Toda lucha política es, también, una lucha interpretatitva, esto es, una lucha por la definición de los términos a partir de los cuales se diagnostican y describen las características de una sociedad y, al mismo tiempo, las prioridades y los caminos eventuales que pueden ser movilizados para su modificación, sea en un sentido progresivo o restaurador. Que estén colocadas unas palabras y no otras en los imaginarios políticos es parte de esa lucha interpretativa. Es cierto que en un país como Brasil, de dimensiones continentales, hay una superposición de imaginarios políticos y sociales según las regiones, según las densidades poblacionales, las subculturas históricas, los giros lingüísticos y los niveles de desarrollo.
Es en ese sentido hay que comprender la relevancia de una disputa presidencial: se trata de un momento singular de auscultamiento colectivo, de conocimiento sobre las deficiencias, dramas y potencialidades del país –dadas las actuales posibilidades técnicas para recabar información– que se organizan como discurso e interpretación, según los puntos de vista de los diferentes candidatos. Las sociedades se van conociendo a sí mismas en cada una de las elecciones, y confirmando o no -porque hay tendencias globales que van en otra dirección- su constitución como entidad nacional.
Sucede que en ese momento de visibilización y autoconocimiento se definen también las características de cómo se va a seguir, quién gobernará, qué candidato se impondrá y qué interpretaciones del país se asumirán como las legítimas para la autoridad política.
Y ahí viene la preocupación con Jair Bolsonaro y sus posiciones discursivas. Sobre un terreno devastado por los lenguajes circulantes, tanto por la superposición de plataformas y medios, la metamorfosis en los procesos de incorporación de información, la pérdida de certidumbre sobre la veracidad de lo que se construye como dato –y esta ha sido la campaña de las fake news por excelencia- Jair Bolsonaro empuja el proceso histórico brasileño hacia una dirección que, también, puede verificarse en otras latitudes: la disminución del contenido estrictamente ‘liberal’ de los regímenes democráticos, con regresiones en lo que respecta a las arquitecturas institucionales y a las culturas políticas derivadas de una extensión de los derechos (civiles, políticos, sociales, identitarios), con gestos de aliento a las violencias microsociales (como han sucedido en estos días), de persecución a las diferencias.
Al mismo tiempo, las ‘interpretaciones’ del candidato preocupan por otro motivo, nada secundario: su discurso pone de manifiesto el arribo en menudeo, pero consistente, de ciertos thinks tanks trasnacionales, con capacidad para estructurar, precisamente, las agendas políticas de los países. En ese sentido, Jair Bolsonaro es, además de un reaccionario despreparado para el cargo, un elemento estructural para la geopolítica contemporánea.
Jair Bolsonaro y el Instituto Millenium
Entre las varias lecturas posibles de los resultados del pasado 7 de octubre, también debe anotarse el siguiente dato: dentro del grupo de los que tuvieron un protagonismo activo en el derrocamiento a Dilma Rousseff, los referentes más característicos de la clase política tradicional –como Eunício Oliveira, Magno Malta o Romero Jucá, con décadas de permanencia- y partidos como el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) o el Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), sufrieron un revés de envergadura. No se eligieron, perdieron gobernaciones y, de forma general, quedaron desplazados de la centralidad política que tuvieron en los últimos años.
Esto no quiere decir, sin embargo, que la elección le haya dado la espalda al golpe de Michel Temer y compañía, sino todo lo contrario: buena parte de los que se eligieron -y hubo una mayor renovación parlamentaria a nivel federal y estadual, por lo menos en comparación con elecciones anteriores[1]– lo hicieron reivindicando el impeachment a Dilma Rousseff. Pero lo hicieron desde una perspectiva singular, que comparten con Bolsonaro.
El elemento en común de este (nuevo) grupo que pasa a ocupar una buena porción de la escena política del país -integrado, entre otros, por Janaina Paschoal (una de las redactoras del pedido de juicio político), el líder del Movimiento Brasil Livre (MBL) Kim Kataguiri, el youtuber Arthur Do Val o el exsenador y ahora electo gobernador (y terrateniente denunciado por trabajo esclavo) Ronaldo Caiado, entre muchos otros- es que incorporan a sus discursos políticos la necesidad de una ‘refundación nacional’ como condición y resultante de una expansión inmediata de los principios del ‘libre mercado’. Esta veta de las interpretaciones circulantes, amplificada por los mediadores socioculturales que le sirven de difusión (como buena parte de estos nuevos ingresantes al sistema político) es otro de los elementos que marcan esta elección.
Compatible con la reivindicación de la dictadura que hace el candidato, o su curioso entendimiento de lo que son las mayorías y minorías en una sociedad, este discurso ‘ultraneoliberal -o ‘libertario’, para ser más precisos- fue evidenciándose con más claridad en lo que va de la campaña del balotaje.
Respecto de esta cuestión es que hay que entender la presencia de Paulo Guedes, el gurú económico de Jair Bolsonaro y potencial ministro de Economía, fundador del Instituto Millenium, uno de lo más reconocidos think tanks ultraneoliberales en el país. Se trata de un Instituto que, más allá de promover los Forum da Liberdade, esos encuentros donde las élites económicas van reconociendo a sus próximos políticos afines y se divulgan las bondades del ‘libre mercado’, también ha articulado, mediante las acciones desdobladas de Atlas Network en Brasil, el ‘empoderamiento’ de diversos grupos vinculados a Students for Liberty, de presencia gravitante en la construcción del clima destituyente previo al juicio político a Dilma Rousseff[2], y núcleos duros del discurso anti Partido dos Trabalhadores (PT) durante estos últimos años.
El Instituto Millenium, creado por Paulo Guedes, de espiritualidad internacional y actuación local, ha contribuido de forma sostenida para esa infiltración ideológica gradual respecto de qué es lo que debe entenderse por una genuina sociedad (de mercado) y qué parámetros deben ser los relevantes en un régimen democrático. Un trabajo corrosivo sobre las ideas circulantes y nada inocente (sobre todo si se observan quiénes financian a Atlas Network), que obliga a una consideración sobre el ‘fenómeno Bolsonaro’ desde una clave más geopolítica: tras la desestructuración de los principales actores económicos del ciclo del PT en el Gobierno –holdings de proteína animal, constructoras civiles y Petrobrás, entre los más destacados-, y con un ciclo de acumulación capitalista todavía en un impasse, Paulo Guedes (y la hegemonía de ideas construidas en los ‘nuevos políticos’) es la garantía de que no habrá ‘interés nacional’ que ponga reparos a los ‘intereses extranjeros’. En ese sentido, las interpretaciones del país que se quieren instalar ahora desde el Poder Ejecutivo (aunque todavía falta el balotaje) no permitirían bajo ninguna circunstancia, por ejemplo, ni el marco regulatorio para la producción del petróleo de aguas profundas (Pre-Sal) ni los vínculos y coordinaciones en el marco de los BRISC’S.
De forma molecular, esta visión ultraneoliberal fue ganando espacio: organizada desde el Poder Legislativo – de allí vino el golpe a Dilma Rousseff-, reconfigurada al interior del Poder Judicial, ahora va por el Poder Ejecutivo. Un Poder Ejecutivo que, como viene siendo en estos meses, viene coincidiendo con un protagonismo militar inaudito.
Notas
[1] https://www1.folha.uol.com.br/poder/2018/10/com-reeleicao-abaixo-de-50-camara-tera-renovacao-recorde.shtml
[2] https://www.nodal.am/2017/10/red-atlas-libertarios-ultraderecha-entramado-civil-detras-la-ofensiva-capitalista-latinoamerica-aram-aharonian-alvaro-verzi-rangel/
Amílcar Salas Oroño
Editado por María Piedad Ossaba
Fuente: CELAG, 15 de octubre de 2018