Colombia: Minga y ultraderecha racista

Contra las luchas de estos sectores se ha encarnizado la propaganda ultraderechista que, entre sus mecanismos de desprestigio de los movimientos sociales, apela al racismo y otras maneras de la segregación.

Colombia es un país racista. Ah, y más sus élites. Y estas, blanqueadas, con sus discursos paranoides, montajes ideológicos, medios de difusión y su poder, le han transmitido esa peste discriminatoria a “los de abajo”. Desprecio hacia los ofendidos y maltratados. Así hemos construido una falsa nacionalidad. Negros e indígenas han estado en la mira de los francotiradores del sistema. Y cuando la negrería, la indiada, también el mestizaje, el campesinado, se alzan y se visibilizan con sus protestas, entonces son terroristas.

La inconveniente terquedad del gobierno y los indígenas
Minga: Foto Twitter @CRIC_Cauca

Sí, aquí los obreros, los estudiantes, los maestros, todos los que eleven su voz contra las injusticias y otras calamidades son terroristas. Y sus movimientos reivindicativos siempre están “infiltrados” por el “terrorismo”. Suele pasar. Ahora ha sido con la minga indígena, que en su versión reciente incluyó campesinos y población afro. No faltaron entonces las estigmatizaciones, los calificativos humillantes, la desnaturalización de sus ancestrales peticiones y luchas.

La ultraderecha desde hace tiempos y siempre renovando sus ataques contra los indígenas ha orquestado distintas ofensas (y ofensivas). El mayoral del Centro Democrático, ante la pertinaz protesta de la minga, señaló: “Es preferible cerrar esa carretera dos años, mejorar y cuidar la alterna que firmar acuerdos con la minga apoyada en el terrorismo”. Y, luego, en otro trino de intimidador tono, espetó toda su venenosidad: “Si la autoridad, serena, firme y con criterio social implica una masacre es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”.

 

Aquí los indígenas son “chéveres” cuando hacen mochilas, cuando venden fruticas o suéteres, cuando son sumisos, cuando no estudian o desconocen la historia de atropellos eternos a los que han sido sometidos. Ahí sí, como decía un pintor, los llaman, con hipocresía, “indiecitos”. Ah, pero que no se solivianten. Que no se subleven. Que no pongan en evidencia los maltratos y despojos. Que no se irriten cuando les desconocen sus derechos territoriales. Mejor dicho, si no son dóciles, no tienen cabida en una sociedad de inequidades y despropósitos.

Entonces, si están muy “alzaditos”, hay que masacrarlos, como pasó en 1991, en aquella espantosa matanza de El Nilo. Qué cuento de recordar, por ejemplo, a Quintín Lame, el líder que advirtió que de “la historia arranca mi derecho” y promovió, a principios del siglo XX, un frente de lucha contra los abusos de los hacendados. Hay que negarles su cultura, sus tradiciones y su relación con la tierra: “¡Somos hijos de la madre tierra, no sus dueños! Por eso la cuidamos, la protegemos y la defendemos. El territorio lo concebimos como casa y madre”.

Masacre del Nilo o Masacre de Caloto

Dentro de la leyenda negra y las tácticas de la ultraderecha para macartizar a los movimientos indígenas, aparte de patrocinar el gamonalismo y la usurpación de territorios, es la de acusarlos de ser cómplices de la guerrilla e invasores de tierras. Así lo dijo, en 2015, la senadora uribista Paloma Valencia. En su chapucería racista y su fascismo, propuso la división del departamento del Cauca. “Una zona para que los nativos puedan hacer sus paros, sus manifestaciones y sus invasiones”, dijo entonces, no sin agregar que las comunidades negras debían decidir si “irse a un departamento indígena, o si quieren promover un departamento de negritudes o un departamento de mestizos”.

La minga indígena, fortalecida con presencias de sectores afrocolombianos y de campesinos, propicia la discusión con el gobierno en torno a varios aspectos. Uno, acerca del cuidado del territorio, la hidrografía, los páramos, todo en riesgo por la voracidad de transnacionales; otro, sobre la defensa de la tierra, el agua y la paz del país. En ese sentido, indagarán al presidente de la república cuál va a ser su política de paz. También discutirán sobre el derecho a la vida.

“Hoy, en el territorio hay más muertos que en el pasado. Después de la firma de paz vinieron más asesinatos selectivos contra negros, campesinos, indígenas, profesores, y nadie hace nada”, dijeron los voceros de la minga Hildo Pete Vivas y Emigdio Velasco. Contra las luchas de estos sectores se ha encarnizado la propaganda ultraderechista que, entre sus mecanismos de desprestigio de los movimientos sociales, apela al racismo y otras maneras de la segregación.

La Constitución de 1991, como se sabe, reconoció la diversidad cultural colombiana e introdujo un esquema de diferenciación de derechos de las comunidades indígenas y afrodescendientes. Parece letra muerta, porque, como lo indica la aplastante realidad, estos sectores han padecido las miserias y exclusiones más que otras capas poblacionales.

En desarrollo de la minga indígena han aflorado las expresiones discriminatorias y la táctica de acusarla de terrorista. También se han sentido las solidaridades de otros sectores, que recuerdan una canción de Daniel Viglietti: “Dale tu mano al indio, dale que te hará bien…”. Y, claro, no han faltado los que prefieran la masacre a la negociación.

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 9 de abril de 2019

Editado por María Piedad Ossaba