Las flotillas por Gaza o lo inacabado como forma política

Podría uno verse tentado de reducir estas flotillas a fracasos tácticos: cada nave es interceptada, confiscada, impedida. Pero precisamente en ese impedimento mismo reside su fuerza. Pues lo inacabado no es aquí un defecto contingente, sino que deviene condición de posibilidad de la repetición. Lo que no se cumple una vez puede rejugarse de otro modo, bajo otra forma, en otra constelación. Lo que fracasa en cerrarse renace como fragmento, expuesto a la aprehensión, pero también a la reinscripción.


Hace unos meses, el Madleen fue interceptado por el ejército israelí a pocos kilómetros de las costas de Gaza. Este 31 de agosto, es una flotilla de varias decenas de barcos la que se lanza al Mediterráneo con la esperanza de romper el bloqueo que asfixia, hambrea y genocida a Gaza. Los espíritus más realistas, que son también los más cínicos, lo ven como un intento vano o insensato, dado el poder contra el cual los veleros no pueden más que estrellarse. En este excelente texto, el autor y cineasta Sylvain George demuestra y defiende exactamente lo contrario. Lo que está en juego en esta flotilla es un desplazamiento de nuestros referentes políticos: lo inacabado como camino, la vulnerabilidad y la obstinación como potencia, la fragmentación como forma.-lundimatin

Introducción: del acontecimiento singular a la cadena inacabada

El pasado mes de junio, la partida del Madleen fue pensada como la invención de una forma política singular: la de lo inacabado. [1]

Se trata entonces de una flota plural, heterogénea, compuesta de militantes, médicos, artistas y “personas comunes”, que se lanza al mar para afrontar el horizonte del asedio.

A través de este gesto, frágil e interrumpido, se abría la posibilidad de una política que no es la del cumplimiento soberano, del acto definitivo o de la victoria fulgurante, sino la del fragmento, el recomienzo, la exposición. El barco, impedido de llegar a Gaza, portaba sin embargo una carga simbólica y material irreductible: inscribía en lo real un gesto de desobediencia marítima, una brecha en el orden establecido, una imagen que no se cierra.

Conviene recordar, sin embargo, que el Madleen no fue una primera vez y venía después de una serie de intentos, desde finales de los años 2000, de romper el bloqueo. Pero su mérito fue haber sabido reactivar la atención pública, arrojar una luz cruda sobre Gaza y mostrar que aún es posible producir una imagen disidente en un mundo saturado de consentimiento y complicidad. Pues si el barco fue impedido, llevó sin embargo al espacio internacional la prueba de que un gesto menor, vulnerable, podía todavía fisurar el cerco simbólico del asedio.

He aquí que poco después del Madleen, y del Handala en julio de 2025, una nueva flotilla zarpó el domingo 31 de agosto de 2025, con varios barcos esta vez, la “Global Sumud Flotilla”, que pretende marcar una inflexión decisiva e intentar una vez más romper el bloqueo. Esta vez, Israel no tendrá que interceptar una nave aislada, sino enfrentarse a una flota entera. La coalición de asociaciones (Freedom Flotilla, Global March to Gaza, Caravana Sumud), reforzada por la presencia de figuras internacionales y miles de voluntarios de 160 nacionalidades, afirma querer lanzar «la misión marítima humanitaria más grande de la historia» [2].

La cuestión que se impone es la siguiente: ¿cómo pensar filosóficamente esta nueva partida? ¿Se trata de una simple repetición de lo mismo, de una continuación lineal, o bien de un desplazamiento que transforma el significado del acto? Si el primer barco podía aparecer como un acontecimiento puntual, a la vez heroico y vulnerable, el hecho de que otros le sigan compromete otro régimen de temporalidad y de pensamiento: el de una política de la persistencia —no una persistencia fundada en una esencia inmutable, sino una reanudación discontinua, fragmentaria, donde cada fracaso llama a una reanudación, donde la repetición engendra la diferencia y no la identidad—, el del recomienzo, de la cadena inacabada.

Podría uno verse tentado de reducir estas flotillas a fracasos tácticos: cada nave es interceptada, confiscada, impedida. Pero precisamente en ese impedimento mismo reside su fuerza. Pues lo inacabado no es aquí un defecto contingente, sino que deviene condición de posibilidad de la repetición. Lo que no se cumple una vez puede rejugarse de otro modo, bajo otra forma, en otra constelación. Lo que fracasa en cerrarse renace como fragmento, expuesto a la aprehensión, pero también a la reinscripción.

Así, el gesto de las flotillas no pertenece al paradigma del acontecimiento único, aquel que, en su fulguración, trastornaría el orden establecido. Se trata más bien de una serie discontinua de actos frágiles, cada uno condenado a lo inacabado, pero que componen juntos una escritura política de largo alcance. Cada barco es una hoja arrancada de un libro inacabado, una imagen fragmentaria que persiste. Ahí se perfila un problema: ¿cómo pensar una acción política cuya potencia no reside en el cumplimiento, sino en la reiteración? ¿Cómo concebir una política que asume no ser un “gran acontecimiento” sino una sucesión de gestos menores, intermitentes, pero insistentes?

La cuestión adquiere toda su gravedad si recordamos hacia dónde navegan estos barcos: un territorio transformado en un campo a cielo abierto, donde el hambreamiento [3] se ha convertido en método de gobierno, donde se despliega ante nuestros ojos una limpieza étnica metódica, cubierta por la complicidad occidental y árabe, y por el consentimiento establecido de la mayoría de las naciones. Desde entonces, se plantea la cuestión abismal: ¿qué significa la partida de unos pocos barcos —o incluso de decenas de navíos— frente a un genocidio?

En este sentido, la «Global Sumud Flotilla» no es simplemente la continuación de la anterior. Marca una inflexión: el paso del gesto aislado al devenir-flotilla, es decir, a una política que encuentra su fuerza en la repetición, en el hecho de reabrir sin cesar la herida del bloqueo, en el rechazo obstinado del cierre. Allí donde Israel busca normalizar la excepción, naturalizar el bloqueo como horizonte insuperable, la flotilla viene a reabrir el tiempo, a reavivar lo intolerable, a inscribir una temporalidad insurgente.

Es este pasaje lo que debe analizarse: del Madleen, que supo reavivar la luz sobre Gaza actualizando la fuerza de lo inacabado, a la nueva flotilla como política de la persistencia, como heterotopía frágil frente al campo, como escritura fragmentaria que no cesa de reinscribirse a pesar del impedimento.

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