El 19 de enero se estrenó en España, con bastante retraso respecto a Francia y Alemania, «Le jeune Karl Marx». La película tiene ambientaciones aceptables, diálogos bastante buenos y sigue, en general, el recorrido vital de Marx y Engels desde su encuentro en París en 1846 a la publicación del «Manifiesto del Partido Comunista» en 1848. Y a pesar de todo no puede sino dejarnos mal cuerpo.
Un relato cinematográfico no es solo lo que cuenta, lo que entra dentro del encuadre de la imagen y se capta en la historia a través de la sucesión de los diálogos. Una película, especialmente una como esta, es también lo que se deja fuera. Y tanto lo que se incluye como lo que se deja de lado, lo que se perfila con detalle como lo que se distorsiona, es el producto de una decisión política. En una obra sobre Marx más aun.
Cartel francés de «El joven Karl Marx»
Lo que no está
1 No están los trabajadores. Y si están no se les reconoce porque son retratados como nos ve la burguesía, como objetos de explotación y como comparsas que aclaman, aplauden y no son nada sin un líder llegado desde las filas de la clase dirigente
2 Por eso tampoco aparece el partido, la Liga de los Justos, luego de los Comunistas, su funcionamiento, sus comités de correspondencia, sus reuniones… La vida de Marx y Engels como militantes obreros, que entre otras cosas significó la aceleración y maduración definitiva de su trabajo, simplemente desaparecieron. Los debates con Weitling -en los que Marx apenas jugó un papel- se resuelven en una escena con Marx gritándole sobre su ignorancia y él deprimido porque le trataron mal. El II Congreso de la Liga… se resuelve en una intervención de Engels y una pancarta. Cuando en realidad llevó «al menos diez días» de agotadoras discusiones y meses de preparación con debates en todas las secciones y una viva correspondencia.
Engels habla en el II Contreso de la Liga.
3 Y como no está el partido tampoco está el Marx militante y el efecto en él y su trabajo de la militancia, si es que es imaginable una obra de Marx que no sea el producto directo de su militancia en las organizaciones de clase. Lo que aparece en la película es un chico rebelde, bohemio, insolente, que rompe las normas sociales e interrumpe en los mítines, que entrega tarde sus artículos y que es rechazado por los otros periodistas. Un milennial pequeñoburgués que al convertirse en padre duda seguir escribiendo y piensa en dejarlo todo porque, antes de cumplir los treinta, está «cansado» y quiere «escribir libros». ¡¡Como si Marx, después de unirse al movimiento comunista hubiera escrito algo en toda su vida para algo que no fuera alimentar la conciencia de clase!! Y vaya si no hay correspondencia, notas, confesiones con sus hijas a lo largo de toda su vida reafirmándolo una y otra vez, por no hablar de los testimonios de cuantos le conocieron.
Qué está tan deformado que es irreconocible
1 Las citas de cierre del Manifiesto Comunista, seleccionadas para convertir los argumentos más acerados y potentes, incluida la reivindicación del carácter revolucionario y globalizador de la primera burguesía, en mera moralina aceptable por el Papa o cualquier populista de tres al cuarto. Obviamente el Manifiesto no es eso.
2 La batalla de Marx contra la izquierda, esa izquierda hegeliana que constituía el socialismo burgués de aquel momento. Marx, que viene de formarse en la Universidad alemana, crece intelectualmente enfrentándose al idealismo hegeliano, construyendo las bases de una concepción materialista de la Historia. Al hacerlo descubre al proletariado como clase universal. Es esa evolución, ese choque permanente con la izquierda intelectual de la burguesía, lo que le llevará a abandonar a la «Sagrada Familia» de los intelectuales progres alemanes de la época, a Ruge y sus publicaciones y unirse, ya en París, al primer movimiento político obrero.
Según la película, la XI tesis sobre Feuerbach («hasta ahora los filósofos han interpretado el mundo de lo que se trata es de transformarlo») fue una ocurrencia en mitad de la vomitona de una noche de borrachera.
Marx y Engels pasaron su vida luchando contra la izquierda en sus mil avatares. Les parecía un trabajo en sí esteril y agotador -solo hay que leer a Engels en su prefacio del «Anti-Dühring»- pero sabían que era la decantación básica necesaria para que el proletariado pudiera constituirse como clase política independiente.
¿Y cómo acaba la película? Con un epílogo que nos presenta con fondo de Bob Dylan un carrusel de la izquierda -Guevara, Mandela y «sí se puede» incluidos- como si fueran la continuación lógica y fiel del Manifiesto y de Marx. Es difícil no sentir nauseas.
La verdadera pregunta
Lenin definió el cine como el arte industrial de nuestra época. A diferencia de la novela -que fue la forma expresiva más característica de la burguesía desde muy pronto- el cine como lo conocemos es un producto tardío del desarrollo de las fuerzas productivas bajo el régimen capitalista. Su forma de organización como industria es, desde sus orígenes como producto de masas, la propia del capital financiero. Toda obra cinematográfica que se lanza a miles de salas, ha pasado antes por mil filtros -preventas de derechos, búsqueda de productores, ferias de proyectos, festivales, etc.- que no son otra cosa que un gran orientador/censor colectivo de clase.
Así que la verdadera pregunta es ¿por qué nos obsequia ahora la burguesía europea con la historia de este «joven» que se parece tanto a Marx en lo accesorio y es tan diferente en lo fundamental?
No podemos dejar de sentir un cierto placer pensando que están sintiendo algo de frío a la espalda y temen, que el viejo fantasma esté mirándoles por encima del hombro.
Con la doctrina de Marx ocurre hoy lo que ha ocurrido en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrina con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para «consolar» y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando el filo revolucionario de ésta, envileciéndola. En semejante «arreglo» del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía.
Lenin. «El estado y la Revolución», 1918
Editado por María Piedad Ossaba