Yo de pelotas conozco poco, de algunos pelotas algo, y así como van las cosas hay un pelotudo del que terminaré siendo especialista: no hay como sufrir un mal para conocerlo bien. Lo que en la jerga civil llaman el “lierazgo”, en el mundo de las pelotas se denomina el “coaching” y consiste mayormente en tomar decisiones tácticas, hacer declaraciones filosóficas y transformar la necesidad en virtud.
Entre las decisiones tácticas se cuenta la gestión del personal, poner o sacar un delantero, retrasar o adelantar un mediocampista, alinear la última barrera defensiva y definir el esquema de juego, ya tú sabes, 4-4-2, 4-2-4, 4-3-3 y otras fórmulas cabalísticas que han hecho la fama de los mentirosos con buzo. Eso de mentirosos con buzo se ha ido perdiendo desde que la paga alcanzó para trajes Armani, y/o se firmaron acuerdos publicitarios que incluían el atuendo del Míster.
Las declaraciones filosóficas suelen hacerse antes del match e incluyen un arsenal de frases hechas de tipo “Vinimos a jugar al futbol”: en caso de que a alguien se le ocurriese que vienen a practicar la brisca rematada, el manseque o la pirinola; “Venimos a ganar”: por si hubiesen dudas de que movilizaron 22 capullos, un staff técnico, un sicólogo, un nutricionista, dos masajistas, el Míster y algunos miles de aficionados justo para que les den de ostias; “No hay rival pequeño, va a ser un partido difícil”: para que -aun cuando el rival sea un equipito de morondanga- la victoria tenga sustancia y, si se pierde, haya de qué echar mano (“Ya lo había dicho antes del partido…”); “Lo importante es el equipo”: porque suele haber algún tarado que cree que lo que importa es el billete que mueve el futbol; “Los partidos se ganan en la cancha”, “El futbol dura 90 minutos”, “Queremos hacerlo bien”, y otras tan amenas que fuerzan la admiración y el entusiasmo.
Cuando no se gana la necesidad deviene virtud y escuchamos declaraciones de tipo: “Prefiero perder jugando bien que ganar jugando mal”: porque el tipo está ahí para crear belleza, deleitar, dar espectáculo, el resultado no cuenta o muy poco; “No hemos podido jugar a gusto y no hemos conseguido sumar los tres puntos, habrá que ver qué errores hemos cometido y tratar de corregirlos para el próximo partido”: porque para felicidad suya, nuestra y de todos, siempre hay un partido en el futuro inmediato; “Perdimos, pero tengo un buen equipo, con ganas de hacer las cosas bien, hemos aprendido…”: jugándola -si oso decir- modesta, el proyecto está en marcha, denle un poquillo de tiempo y ya se verá de qué es capaz el Míster.
En el equipo de La Moneda hay un Míster que en poco tiempo ha ofrecido un festival de coaching que ya se quisieran Claudio Borghi, Sergio Batista y Mano Meneses. Sobre todo este último: en el último partido de la seleção ante Paraguay jugaron 120 minutos sin embocarla, y para más inri tiraron fuera cuatro (¡4!) penaltis. Si Neymar y sus compañeros son profesionales muy bien pagados, de los cuales sería ingrato suponer alguna mala leche, un cacho de incompetencia o una brizna de mala voluntad, el Míster de La Moneda es un empresario cota mil, multimillonario gracias (se supone) a sus dotes de Coach, de líer, de chato capaz de tomar decisiones tácticas, de hacer declaraciones filosóficas y, en caso necesario, transformar la necesidad en virtud.
Tal parece que nones. Que sus éxitos empresariales fueron truchos. Porque uno no se explica que este portento de dinamismo y de lucidez sea capaz de tan poco. Después de casi 18 meses de puras derrotas y desórdenes internos, de incapacidad a dirigir un equipo, su equipo, el equipo que él mismo seleccionó, se ve constreñido a un cambio de gabinete en el que lo único que queda claro a posteriori es que el que debía salir es él. El Míster. Porque si el Coach está autorizado a hacer declaraciones filosóficas, ¡nadie dice que tengan que ser tan… filosóficas!
La educación “es un bien de consumo”, porque “tiene un componente de inversión…”
Este sí que es campeón de la Copa América… de los pelotudos.
Luis Casado – Publicado por POLITIKA el 19/07/2011