo, de lo que es un “líder social”, se ha venido imponiendo. A algún funcionario le parecía que los asesinatos de estas personas eran por “líos de faldas”, y a otro, de más alto rango, le dio por señalar que dichos crímenes no correspondían a una sistematización. Los famosos “casos aislados”. Y esto sin dársele nada a la doña Arango, ya mencionada, cuando muy sí señora, con su floja bocaza, vomitó aquello de “aquí mueren más personas por robo de celulares que por ser defensores de derechos humanos”.

Es la minimización de lo popular. El desprecio y la humillación hacia lo que huela a necesitados, a perseguidos, a desplazados. Es la negación de la historia, como pasó con la doña que dijo que la masacre de las bananeras fue una invención de narradores, una ficción de realismo mágico. Es como una conjura contra los desposeídos, a los que hay, amén de maltratar y reprimir, de mandarles el Esmad o desalojarlos, tratarlos como parásitos. Es indicar (sí, con un índice policíaco) que quienes protestan son vagos.

Duque, el mismo que dijo que “a la dictadura de Venezuela le quedan pocas horas” y que presentó a la ONU “pruebas fehacientes” del apoyo de esa “dictadura” a terroristas colombianos, y que, como se recuerda, resultaros falsas, sí que es el propalador de esa materia viciada, de esa subdesarrollada “neolengua” a la criolla. Con sus siete enanitos, su hallazgo de que las notas musicales son siete, sus pendejadas y poses de figurín, con su economía naranja que niega el arte y lo reduce a compraventa y farándula, el mandatario (también está palabra está envilecida) no deja de ser una pieza de guiñol, un fantoche sin gracia.

En esa empobrecida neolengua, que está conectada con la vulgaridad de una decadente lumpen-burguesía, es factible intentar enmascaramientos con las palabras. “¿De qué me hablas, viejo?”, fue la “salida” de Duque cuando le preguntaron sobre el bombardeo que propició la moción de censura contra el Mindefensa Botero.

La neolengua no solo inhabilita formas del pensamiento, niega la gramática, es reduccionista, sino que es despectiva frente a la oposición y la crítica al poder. Así que los discursos del contradictor no valen nada, y mucho menos si los pronuncia alguien como “la vieja esta”.

Reinaldo Spitaletta para la Pluma, 28 de julio de 2020

Editado por Fausto Giudice Фаусто Джудиче فاوستو جيوديشي

Traductions disponibles : English