Colombia: Pequeña diatriba contra la ciudad sumergida, Medellín

La ciudad, sumergida en su propia pestilencia, en sus desperdicios y contaminaciones, bucea en su oscura putrefacción

La ciudad apesta. La cloaca se expande en palacios oficiales, en la mediocridad de burócratas, en las agendas informativas de noticiarios y periódicos que ya ni siquiera sirven para envolver aguacates, porque ¡cómo vas a tirarte en ese fruto náhuatl, “mantequilloso y tierno”, con páginas que chorrean sangre y vómito! Apesta en tiempos de elecciones y en días de fútbol profesional, en momentos en que el fletero* persigue a la muchacha que acaba de salir del cajero electrónico y el ladrón de calle te arrebata el celular.

Contaminación Medellín: Arriba la nube de smog; abajo la cloaca

Digamos que hiede cuando desde un helicóptero te arrojan excrementos luminosos y los programas de la tv oficial maquillan al alcalde, y en alguna plazoleta o parque desvencijado muchachas escotadas y sus cómplices reparten burundanga* a Bernabé y a algún profesor extranjero, a algún incauto que se dejó obnubilar por unas tetas de caucho (quizá nunca jugó pelota) y unos labios nada virginales.

Apesta la ciudad con su río rojo (¿de sangre? ¿de contaminantes? ¿cadaverina*?) y su turbia alcantarilla poco caudalosa. Y, como si el hedor fuera poco, entonces de las escasas chimeneas supérstites y de los exostos, de los motores y las tuberías, se escapan gases y más poluciones (incluidas las nocturnas, como las de aquellos días de adolescencia, con sueños húmedos y disparos de semen a los bombillos y espejos como en una novela de Philip Roth), hasta formar a lo Calvino una nube de esmog, asfixiadora, cancerígena, de efectos tardíos pero que nos consume y mata. Y eso que no hemos hablado de la “plomonía”*, ni de las bandas criminales, ni de las fronteras invisibles, ni de los homicidios cotidianos.

¿Qué es esa hediondez  en la catedral?

¡Qué es ese hedor a funcionario corrupto! Y, cómo no, a oficinista público inepto. A politiquero devenido secretario de no sé qué. Qué es esa hediondez en las afueras de la catedral y en sus confesonarios donde llegan a cumplir citas de amor urgente puticas y clientes chichipatos*. Qué es esa fetidez no solo a berrinche, a meado resecado, a orín de diabético y de alcohólico en las aceras, en las paredes de la fachada escolar, en el frente de la casa donde el vándalo pintó boberías y dejó consignada su “retrasadura” mental.

Apesta a mierda en las aceras, a orines en las esquinas, y, cómo no, parece a veces que estuviéramos caminando entre muertos con bubones tirados en las calles y ratas que les requisan los bolsillos, como una evocación del buitre Thenardier tras la batalla de Waterloo. La ciudad, sumergida en su propia pestilencia, en sus desperdicios y contaminaciones, bucea en su oscura putrefacción. ¡Oh!, Baudelaire, “cada día hacia el infierno descendemos un paso, / sin horror, a través de las tinieblas que hieden”.

Leviatán en el fresco del “Juicio Final” (detalle); pintado por Giacomo Rossignolo (1524-1604)

N de la E:

Burundanga: Sustancia también conocida como Escopolamina.

Fletero: asaltante callejero en motocicleta

Plomonía: Contracción de plomo (balazo) y  pulmonía,   en  Parlache colombiano

Cadaverina: La cadaverina es un líquido incoloro o de color almibarado, fumante, que desprende un olor fétido muy desagradable. Se encuentra principalmente en la materia organica muerta, siendo responsable en parte del fuerte olor a putrefacción. No obstante, esta amina no está relacionada exclusivamente con la descomposición; es también producida por organismos vivos en pequeñas cantidades, siendo parcialmente causante del distintivo olor de la orina y del semen.

Chichipato: Faltón, mezquino, miserable. Dialecto paisa (Antioquia)

Reinaldo Spitaletta para La Pluma, 23 de marzo de 2019

Editado por María Piedad Ossaba