Los Estados Unidos fueron el gran país imperialista del siglo XX, en el sentido dado por V. I. Lenin: gigantes monopolios que gobiernan la economía, exportan capitales y se reparten el mundo. Solo que ese gigante llegó “tarde” a un mundo ya repartido entre grandes potencias europeas, de modo que su expansión no fue propiamente colonial, aunque sí “neocolonial”. Bajo la cobertura del americanismo monroista, aseguró ese imperialismo sobre América Latina, región en la cual logró dependencia económica y alineación política, contando con gobiernos afines a sus intereses o a través de la intervención directa, el derrocamiento de gobernantes y la promoción de dictaduras.
Al destaparse la guerra fría con la URSS y el bloque socialista después de la II Guerra Mundial (1939-1945), el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947) se convirtió en instrumento para incorporar el anticomunismo en las fuerzas armadas latinoamericanas, al mismo tiempo que la OEA (1948) serviría para la alineación de todas las repúblicas en el espíritu monroista e imperialista. Hay suficientes estudios sobre el tema. En todo caso, los EEUU nunca se esperaron que la Revolución Cubana (1959) abriera el camino al socialismo, de modo que, en reacción contra ella y el “peligro” que representaba, lanzaron la urgente guerra fría sobre América Latina. La comenzó Dwight D. Eisenhower (1953-1961), pero fue John F. Kennedy (1961-1963) quien la asumió en forma definitiva, patrocinó la fracasada invasión a Bahía de Cochinos (1961), pero tuvo éxito en el bloqueo continental al gobierno de Fidel Castro.
Al mismo tiempo que se extendieron de inmediato los programas de becas e instrucción “técnica” de las fuerzas armadas en la región y las acciones de la CIA se convirtieron en millonarios esfuerzos por impedir la propagación del “comunismo castrista” en el continente, JFK inauguró la primera campaña en la historia norteamericana destinada a promover el desarrollo económico, el cambio social y la democracia en América Latina: la Alianza para el Progreso (ALPRO).
El primer paso fue la conformación del equipo teórico, con la Latin American Task Force, integrada por Lincoln Gordon (economista de Harvard), Adolf Berle (asesor del antiguo New Deal), Robert Alexander (economista de Rutgers), Arthur Whitaker (historiador de Pennsylvania), Teodoro Moscoso y Arturo Morales Carrión (expertos puertoriqueños en desarrollo). Se contaba, además, con los estudios sobre el subdesarrollo y la modernización de renombrados académicos, somo Lucian Pye, Daniel Lerner, Gabriel Almond, James Coleman y, sobre todo, W.W. Rostow, cuyas “etapas del crecimiento económico” se ajustaron perfectamente al propósito de superar las “sociedades tradicionales”.
Sobre esas bases, JFK anunció el arribo de la ALPRO en su famoso discurso del 13 de marzo de 1961 en la Casa Blanca, ante el cuerpo diplomático latinoamericano. Allí convocó a un esfuerzo conjunto y planteó 10 estrategias para “transformar la década de 1960 en una década de progreso democrático” y recalcó: “Con medidas como estas, nos proponemos completar la revolución de las Américas, para construir un hemisferio donde todos los hombres puedan esperar el mismo alto nivel de vida y donde todos los hombres puedan vivir sus vidas con dignidad y libertad” ( https://bit.ly/2O6DzsE ).
Por primera vez desde los EEUU se hablaba de planificación económica desde el Estado, cambio social, industria, educación, combate al analfabetismo, adiestramiento de profesores, asistencia a universidades, promoción de la ciencia y la investigación, “modificar los arcaicos sistemas tributarios y de tenencia de tierras” (“reformas agrarias y tributarias”), integración económica, mercado de productos, “alimentos para la paz”, inversión extranjera y ayudas para el “desarrollo” (se destinarían 20 mil millones de dólares). La ALPRO inauguraba el desarrollismo como modelo para Latinoamérica ( https://bit.ly/3iOfPaT). Era un programa más amplio y ambicioso que el Plan Marshal (1948), que los EEUU dirigieron para la reconstrucción de Europa en la postguerra (destinaron 12 mil millones de dólares). Como lo resumía Kennedy, se trataba de una “revolución en libertad”, en el espíritu de Washington, Jefferson, Bolívar, San Martín y Martí, al calor de una consigna claramente anticastrista “¡Progreso Si, Tirania No!”. El 5 de agosto de 1961, en la Conferencia de Punta del Este, Uruguay, 21 repúblicas latinoamericanas aprobaron la ALPRO.
Los propósitos de la ALPRO no eran tan “nuevos” en varios países latinoamericanos. En Argentina, con Juan Domingo Perón (1946-1955); Brasil, con Getulio Vargas (1930-1945 y 1951-1954) y México, con Lázaro Cárdenas (1934-1940), se implementaron cambios de estructuras fundamentales, promoviendo la industrialización sustitutiva de importaciones, reformas agrarias y tributarias, vastos programas sociales en educación, salud, vivienda y servicios públicos. Esos “populismos” tuvieron principios nacionalistas, fuerte intervencionismo estatal, definida orientación popular y laboral, además de una clara inclinación “izquierdista”. Lograron importantes avances en el “desarrollo” ( https://bit.ly/2AEybcW). Brasil incluso contaba con aportes académicos singulares para Latinoamérica a través de investigadores como Roberto Simonsen, Ignácio Rangel, Caio Prado Júnior, Hélio Jaguaribe, Cândido Mendes y, sobre todo, Celso Furtado, uno de los más influyentes científicos sociales en toda la región. Bajo el gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-1961), quien había ofrecido “50 años de progreso en 5 años de gobierno”, Brasil impulsó un claro desarrollismo que potenció al país; un modelo que también lo mantuvo Arturo Frondizi en Argentina (1958-1962).
Cuando se lanzó la ALPRO, varios gobiernos latinoamericanos querían mantener su soberanía, no vieron mal a la Revolución Cubana ni estaban dispuestos al bloqueo que los EEUU prácticamente ordenaban en contra de la isla. En Ecuador, José María Velasco Ibarra (1960-1961) se proclamó admirador de la Revolución Cubana y su sucesor, Carlos Julio Arosemena (1961-1963) tuvo que ser forzado por los militares para romper con Cuba. En Argentina, Frondizi recibió a Fidel Castro y mantuvo conversaciones secretas con el Che Guevara, lo que extremó las reacciones militares hasta que lo derrocaron ( https://bit.ly/3f8S9LS). En Venezuela, Rómulo Betancourt (1959-1964) se anticipó con la reforma agraria y se vinculó a la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo), que era combatida por los EEUU. En México, Adolfo López Mateos (1958-1964) fue el único en abstenerse de votar contra la expulsión de Cuba de la OEA (1962). Colombia, en cambio, tenía en Alberto Lleras Camargo (1958-1962), el ideal del gobierno anticomunista y pro norteamericano.
Si bien los gobiernos aceptaron la ALPRO, no todos coincidían exactamente con las intenciones norteamericanas. De modo que tuvieron que imponerse otros mecanismos: en Brasil los militares dieron un golpe de Estado (1964), que les mantuvo en el poder hasta 1985; otro golpe militar ocurrió en Argentina (1962); y en Ecuador, la CIA logró una Junta Militar (1963-1966) macartista ( https://bit.ly/3iD0EkJ) que, sin embargo, adoptó la ALPRO, inauguró el desarrollismo, realizó la reforma agraria, fomentó la industria y promovió el despegue empresarial, gracias al decidido amparo del Estado.
Lo paradójico de nuestra historia económica es que la ALPRO, si bien fue un programa imperialista, sirvió para levantar el capitalismo en países latinoamericanos que todavía podían considerarse “precapitalistas”. Puede ser muy ilustrativo el caso de Ecuador: tenía una de las economías más “subdesarrolladas” a inicios de los sesenta; de modo que la atrasada mentalidad de las escasas elites empresariales y de los grandes terratenientes tradicionales, se levantó contra el “comunismo” de la Junta Militar desarrollista; pero, ante todo, contra la reforma agraria (1964), que puso fin al sistema hacienda. Su poder logró derrocar a ese gobierno militar pro norteamericano, tras la “guerra del arancel” (los comerciantes se negaron a pagar nuevos aranceles y decidieron no sacar las importaciones de la aduana).
La ALPRO resultaba así un programa más adelantado que esas mentalidades de las clases dominantes ecuatorianas, que también se lanzaron contra el “estatista” modelo económico de los gobiernos militares petroleros (1972-1979). Sin embargo, gracias al desarrollismo de dos décadas, Ecuador creció como nunca antes en su historia y se volvió un país “capitalista”.
Juan J. Paz-y-Miño Cepeda para La Pluma, 13 de julio de 2020
Especial para Informe Fracto
Publicado por Blog Historia y presente
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