Una alta tensión que ni siquiera se podría comparar, por ejemplo, con la que puede producir, entre enfebrecidos hinchas, una final de campeonato mundial, es la que se presentó en el llamado —con cierto toque de mercadeo deportivo— el “juicio del siglo”. El intocable, el dueño del teflón, el que, en su tiempo de gobernante con reelección y “articulito”, se creía el “mesías”, el “todopoderoso”, el que sin consideración alguna dijo de los muchachos asesinados en los “falsos positivos” que no estarían propiamente cogiendo café, el que tenía a casi todos sus colaboradores presos, escuchó, tras un juicio de 475 días, el perentorio fallo de ¡culpable!
La sentencia a 12 años de prisión domiciliaria, con filtraciones previas, con amenazas a la jueza de parte de hampones, dejó ver en toda su dimensión de decadencia el otoño de un patriarca desolado por su caída vertiginosa. Incluso, su desafinado discurso de apelación, en la que poco se refirió a los delitos por los cuales fue condenado, fue todo un retorno desabrido a su estilo de politiquero tradicional.
Creo que, aparte de haber podido hacerse justicia en un pronunciado proceso (en el que hubo “estrategias dilatorias sistemáticas para impedir la instalación del juicio”) que comenzó hace años, y en que el expresidente se hundió en su propio fango, víctima del efecto bumerán, lo más relevante es la figura singular de una jueza como Sandra Heredia, a la que tanto perfilaron en medios de propaganda (disfrazados de medios de comunicación).
Ni las presiones, ni la prensa postrada a los intereses delincuenciales del acusado, ni las amenazas, la perturbaron. Parece que, al contrario, la hinchieron de aires heroicos y serenidades en la aplicación de justicia. Asumió la posición de Temis, dejó claros principios fundamentales como que “el derecho no puede temblar frente al ruido y la justicia no se arrodilla ante el poder”. Fue categórica al plantear que la “toga no tiene género, pero sí carácter”, y es una evidencia: le sobró carácter a esta dama de los estrados, que sabe que la justicia no puede estar doblegada ni genuflexa ante los poderosos.
Sabía, y así lo demostró, que no estaba desempeñando un rol histórico (aunque, sin duda, hará parte de la historia judicial de Colombia), sino justiciero. A veces daba la impresión de parecerse, por ejemplo, a jueces de formidable coraje, como aquel italiano, Giovanni Falcone, legendario magistrado que acorraló a la mafia siciliana, a la Cosa Nostra. No se acobardó, ni flaqueó en medio de un caso que, como se recuerda, buscó preclusiones con fiscales de bolsillo, como Gabriel Jaimes.
La jueza, que seguro en algún momento pudo haberse sentido caminando en la cuerda floja de las presiones y las intimidaciones, declaró que su actuación era acorde con la ley y las pruebas y no por “simpatías o antipatías”. Así no les pareció a conmilitones del uribismo y, menos aún, al secretario de Estado de USA, Marco Rubio, quien, sin sonrojos, se inmiscuyó en los asuntos internos de Colombia. Sabía de los buenos oficios prestados por el condenado, acucioso vasallo de las políticas estadounidenses, apoyador de la invasión de Irak y fiel cumplidor de los mandamientos de la doctrina neoliberal y las órdenes de Washington.
En todo caso, lo que se vio en estas audiencias es que la jueza no permitió manoseos de parte del acusado y su defensa, y salvaguardó la autonomía e independencia judiciales. Destacó a la totalidad de miembros de su despacho, todas mujeres. El que fue (y en parte puede seguir siendo) el ciudadano superpoderoso, el autoritario, el que, según las acusaciones, auspició la fundación del paramilitarismo, del Bloque Metro de las autodefensas, aquel que una senadora llamó “sabandija que se escurre por las alcantarillas”, tuvo que callarse, tras apelar a la gritería, ante la palabra enérgica y convincente de la jueza.
“Cállese, señor Uribe”, le dijo en un momento en que el procesado subió de tono su voz. La condena en primera instancia del que sigue siendo ante Colombia y el mundo el instigador de los “falsos positivos”, cifra de asesinados que sirvió en estas fechas para hacer juegos numéricos con la pena de doce años, despertó el humor negro popular y la memoria de un tiempo nefasto de represiones, persecuciones, señalamientos, hostigamientos y autoritarismo.
“Vamos a brindar con roncito 12 años”, “vamos a hacer chances con el 6.402” y hasta se despertó una singular tendencia hacia la numerología. También hubo lecturas de apartados de El otoño del patriarca, de García Márquez, o de El gran Burundún Burundá ha muerto y La metamorfosis de su excelencia, de Jorge Zalamea. “Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial…”.
Había muchedumbres cantando himnos de júbilo y se dijo que por los lados de Llanogrande y del Ubérrimo hubo un salado “mar de lágrimas”.
Reinaldo Spitaletta, Sombrero de mago, El Espectador, 5-8-2025
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