Durante las últimas semanas se ha ido sembrando la idea de que el mundo avanza inexorablemente a una nueva guerra fría, esta vez entre Estados Unidos y China. La idea debería ser causa de investigación y estudio, dadas las implicaciones que ello tendría para el sistema internacional. En mi caso será motivo de un próximo artículo en días venideros.
Ahora, quería hacer notar los niveles de paroxismo que permean al gobierno estadounidense en su afán de confrontar a China. Así, el secretario de Estado Mike Pompeo instó a las naciones de todo el mundo a rechazar al Partido Comunista de China y crear una coalición para que asuma tal responsabilidad. Llama la atención que la mayor potencia mundial esté pidiendo ayuda para hacer frente a lo que considera su principal amenaza en el plano estratégico. Lejos de ser expresión de fuerza, las declaraciones de Pompeo reflejan debilidad.
A pesar que Estados Unidos ha tenido un sostenido crecimiento de su gasto militar desde finales del siglo pasado -con un breve intento de disminución durante el gobierno de Obama- la situación de sus fuerzas armadas parecen no estar en un buen momento para confrontar a China, mucho menos si ésta constituye una alianza con Rusia cuyo poder militar supera a Estados Unidos en varias áreas.
Desde septiembre del año pasado se ha estado filtrando información que da cuenta de un deplorable estado de los componentes de las fuerzas armadas estadounidenses además de un acentuado deterioro moral de sus soldados.
Una primera alerta en la flota de portaviones de Estados Unidos fue dada por el Harry S. Truman, que no pudo navegar debido a un fallo en su sistema de distribución eléctrica, que lo obligó a permanecer en puerto. Otro desastre ocurrió en el Gerald R. Ford, del cual se dice que es el más avanzado y costoso de la Marina de Estados Unidos. Este navío que fue construido a un costo de 13 mil millones de dólares, fue botado el 9 de noviembre de 2013, teniendo prevista su incorporación formal a la Amada para ese año, pero no fue hasta 2017 que pudo concretarse su disponibilidad operativa. Una de sus características más importante que lo hace diferente a sus pares son los elevadores electromagnéticos de armas avanzadas (AWE), que sirven para subir las bombas, misiles y otras municiones hasta los hangares donde están las aeronaves. Pero a mediados del año pasado en el Gerald R. Ford solo funcionaban 2 de sus 11 elevadores de armas, según informó los primeros días de octubre el Instituto Naval de Estados Unidos. Ahora, se supone, que el barco estará en pleno funcionamiento en 2024 cuando el fabricante se comprometió a que los ascensores estarías totalmente operativos para 2018.
En ese mismo mes de septiembre se produjo el colosal fallo de los sistemas de defensa antiaérea Patriot y Aegis de fabricación estadounidense que no pudieron repeler los ataques lanzados el 14 de septiembre del año pasado contra dos refinerías de Arabia Saudí, porque no cumplen con las características declaradas que dicen tener según fuentes militares de Rusia e Israel. Por su parte, el general Joseph Dunford, jefe del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos insultando los conocimientos mínimos en materia militar que puede tener cualquier especialista afirmó que “Ningún sistema [de defensa antiaérea] es capaz de defenderse de una amenaza como esa”. Cabe destacar que el bombardeo fue realizado por fuerzas militares irregulares yemeníes que distan mucho de ser el aparato de guerra regular de cualquier potencia.
A mediados de ese mes, el mismo general Dunford reconoció tras la reunión del Comité Militar de la OTAN en Eslovenia que en los últimos años esa alianza ha venido perdiendo superioridad militar sobre Rusia agregando que la ventaja de ese bloque militar sobre el país euroasiático “se ha erosionado”. Según Dunford el reconocimiento de tal situación obligó a que el alto mando militar de Estados Unidos se haya propuesto desarrollar una nueva estrategia para la alianza militar que dirige Estados Unidos.
En el plano moral, la situación no es mejor. Prueba de ello es el suicidio de tres miembros de la tripulación del portaviones George H.W. Bush ocurridos durante una semana en “incidentes separados y no relacionados”, según anuncio del alto mando naval el 25 de septiembre. Los tres suicidios se suman a los dos que ya habían ocurrido en el mismo portaviones en los últimos dos años, dando cuenta de una práctica habitual entre los atribulados soldados que no entienden el supuesto rol que juegan en defensa de su país y que deben recurrir a la coacción y las drogas para sostenerse en el cumplimiento de sus misiones.
A esto se suma que muchos navíos de la flota estadounidense fueron diezmados por la epidemia de COVID 19 a partir de abril de este año sin que los servicios médicos militares hayan podido dar una respuesta efectiva a tal contingencia. Ello derivó en la cuasi rebelión que se produjo en el portaviones Teodoro Roosevelt, en el que hubo 430 infectados entre los 2.000 marinos que conforman su tripulación. El informe de tal realidad por parte del capitán Brett Crozier, comandante del navío, se filtró a la prensa produciendo la baja deshonrosa del oficial que no hizo más que decir la verdad de lo que ocurría y que se retiró del barco bajo aclamación de sus subordinados.
Como señaló en su momento el portal venezolano “Misión Verdad”, simultáneamente a este hecho también dieron positivo por coronavirus dos marineros a bordo del portaaviones Ronald Reagan, existiendo dudas de si otro portaviones, el Nimitz estuvo en la misma situación antes de desplegarse en el Pacífico, mientras que el Carl Vinson, que está en mantenimiento en una base del Pacífico de Estados Unidos, también reportó algunos casos.
Así, en algún momento de este año 4 de los 11 portaaviones nucleares de Estados Unidos estuvieron con limitada disposición combativa por la incapacidad de controlar la epidemia, situación inédita en una institución militar que se maneja bajo rígidas medidas de control y una gran disciplina.
Citando al general John Hyten, vicepresidente del Estado Mayor Conjunto de Estados Unidos, “Misión Verdad” señala que éste, afirmó que lo ocurrido en el portaviones Roosevelt no es único. Lo intenta explicar al decir que “Tenemos demasiados barcos en el mar. Tenemos demasiadas capacidades desplegadas. Hay 5.000 marineros en un portaaviones de propulsión nuclear” y advierte “Pensar que nunca volverá a suceder no es una buena forma de planificar”.
Esta incapacidad en el manejo de la epidemia configura una crisis mucho más profunda que abarca bases militares que están comprometidas con los planes estratégicos de confrontación con China y Rusia, afectando también a la industria militar estadounidense.
Según documentos obtenidos por la revista especializada Defense News, tal situación ha llevado a que el alto mando de las fuerzas armadas de Estados Unidos se propusiera reevaluar sus capacidades en la perspectiva de una confrontación militar con China. Así, la secretaría de defensa habría estado evaluando la reducción de 2 portaviones de su flotilla, la paralización de la cantidad de destructores y cruceros a cambio de agregar barcos no tripulados o con poca tripulación.
De esta manera, se estarían aceptando los planes del actual secretario de Defensa Mark Esper quien ha formulado la idea de desestimar el rol de los portaviones como elemento central de la fuerza de agresión de Estados Unidos para irlos sustituyendo por naves aéreas y marítimas no tripuladas “que pueden sacrificarse más fácilmente en un conflicto”. En esa misma lógica se está estudiando la propuesta del nuevo jefe del cuerpo de marines, general David Berger a fin de que este componente deje de ser una fuerza autónoma para subordinarse operativamente a la Armada.
Si se produjeran estas modificaciones, la Armada contaría con 9 portaviones en servicio, de los cuales 6 o 7 podrían estar disponibles simultáneamente considerando que siempre se encuentra uno en repostaje de combustible nuclear y uno o dos en el transcurso de mantenimientos imprescindibles.
Incluso, en la hipotética situación en la que Estados Unidos pudiera concentrar todos estos portaviones en los mares adyacentes a China, abandonando sus misiones en el Golfo Pérsico, el Mediterráneo y el Atlántico y además, se le agregaran las fuerzas basificadas en Guam, Japón, Corea y el resto del Pacífico, pareciera no ser suficiente para una confrontación victoriosa en una guerra contra China para la cual, el hecho bélico tendría características estrictamente defensivas.
Tomando nota de esta situación, en mayo de este año en un informe del Servicio de Investigación del Congreso de Estados Unidos (CRS, por sus siglas en inglés) se afirma que si el país no aumenta sus capacidades navales, el potencial de su Armada podría eventualmente ser alcanzado y hasta superado por el de China. El informe resalta que las fuerzas armadas chinas se han modernizado en los últimos 25 años conduciendo a un aumento sustantivo de su capacidad combativa naval, no solo en áreas adyacentes, también en zonas un poco más distantes.
Pero, no sería el único problema de Estados Unidos. Una hipotética guerra contra China, lo llevaría a debilitar sus fuerzas en otros escenarios de guerra, en particular en Asia Occidental y Europa. En la primera de ellas, el necesario abandono de sus “responsabilidades” en la región llevaría a la desaparición de Israel como fuerza que sostiene la política de Estados Unidos, incapaz de enfrentarse a una coalición militar conducida por Irán a la cual se plegarían varios países árabes y musulmanes. El cambio en la correlación militar de fuerzas en la región, conduciría a un inevitable cambio en la correlación de fuerzas políticas, incluso con el debilitamiento de los aliados árabes de Estados Unidos.
En Europa, la doctrina militar de Estados Unidos ha comenzado a cambiar, trasladando su foco desde las zonas occidentales con costas en las cercanías del Atlántico a la fronteras directa con Rusia, construyendo una gran alianza con los tres países bálticos (Letonia, Estonia y Lituania), Polonia y Ucrania, naciones ancestralmente anti rusas y, en esa medida naturales aliados de Estados Unidos en este escenario. A diferencia de otros Estados europeos, estas países que en conjunto tienen una población de casi 90 millones de habitantes, ocupan un territorio de más de un millón de km² y poseen costas en el Mar Báltico y el mar Negro, profesan un identitario odio irracional contra Rusia que los hace proclives a participar en cualquier aventura estadounidense en la región.
Ello es lo que explica el traslado de un gran contingente militar estadounidense de Alemania a Polonia, el fortalecimiento de la presencia militar de la OTAN en los países bálticos y el apoyo al golpe de Estado en Ucrania en 2014 para colocar un gobierno afín a sus intereses. Ante el menor atisbo de agresión, Rusia se defenderá, obligando a Europa a tomar posición en condiciones del abandono de las responsabilidades de Estados Unidos en la OTAN, organización que virtualmente desaparecería si la potencia norteamericana le exige a sus aliados europeos medidas agresivas contra Rusia, como respuesta a un eventual apoyo de ésta a China tras una agresión estadounidense.
Como ocurre con todos los imperios, su debilidad radica en la gran extensión de territorio que debe controlar y en el que debe actuar, solo una economía muy poderosa es capaz de soportar ese esfuerzo. La situación de la economía de Estados Unidos no le permite sostener un conflicto de dimensiones globales. El mismo sería un suicidio y el fin del imperio estadounidense. Sus estrategas tendrán que estudiar con suma atención la posibilidad de lanzarse en una aventura de este calibre, so riesgo de perder definitivamente su condición de potencia mundial. En este escenario sólo les quedaría el recurso de las armas nucleares. He ahí el peligro del momento que vivimos.
Sergio Rodriguez Gelfenstein para La Pluma, 22 de julio de 2020
Editado por María Piedad Ossaba