La señora en la tienda dijo que necesitaba un paquete de velas para prenderlas por Palestina. En Madrid, miles de personas se manifestaron en contra de la presencia de ciclistas israelíes en la Vuelta a España (lo hicieron en casi todas las ciudades donde arribaba la competencia). El director de orquesta y violinista israelí, Ilan Volkov, paró un concierto en el Royal Albert Hall, de Londres, para leer una nota de rechazo al genocidio de Israel en Gaza…
En una entidad cultural del barrio Prado, de Medellín, ondea a su entrada una bandera de Palestina; el futbolista francés Eric Cantona, experto en patear fascistas, expresó su desazón con la Fifa al permitir la participación de Israel en competencias internacionales, pese al genocidio en Gaza. Otros se sumaron a las protestas universales y se preguntaron: ¿cómo va a ser que el genocidio más documentado de la historia es, a su vez, el más negado? (en particular por Israel, Estados Unidos y sus sirvientes).
Algo está pasando. Circulan, de nuevo, fotografías y videos de soldados israelíes quebrando los brazos de niños y adolescentes palestinos que protestaban, en 1987, contra el régimen sionista de ocupación. ¿Por qué los fracturaban? Por tirar piedras a los invasores, por defender su tierra. Ya se recuerda cómo el 29 de noviembre de 1947, una resolución de la ONU despojó a los palestinos del derecho a tener una patria, y “desencadenó la desgracia del pueblo palestino, el genocidio, el éxodo y la guerra”, como lo anotó el periodista Rodolfo Walsh, en 1972.
Stephen Kapos, un judío antisionista, sobreviviente del holocausto nazi, acaba de declarar: “Sé lo que es ser despojado de mi tierra, por eso mantengo mi apoyo al pueblo palestino, su lucha por la libertad, la justicia y el retorno a la misma tierra que la mía”. Pese a las censuras, a las restricciones impuestas por Estados Unidos, van y vienen imágenes del genocidio, pese, además, a que Israel ha asesinado a más de doscientos periodistas que cubrían la tragedia del pueblo gazatí.

La memoria resucita. O, al menos, recupera espacios en las progresivas expresiones universales de solidaridad con el pueblo palestino y de condena a los genocidas, los regímenes de Israel y EE.UU. En agosto de 2014, Noam Chomsky se refirió a otra más de las ofensivas israelíes contra los palestinos: “Es una atrocidad horrible, sádica, cruel, asesina, llevada a cabo sin ningún pretexto creíble. Es otro de los ejercicios periódicos que hace Israel, que delicadamente denominan como ‘cortar el césped”.
No es de ahora el deseo de Israel de borrar a los palestinos. Es ya una situación —y una mentalidad— de larga duración. Las palabras del polímata judío Israel Shahak, que hace tiempos calificó como “judeo-nazis” los métodos utilizados por los israelíes para someter y reprimir a los palestinos, siguen siendo reveladoras sobre el genocidio. “A mi juicio, Israel en tanto que estado judío constituye un peligro no sólo para sí mismo y sus habitantes sino para todos los judíos y para todos los demás pueblos y estados de Oriente Medio”, dijo en su libro Historia judía, religión judía.
Crece la audiencia y aumentan las voces contra el genocidio. Las protestas se suceden aquí y allá, con ríos de gente, con flotillas de voluntarios, con barquitos de papel que simbolizan la solidaridad de los que navegan por romper el bloqueo en Gaza. “Los artistas tienen el deber de hablar cuando la humanidad está en juego”, dijo Volkov, arrestado hace pocos días en una protesta en la frontera de Israel y Gaza. Y sí: los poetas siguen cantando ante tanto dolor en Gaza. “Para escuchar los pájaros hace falta que cese el bombardeo”, escribió Marwan Makhoul. Pero los pájaros están muertos. Y los niños palestinos, también.
En todo caso, más allá de tantas heridas, de tantos infantes asesinados, de todo el arrasamiento, el mundo está rompiendo el cerco. No valen las censuras ni otras talanqueras impuestas por la alianza Estados Unidos-Israel. El bloque europeo, que casi siempre ha estado arrodillado a los intereses imperialistas, comienza a fracturarse. Pero lo que sí es evidente es la gran solidaridad de los pueblos del Viejo Continente con el sufrimiento palestino.

La reciente Vuelta a España se convirtió en un sonoro altavoz para condenar, con ímpetu y de modo masivo, el genocidio israelí en la franja de Gaza. Se advirtió la presencia de la llamada sociedad civil en una gran demostración de repudio. Se recordó el lema antifascista de los tiempos de la guerra civil española: “No pasarán”. Algo importante está ocurriendo. La indiferencia comienza a hacerse añicos.

Las velitas de una señora de barrio, los barquitos de papel con los colores de la bandera palestina, la voz disidente de un músico, la fotografía de una niña palestina que busca comida, son gestos pequeños, pero contundentes… Los genocidas Netanyahu y Trump también caerán.