Una abuela palestina estaba en su terraza en Jerusalén Este con su familia cuando la policía israelí la ejecutó

Los policías subieron a la azotea, fotografiaron la escena y la sangre en las escaleras. «Imaginen que es su madre», les dijo Qaid. «Solo quiero justicia. Que el policía que disparó a mi esposa comparezca ante la justicia. Eso es todo lo que pido. Mi esposa no regresará, pero quiero que el tirador comarezca ante la justicia».

La familia rodeó con bloques de hormigón el lugar donde cayó su matriarca, conservando las huellas de sangre/La famille a entouré de parpaings l’endroit où leur matriarche est tombée , préservant les traces de sang

Los hijos de Zahia Yauda Al-Obeidi dicen que la calle estaba tranquila cuando una unidad de la Policía fronteriza pasó por su casa; uno de los oficiales disparó un solo tiro impactándole en la frente y matándola instantáneamente

La mañana de su muerte, el cordero que tanto apreciaba falleció. Zahia Yauda lo había cuidado desde su nacimiento, alimentándolo con biberón dos veces al día. El martes pasado por la mañana, el cordero murió en su corral

Su esposo, Qaid, se sintió abrumado por la tristeza al ver el animal muerto antes de salir a trabajar a Jerusalén a las 5:30 a.m. Sabía que Zahia sentía un cariño especial por el cordero. Llamó a sus familiares en la ciudad de Hora y encargó cinco corderos. Prometieron entregárselos esa misma tarde. Qaid quería aliviar el dolor de Zahia tras la muerte del animal que tanto había cuidado.

Los animales llegaron esa misma tarde. Los vimos esta semana acurrucados en el pequeño recinto de la planta abaja de la casa de loa Yauda, ubicada en el barrio de Waqf – o el «Barrio Bajo» – al pie del campo de refugiados de Shoafat, en Jerusalén Este.

Zahia sólo pudo alimentar a los corderos recién nacidos una vez. Unas horas después, un agente de la policía fronteriza le disparó directamente en la frente desde lejos mientras estaba en la terraza de su casa. Sus hijos afligidos por la pérdida, ahora tienen que alimentar a a los corderos.

Para llegar a la casa de los Yauda, hay que atravesar todo el extenso campamento, donde se hacinan decenas de miles de personas, una imagen que recuerda al campamento de Yabaliya en Gaza antes de su bombardeo. Amer Aruri, investigador de campo de la organización israelí de derechos humanos B’Tselem, nos guió.

Las calles tortuosas son estrechas y empinadas- el campamento está construido en la ladera de la colina- el tráfico es infernal y el imponente puesto de control permanente es un recordatorio de la profundidad del apartheid en Jerusalén, y del hecho que es, por la eternidad, una ciudad dividida.

Los Yauda son originarios de Jordania. Zahia y Qais, de 66 y 67 años respectivamente, nacieron allí, pero tienen documentos de identidad israelíes, como todos los residentes de Jerusalén Este. Quaid explican que intentan evitar el contacto con los residentes del barrio marginal cercano, el propio campo de refugiados.

Zahia Yauda

La casa que construyeron hace años se asemeja a una vivienda beduina tradicional: la planta baja alberga un corral y un gallinero, cuyos olores suben hasta el techo. Qaid dice que tiene que mantener el corral para honrar a los huéspedes que llegan a su casa, sirviéndoles cordero.

Partes del edificio de tres pisos están sin terminar; son solo esqueletos en construcción. Los hijos de la pareja y sus familias viven en las secciones terminadas. El acceso a la terraza, donde Zahia fue asesinada, no es por las escaleras, sino por una rampa bastante peligrosa.

Una escena terrible aguarda al visitante: la familia ha rodeado con bloques de hormigón el lugar donde cayó su matriarca, preservando los restos de sangre y los fragmentos de cerebro que fluyeron, cubiertos con una lámina de plástico. No quieren que la sangre se borre.

Qaid quien ha trabajado durante años como controlador de tráfico en Israel, viste un uniforme del que se enorgullece y conduce un vehículo oficial estacionado en la planta baja. Habla hebreo con fluidez. Sentado en su sala relata como asesinaron a Zahia. Con voz tranquila nos corrige: «A Zahia no la mataron, la asesinaron», dice, rompiendo a llorar por primera vez durante nuestra visita, pero no por última. La pareja llevaba 50 años casada.

Cuando lo visitamos el lunes, llevaba seis días viudo. Dijo que sus hijas estaban deprimidas desde el incidente y que no sabía que hacer. La pareja tenía siete hijos y 50 nietos, algunos de los cuales corrían de un piso al otro del edificio.

Qaid Yauda con la ropa que vestía su esposa Zhia cuando fue asesinada la semana pasada

Qaid condujo autobuses para Egged y luego dirigió un equipo de inspectores en New Way. También trabajó durante tres años en el proyecto del tren ligero de la calle Ben Yehuda en Tel Aviv. Al dejar el puesto, comerciantes y residentes le enviaron una emotiva carta de despedida, fechada el 11 de noviembre de 2022: «Nosotros, los comerciantes y propietarios de la calle Ben Yehuda, queremos expresar nuestra gratitud a Qaid Yauda por su dedicación. Este hombre afable disfruta ayudando y atendiendo a los transeúntes con gran cortesía, para satisfacción de todos».

Qaid guarda esta carta, entre otras recomendaciones acumuladas durante sus años de trabajo en Israel, en una carpeta que muestra con orgullo.

El martes pasado al volver a casa del trabajo, ceno y luego bajó con Zahia a cuidar las ovejas. Qaid dice que el comportamiento de su esposa esa noche fue inusual, sin explicar por qué: «Era como si presintiera que algo iba a pasar. Fue extraño».

Alrededor de las 10 p.m, Qais se fue a dormir: tenía una misión matutina en Jerusalén con su equipo. Después de la medianoche, lo despertaron unos gritos terribles. Al abrir la puerta del dormitorio, vio a familiares gritando. Al preguntar  que sucedía, vio a sus hijos bajando a Zahia del techo, con la cabeza ensangrentada.

Qaid llamó inmediatamente al 101 para solicitar una ambulancia del Magen David Adom al puesto de control de Shoafat (ninguna ambulancia israelí se atreve a entrar en el campamento), explicando que la vida de su esposa corría peligro. Salió a la calle donde ya estaba reunido todo el vecindario. Sus hijos subieron a su madre a un coche, camino del puesto de control. Qaid los siguió en su coche. La ambulancia los esperaba, y Qaid se dirigió a ver a Zahia. Vio el cráneo fracturado, la sangre y supo que estaba muerta. La besó.

En el puesto de control, le informaron que su esposa sería trasladada al hospital Hadassah en el Monte Scopus. Allí, lo dirigieron al Shaare Zedzk y luego al Hospital Makassed en Jerusalén Este. Entonces se dio cuenta de que probablemente la habían trasladado al Instituto de Medicina Forense de Tel Aviv, donde se llevan los cadáveres, no a los heridos. Después regresó a casa.

A las 3:30 a.m. un gran contingente de la policía fronteriza israelí llegó a su domicilio armado. Qaid dijo que le gritó al comandante: «Un momento, espere, dejen las armas. Nadie aquí les hará daño. Les pido que dejen las armas». Obedecieron.

Los policías subieron a la azotea, fotografiaron la escena y la sangre en las escaleras. «Imaginen que es su madre», les dijo Qaid. «Solo quiero justicia. Que el policía que disparó a mi esposa comparezca ante la justicia. Eso es todo lo que pido. Mi esposa no regresará, pero quiero que el tirador comparezca ante la justicia».

El campo de refugiados de Shoafat esta semana

Luego recibió más detalles de sus hijos sobre lo sucedido. Zahia estaba en la azotea con su hija Ala, de 40 años, y algunos nietos, como todas las noches. Hacía calor adentro, pero era agradable en la terraza, mordisqueaban pipas de girasol. Todo estaba en silencio, cuando según cuentan, vieron soldados caminando por la calle, a varias decenas de metros de distancia, mientras ellos estaban en la azotea, en lo alto.

La policía fronteriza regresaba de otra incursión nocturna en el campamento, una de muchas otras, casi siempre inútiles e incluso peligrosas, cuyo único propósito es aterrorizar a los habitantes y desplegar brutalidad en la «capital unida» del Estado de Israel.

Alrededor de las 00:30, uno de los agentes disparó un solo tiro a distancia, alcanzando a Zahia en la frente. Se desplomó frente a su hija y sus nietos. Según uno de los hijos, la policía fronteriza abandonó el lugar inmediatamente después.

Un portavoz de la policía israelí respondió esta semana a una pregunta: «Oficiales de la unidad especial y combatientes que operaban  en el campamento de Shoafat fueron atacados por alborotadores que les lanzaron piedras. Un oficial resultó herido en la cabeza y fue trasladado al hospital. En respuesta, la fuerza al percibir que su vida corría peligro, abrió fuego contra los alborotadores. El incidente está siendo investigado por los servicios pertinentes».

Cabe señalar que esta respuesta es completamente irrelevante. ¿Cuál es la conexión entre la mujer en el tejado y el peligro que supuestamente sintieron las tropas? ¿ Cuál es la conexión entre el «lanzamiento de piedras», esté probado o no y el disparo preciso que alcanzó en la cabeza a una mujer inocente en un tejado fuera del campamento?

Qaid: «llevo el uniforme. Para lí es un honor. Un policía que no respeta su uniforme no debería estar en servicio. Me arruinó la vida.  Por qué no es humano? ¿ Por qué la mató? Si fuera humano, con madre y padre, no habría hecho esto. Si tuviera corazón, no lo habría hecho. Nunca le he hecho daño al estado. Le doy todo al Estado. Tengo una familia numerosa en el Naqab. Incluso tengo un nieto que es soldado. Durante la guerra dirigí a la gente a los refugios en los lugares donde trabajo.

Mi función como contralor de tráfico es salvar la vida a los israelíes. ¿Por qué merecía que mataran a mi esposa? ¿Qué hizo? Solo quiero que quienes no respetan el uniforme no presten servicio. Que se miren al espejo y hagan un examen de conciencia. No sé si ese policía era judío, druso o beduino. Solo quiero que lo mire a los ojos y sepa que mató a una mujer inocente de 66 años. Una buena mujer. Un alma maravillosa.

Gideon Levy y Alex Levac (fotos)

Fuente: Haaretz, 5 de julio de 2025

Original: English

Traducción disponible: Français

Editado por María Piedad Ossaba