Ernesto vuela como un Cardenal

Hoy, el pueblo sandinista recuerda la lucha de Ernesto Cardenal por ideas más comunitarias donde el bien común es el objetivo fundamental de toda acción.

En los años ochenta viví mi adolescencia en El Cementerio, parroquia Santa Rosalía de Caracas. Fue una década de liceos y universidad. Los sábados mi papá y yo visitábamos a los presos políticos en el Cuartel San Carlos. Los domingos vendía periódicos y lotería en su kiosco del Prado de María. Nunca olvidaré el concierto que organizó Alí Primera y Gloria Martín el 24 de marzo de 1981 en el Nuevo Circo de Caracas en solidaridad con el frente Farabundo Martí de El Salvador y en conmemoración del primer año del asesinato de monseñor Arnulfo Romero. Estudié del 1980 a 1982 en el Liceo Santiago Key Ayala y 1983 y 1984 en la Unidad Escolar La Gran Colombia. El resto en la Escuela de Matemática y en la Escuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela. La década de los años ochenta culminaba con el asesinato del sacerdote salvadoreño Ignacio Ellacuría el 16 de noviembre de 1989.

Ignacio Ellacuría

Entre los 13 y 23 años se viven intensamente los amores y desamores. En mi corazón y en mi conciencia guardo con sumo orgullo los años 1983 y 1984 en el palomar donde estudiábamos la única sección de Humanidades con sólo cinco varones y aquel mujerero. Era la época de las luchas estudiantiles de la mano de Argelia Cova, Rodulfo Pérez y Máximo Graterol; la bebedera de anís antes de entrar en una clase de inglés y la inmediata expulsión; las clases de política con el locutor Manuel Correa; las clases de literatura latinoamericana; los debates intensos en apoyo a los comités sin cupo; los allanamientos y perdigonazos de la Policía Metropolitana; los matinés; el juego de la botellita; jubilarnos para irnos a la playa en las mañanas o a la Cinemateca Nacional en las tardes, etc. Cuando estábamos despechados oíamos a Silvio Rodríguez, a Pablo Milanés y a Charles Aznavour en español, y solíamos recurrir a la monja mexicana Sor Juana Inés de la Cruz y a un cura nicaragüense que tenía un poema que venía como anillo al dedo: “Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido: yo porque tú eras lo que yo más amaba y tú porque yo era el que te amaba más. Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo: porque yo podré amar a otras como te amaba a ti, pero a ti no te amarán como te amaba yo”.

El 4 de marzo de 1983, ese cura que calmaba nuestros despechos como si fuese Julio Jaramillo o Javier Solís o Daniel Santos y que además era el Ministro de Cultura de Daniel Ortega fue regañado públicamente por el Papa Juan Pablo II en Managua por promover la Teología de la Liberación. El hecho ocurrió en el aeropuerto. Cuando el Papa se acercó al ministro, éste se arrodilló para besarle la mano y pedirle la bendición. El papa muy molesto le retiró la mano, no lo bendijo y con su mano derecha lo señaló amenazándolo: “¡antes tienes que reconciliarte con la iglesia!”. El pueblo lo esperaba multitudinario, pero atento. Cuando dio la misa la multitud gritaba: ¡la iglesia de los pobres, la iglesia de los pobres! El Papa, notoriamente contrariado, recordó con suma habilidad un pasaje del Evangelio según San Juan: “Cuídense de los falsos profetas, se presentan con piel de cordero, pero por dentro son lobos feroces”. El pueblo seguía exigiendo en una ensordecedora aclamación la iglesia de los pobres y el Papa, fuera de control, gritaba: “¡El Papa también quiere hablar!”. El clima era tan tenso que el cura anticomunista polaco dio un mateo y se fue al aeropuerto huyendo del pueblo sandinista. En la madrugada, Ernesto Cardenal escribió: “Es la hora del Oficio Nocturno, y la iglesia en penumbra parece que está llena de demonios”. Desde nuestra trinchera protestamos ante aquel agravio y nos solidarizamos con Ernesto Cardenal.

Oswaldo Guayasamín, Retrato de Ernesto Cardenal Martínez, 1980

Ese día muchos de nosotros del movimiento estudiantil liceísta de esa década entendimos el peso ético del padre nicaragüense porque estaba en el lado correcto de la historia junto a Camilo Torres Restrepo, Gustavo Gutiérrez Merino, el padre Juan Vives Suriá y el padre de la Vega, Francisco Wuytack. La opción por los pobres debe ser la única elección de un verdadero sacerdote, de lo contrario siempre estará a favor de los mercaderes del templo.

Una vez le pidió al “Señor, recibe a esta muchacha conocida en toda la tierra con el nombre de Marilyn Monroe aunque ése no era su verdadero nombre (pero tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar) y ahora se presenta ante ti sin ningún maquillaje, sin su Agente de Prensa, sin fotógrafos y sin firmar autógrafos, sola como un astronauta frente a la noche espacial”.

En otra oportunidad describió lo que significaba vivir la dictadura proyanqui de Anastasio Somoza: “Aquí pasaba a pie por estas calles, sin empleo ni puesto y sin un peso, sólo poetas, putas, pero recordadle cuando tengáis puentes de concreto, grandes turbinas, tractores, plateados graneros, buenos gobiernos. La guardia nacional anda buscando a un hombre. Un hombre espera esta noche llegar a la frontera. El nombre de ese hombre no se sabe. Hay muchos hombres más enterrados en una zanja. El número y el nombre de esos hombres no se saben. Ni se sabe el lugar ni el número de zanjas. La guardia nacional anda buscando a un hombre. Un hombre espera esta noche salir de Nicaragua”.

Sergio Michilini, Ernesto Cardenal, 2005, óleo sobre tela, 80×55 cm.

Hoy primero de marzo de 2020 ha partido a otro plano Ernesto Cardenal, el escritor que nació el 20 de enero de 1925 en Managua, el hombre que hizo de Solentiname en 1965 un evangelio. Gracias por La dulzura de ciertas palabras, gracias por decirle al pueblo que marxismo y cristianismo son sinónimos, gracias por los Versos a Claudia. A esta hora debe estar reunido con las monjas Maura Clark, Dorothy Kazel e Ita Ford, y la misionera laica Jean Donovan, violadas y asesinadas el 2 de diciembre de 1980, cuando recién comenzaba la Guerra Civil Salvadoreña. Sobre el mojado camino decía: Bienaventurado el hombre que Aquí pasaba a pie por estas calles Cuando los dorados corteses florecieron Detrás del Monasterio. En su viaje a la eternidad, se acordará de Ileana cuando pase por la Galaxia de Andrómeda.

Hoy, el pueblo sandinista recuerda la lucha de Ernesto Cardenal por ideas más comunitarias donde el bien común es el objetivo fundamental de toda acción.

Hoy el pueblo recuerda aquel Amanecer, en el que Ernesto Cardenal, cual gallo de pueblo, despertaba a la gente y decía: “Traigan un candil para vernos las caras. Latió un perro en un rancho y respondió el de otro rancho. Será hora de encender el fogón comadre Juana. La oscurana es más oscura, pero porque viene el día”. Ya en La Mañanita se le oyó decir: “Hermano, amaneció. Mirá. Ahora podemos ver ya el volcán Masaya y su humo saliendo del cráter, y la laguna, verde, de Masaya, más allá la laguna de Apoyo, muy azul, las sierras, y serranías de color cielo hasta la lejanía, la verdad es que nuestra tierra es de color de cielo”.

Sergio Michilini, Crucifixión, 1989, pintura mural 390×290 cm, en el CEMOAR (Centro de Espiritualidad Mons. Oscar Arnulfo Romero), Km 15.5 Carretera Sur, Managua-Nicaragua

Alí Ramón Rojas Olaya

Fuente : Tlaxcala, 3 de marzo de 2020

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